"Nos veremos en Palestina"

A las ocho de la mañana, en el barrio Fakani, de Beirut oeste, donde la OLP tiene su sede principal, es inusitada la actividad alrededor del estadio municipal. Se trata de la despedida a los fedayIn. "Se marchan todos mis hijos, porque todos son hijos míos", dice una mujer del campo palestino de Burj Brajneh, asidua en las despedidas.Hombres de Fatah, del frente de Georges Habache, de la organización de Nayef Hawatmeh, del Ejército de Liberación de Palestina (ELP), se concentran con ligeros equipajes, su kalashnikov -el kalasni, como le llaman amistosamente los milicianos-, una m...

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A las ocho de la mañana, en el barrio Fakani, de Beirut oeste, donde la OLP tiene su sede principal, es inusitada la actividad alrededor del estadio municipal. Se trata de la despedida a los fedayIn. "Se marchan todos mis hijos, porque todos son hijos míos", dice una mujer del campo palestino de Burj Brajneh, asidua en las despedidas.Hombres de Fatah, del frente de Georges Habache, de la organización de Nayef Hawatmeh, del Ejército de Liberación de Palestina (ELP), se concentran con ligeros equipajes, su kalashnikov -el kalasni, como le llaman amistosamente los milicianos-, una mochila y, algunos, una maleta flamante, que compraron el día anterior en la calle Hamra.

Los fedayin suben con decisión a los camiones del Ejército regular libanés que los llevarán al puerto. "La decisión está tomada y no nos volvemos atrás". Los vítores se suceden: "No os olvidaremos jamás", "Fatah, Fatah, Fatah". Un miliciano palestino-libanés, que permanecerá en Beirut, besa a su compañero de armas: "Nos veremos en Palestina", se dicen.

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Disparos de despedida

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Un niño ha conseguido ponerse en la primera fila enarbolando un gran retrato de Yasir Arafat como si se tratase de un trofeo deportivo. Algunas mujeres dejan oír el yuyu, ese peculiar sonido producido por una colocación especial de la lengua, reservado para las grandes ocasiones de saludo.

El primer camión se pone en marcha y comienza una angustiosa sensación de que la tierra se abre bajo los pies. Los disparos de armas automáticas apagan los gritos y los ruidos de los motores. Desde un montículo de escombros, un combatiente dispara a una tierra sin nadie un lanzagranadas. Uno se siente ridículo cuando encoge la cabeza y se agacha unos centímetros, rodeado de gentes a las que el estruendo y los disparos les parecen lo más natural del mundo, como también lo es el peligro.

El cortejo se pone en marcha encabezado por un coche desde el que se repiten sin cesar eslóganes a la gloria de Palestina y de la OLP y contra los enemigos apostados a escasos metros. "Todo esto está apoyado por la Norteamérica de Sharon y Bechir (Gemayel)", se puede oír.

En un portal, una joven se tapa el rostro y agita la mano. En el piso de arriba, una pareja aplaude desde un balcón adornado con las banderas de Palestina y de Líbano. En la avenida de los Franceses, los disparos al aire son más esporádicos; a lo largo de la comitiva corre el rumor, que luego será cierto, de que alguien ha recibido el impacto de una bala perdida.

Extrañamente, en una aglomeración de medio centenar de personas, no asoma ninguna arma, pero se forma un bosque de manos haciendo el signo de la victoria.

En las estrechas calles del barrio Muslan, próximo al puerto, algunas personas, encaramadas a los balcones o lo que queda de ellos, arrojan pétalos de flores a los evacuados, quienes insistentemente mantienen los brazos en alto y los dedos bien visibles haciendo la uve de la victoria.

Un anciano arroja colonia a los camiones, y una pequeña aprovecha que uno se ha parado para sujetarse a él gritando algo en árabe a un fedayin. Levanta los brazos cuando el camión se aleja y rompe a llorar.

Guardia de honor

Los Murlabitun forman la guardia de honor de los evacuados en el control del puerto. Otra vez, la sensación de que se te hunde el suelo. El mar está a unos pasos, separado por barricadas de tierra de varios metros de altura. Un combatiente despeja el terreno y arroja una granada a la arena, es como una señal de partida para que las baterías antiaéreas comiencen a disparar contra aviones inexistentes, y el disparo de un lanzagranadas envuelve en humo a los primeros camiones en llegar.

Antes de pasar al control del Ejército libanés, una pancarta en francés les saluda: "La revolución palestina seguirá su camino".

El miliciano palestino Haddad, treinta años, que viste como un jugador de baloncesto y luce su arma reglamentaria, se interesa por hablar con un occidental en estos momentos históricos. "No sé lo que va a pasar", dice, "yo me quedaré aquí porque he nacido en Líbano. Mi novia vive en Trípoli y desde el comienzo de la guerra no la he visto". Con una sonrisa, agrega: "Espero que no me lo impida Bechir".

Su conversación parece estar a tono con lo que sucede alrededor, disparos y alegría de los fedayin que se encaminan a distintos lugares para seguir su combate. "La próxima batalla serán muchas a la vez", dice Haddad, "los futuros campos para los palestinos serán prisiones, y esto originará la guerra". El joven sirve de intérprete cuando una muchacha, mirando fijamente a la cara, empieza a hablar en árabe, con un tono cadencioso. "Te expresa lo que siente en este momento", explica el improvisado intérprete. "Dice que los árabes se olvidaron de los palestinos".

Los rezagados de la evacuación esperan a escasos metros del control militar libanés para subirse a los camiones. Desde un edificio contiguo, ocho marines contemplan, con indiferencia y casi con incredulidad, lo que ocurre dos metros más abajo. Algunos palestinos se acercan para hablarles. No hay respuesta, esas son las órdenes.

El convoy comienza a atravesar el control. La imagen es totalmente chocante: un camión libanés, con cincuenta o sesenta fedayin a bordo, flanqueado por fuerzas norteamericanas de escolta.

Un combatiente del ELP, que llevaba esperando en el último control más de dos horas, recoge su fusil de asalto, la mochila, una pequeña maleta, que, sin duda, estrena ese día, y una bolsa de viaje de la compañía aérea libanesa MEA, que tiene la inscripción Buen viaje. Lo carga todo y sube a uno de los tres últimos camiones que entran en la zona portuaria.

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