Editorial:

Irán exporta su revolución

LA GUERRA irano-iraquí ha tomado un giro sorprendente. Iniciada en septiembre de 1980 por la invasión del Juzestán iraní por parte de Irak, el desenlace inicial del conflicto ha colocado a Irán en condiciones de invadir a su vecino. Y ha comenzado la invasión. Todas las alertas rojas de las petromonarquías árabes, que apostaron fuerte por el régimen de Bagdad en esta guerra, se han disparado ahora frenéticamente, cuando se barrunta el comienzo de la expansión militar de la revolución islámica hacia los países del Golfo.Dos revoluciones, una laica, capitaneada por Saddam Hussein en Irak, y otra...

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LA GUERRA irano-iraquí ha tomado un giro sorprendente. Iniciada en septiembre de 1980 por la invasión del Juzestán iraní por parte de Irak, el desenlace inicial del conflicto ha colocado a Irán en condiciones de invadir a su vecino. Y ha comenzado la invasión. Todas las alertas rojas de las petromonarquías árabes, que apostaron fuerte por el régimen de Bagdad en esta guerra, se han disparado ahora frenéticamente, cuando se barrunta el comienzo de la expansión militar de la revolución islámica hacia los países del Golfo.Dos revoluciones, una laica, capitaneada por Saddam Hussein en Irak, y otra religiosa, dirigida por el anciano imán Jomeini, van a encontrarse frontalmente en una lid cuyas consecuencias van a abrasar con nuevas y poderosas llamas una zona del mundo castigada perennemente por la guerra. La revolución laica de Saddam, tras el desenlace de esta fase de la guerra, encara serios riesgos de naufragio. La revolución chiita de Jomeini, pese a haber afrontado victoriosamente graves desafíos y a su consolidación evidente, no arriesga menos.

La invasión iraní de Irak, en caso de confirmarse que sea tal y no una mera expedición punitiva para neutralizar a la artillería iraquí que bombardea ciudades de Irán permanentemente, puede llevar aparejados varios efectos. El primero sería un cierre de filas generalizado entre Arabia Saudí, Omán, Kuwait, los emiratos del Golfo y Jordania, en torno a su aliado iraquí en grave peligro, de no ser que una apreciación demasiado pragmática de los futuros acontecimientos les lleve a retirar su confianza a Saddam Hussein.

En caso de que Irán pueda zafarse de esta alianza, logre sortear las redes que los aliados ultramarinos van a brindar a las monarquías petroleras y consiga culminar con éxito esta invasión, Irán se habrá alzado, con certeza, con la hegemonía político-militar de Oriente Próximo, despedazando al único país árabe del área que por su potencia bélica podía hacerle sombra. Después de instalar un régimen afín en Irak, la revolución chiita puede devenir en uno de los acontecimientos políticos, militares e ideológicos más importantes del siglo.

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La endeble convicción interior mostrada por la población de Irak durante la fase inicial de la guerra puede trastocarse en una adhesión alrededor de Hussein o del Ejército y las Milicias Populares y despertar una resistencia no prevista por Teherán. Sin embargo, Jomeini cuenta con una poderosa quinta columna en el interior de Irak formada por la masa de fieles chiitas -más de la mitad de la población-, que en una situación represiva sin precedentes, orillada del poder, añora, evoca y mitifica la revolución de sus mullahs en Kerbala y Nayaf, las ciudades santas de los seguidores del imán Alí.

Alianzas coyunturales aparte, de proseguir su rumbo la revolución iraní, Israel va a ser a medio plazo el verdadero rival del régimen de Teherán. Pero antes, y esto es lo que más preocupa a Israel y a Estados Unidos, habrán de saltar por los aires los regímenes árabes "corruptos", - según la jerga iraní- y su singular modelo de estabilidad, tan beneficioso hasta ahora para israelíes y norteamericanos. Por todo ello, hay una explicación para los supuestos nexos entre Tel Aviv y Teherán en una fase de la guerra irano-iraquí. El Gobierno de Israel sabe que mientras Irán no consolide su revolución, los ataques iraníes contra el sionismo no abandonarán su fase verbal. Atizar el conflicto entre Irán y el enemigo de Israel más respetable y próximo, Irak, tiene sus réditos para los dirigentes israelíes.

Sin embargo, ya hay síntomas de que la verborrea revolucionarla contra Israel, por parte de Irán, comienza a dejar de serlo. Entre 3.000 y 5.000 combatientes iraníes aguardan en Damasco la orden de intervenir en Líbano contra las tropas de ocupación judías. La invasión actual de Irak se interpreta desde Teherán como la primera etapa hacia la liberación de la anhelada Qods, Jerusalén.

La actitud que adopten las dos superpotencias va a ser determinante. La URSS puede demostrar que, si bien sus retrocesos entre el mundo árabe le permiten una extraordinaria cautela a propósito de la invasión israelí de Líbano, en esta fase de la guerra entre dos países que, como Irán e Irak, se extienden por su bajo vientre, su inactividad resultaría suicida desde todo punto de vista.

Estados Unidos tiene serios compromisos en la zona, y no es previsible que deje en la estacada a los regímenes moderados amigos, comenzando por Arabia Saudí, los Emiratos y Jordania, que, de ser agredidos por el contagio revolucionario islámico, acudirán con certeza en petición de socorro. Una nueva etapa comienza.

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