Editorial:

La onda de la locura

ES DIFÍCIL separar la ideología y el acto de violencia en el caso del desgraciado cura fanático que quiso clavar una bayoneta napoleónica al papa Wojtyla en Portugal. Como es difícil separar una cierta ideología de los actos terroristas de ETA; y otra distinta, del asalto de Tejero al Congreso de los Diputados. El clásico desvío semántico hacia la locura del protagonista es insuficiente, aunque tenga un fondo posible. En todo caso, no son locuras aisladas. La onda de la locura abarca mucho. Cuando se piensa en un acto de otra magnitud, como el de la guerra vergonzante de las Malvinas, los que ...

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ES DIFÍCIL separar la ideología y el acto de violencia en el caso del desgraciado cura fanático que quiso clavar una bayoneta napoleónica al papa Wojtyla en Portugal. Como es difícil separar una cierta ideología de los actos terroristas de ETA; y otra distinta, del asalto de Tejero al Congreso de los Diputados. El clásico desvío semántico hacia la locura del protagonista es insuficiente, aunque tenga un fondo posible. En todo caso, no son locuras aisladas. La onda de la locura abarca mucho. Cuando se piensa en un acto de otra magnitud, como el de la guerra vergonzante de las Malvinas, los que estamos fuera del clima de pasión de ese suceso podemos considerar como auténtica locura que dos grandes naciones combatan con técnicas casi futuristas por un contencioso escasamente importante. La locura es siempre cosa de otros.El cura enloquecido mantenía unas doctrinas y unos puntos de vista que son comunes a unos cuantos miles de personas -por lo menos- en España, a algún puñado en Francia y quizá en otros lugares. Ha estado siempre dentro de esa doctrina: la ha recibido y, a su vez, la ha difundido con beneplácito y entusiasmo por parte de sus correligionarios (fue conferenciante en Fuerza Nueva, y se dice que arengador de fieles desde el antiguo balcón de ese partido legal). Las ha llevado a un extremo sorprendente para sus propios correligionarios, hasta ver en un Papa que ellos ensalzan, aclaman y obedecen el fantasma del enemigo mismo al que ese Papa combate con uña energía y un ardor que van más allá de lo pastoral (o quizá más acá). Más que una locura, es un ejemplo característico: cuando se crispa una ideología hasta el punto de dividir el mundo y la sociedad en malos y buenos, y en atribuir a los malos la capacidad absoluta de hacer el Mal sin ningún matiz: y se ve en ese Mal la destrucción de la civilización, del Bien también absoluto; cuando se defiende la violencia como recurso a cuya necesidad se ha llegado ya, es posible que una persona se vaya a París, se compre una bayoneta en un polvoriento anticuario de la Rue Bonaparte y se la quiera clavar al Papa antes de que se le revele el tercer misterio de Fátima. Todo el escenario está dentro de un clima confuso de fanatismo y necesidad, de angustia y alucinación, y de una conjunción de miedos diversos. La onda de la locura. Onda expansiva. Lo interesante sería saber en qué punto y en qué momento comienza esa locura: si en el de tornar la decisión de matar y llevarlo a cabo, o en el de ir recibiendo y multiplicando unas enseñanzas contrarias al sentido de un humanismo y un respeto a la convivencia. Una locura colectiva, que puede ser en unos casos inofensiva; en otros, acudir a bates y cadenas, en el paso siguiente al pistoletazo desde una esquina, y, en fin, el gran espectáculo televisado al mundo de matar al Papa en uno de sus días de esplendor e irradiación. Tampoco se detiene ahí la locura: una vez manifiesta, produce las locuras semánticas, justificativas, que continúan con la misma incoherencia y la misma ausencia de razón. Puede escribirse con apariencia de cordura y en columna editorial reservada a la reflexión esto: "Pensamos, pues, en los servicios secretos de algún Estado que encarna o representa, los valores opuestos que representa y encarna un liderazgo como el del Papa". Para que la locura nunca cese, para que la crispación no disminuya. Esto es, para que el Enemigo sea siempre el mismo Enemigo, y no el que puede llevar dentro uno mismo.

¿Dónde comienza, dónde empieza a difundirse la locura que hace que unos mozos esperen el paso del primer guardia civil que doble una esquina para asesinarle? ¿Qué doctrina, qué error en el concepto de patriotismo o de reivindicación puede haber para que se crispe así no una persona, sino muchas? Apenas nos importará la posible historia clínica de un terrorista: si la hubiera, no pasaría de ser un problema individual. Como no nos importa el cociente intelectual de Tejero, sino la sombría introversión que utiliza ese posible sujeto fácil e inflamable, y la que continúa después, produciendo una rondalla de elogios y de trofeos testiculares que manejan damas que, por otra parte, defienden los eternos valores de la moral y el pudor de su familia. La onda de la locura es muy extensa. Es, también, imprevisible. Puede aparecer en el capitán Astiz, partido hacia la heroica y patriótica reconquista de las Malvinas para la madre patria, no sin antes haber asesinado a una adolescente sueca, a dos monjas francesas y a trece disidentes nacidos en la misma patria que defiende, superando las listas de Landrú o de Petiot. Y puede alguien quedarse confuso pensando si puede haber relaciones entre un hecho y otro. Puede aparecer en los escaños de la derecha, dentro del partido conservador, que culpa a la ya aguerrida Margaret Thatcher de ser demasiado blanda en la respuesta al conflicto y al desafío argentino. La locura está entre nosotros. Hay que volver a contar con ella. Estamos demasiado ufanos del racionalismo, el análisis y el humanismo al que han llegado los libros y los discursos en nuestro tiempo. Y de repente, un cura que heredó de Merino esta interpretación de la fe, se va a un anticuario, compra una bayoneta y la oculta en su sotana para matar al Papa en el día de la Virgen de Fátima. No estamos seguros.

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