Sergio Ramírez en Madrid

La frialdad y las dudas presiden las relaciones España-Nicaragua

Desde el triunfo de la revolución sandinista, en julio de 1979, el Gobierno español ha mantenido unas relaciones permanentemente dubitativas con el nuevo régimen nicaragüense. Algunos convenios económicos y la renegociación de la deuda externa que Nicaragua tenía contraída con España, no bastan para ocultar un distanciamiento político evidente y una relación diplomática presidida por la frialdad. A veces ha dado incluso la impresión de que el palacio de Santa Cruz tiene frente al régimen sandinista idénticos reparos que ante la pléyade de dictaduras militares del continente americano.Cuando Ad...

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Desde el triunfo de la revolución sandinista, en julio de 1979, el Gobierno español ha mantenido unas relaciones permanentemente dubitativas con el nuevo régimen nicaragüense. Algunos convenios económicos y la renegociación de la deuda externa que Nicaragua tenía contraída con España, no bastan para ocultar un distanciamiento político evidente y una relación diplomática presidida por la frialdad. A veces ha dado incluso la impresión de que el palacio de Santa Cruz tiene frente al régimen sandinista idénticos reparos que ante la pléyade de dictaduras militares del continente americano.Cuando Adolfo Suárez tuvo sus veleidades de no alineado,'programó un viaje a Nicaragua que nunca llegó a realizar. El atlantismo definido de Calvo Sotelo no deja espacio para retomar esta visita oficial, ni siquiera a nivel de canciller. Parecería que la diplomacia española ha asumido que Managua es un coto de Felipe González.

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Pérez-Llorca expuso dos meses atrás, en México, las líneas maestras de la acción exterior española en América Latina: mantenimiento de relaciones diplomáticas con todos los países siempre que se pueda (referencia indirecta al caso de Guatemala), pero sin la neutralidad política del régimen anterior, con un énfasis en los lazos con los sistemas democráticos y respetuosos de los derechos humanos.

Como enunciado resulta irreprochable. A la hora de poner pie a tierra se diría que Pérez-Llorca incluye a Nicaragua en el paquete de países totalitarios.

En su conferencia de Prensa de México, el canciller español dedicó un par de párrafos a los sandinistas, ambos para poner en duda sus verdaderas intenciones democráticas: "Deben explicar", dijo, "qué quieren decir cuando anuncian que las elecciones previstas para 1985, un plazo que se nos antoja demasiado largo, no van a ser unas elecciones burguesas". Se mostró preocupado igualmente por "los síntomas totalitarios que se advierten en Nicaragua".

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Resultaba curioso ver al ministro español alternando sus condenas a las atrocidades de la junta salvadoreña con sus dudas sobre los sandinistas, como si tuviera que hacerse perdonar algo ante el gran inquisidor de Estados Unidos.

Pérez-Llorca se siente, evidentemente, incómodo ante estos sandinistas que hacen por una parte profesión de fe marxista y por la otra prometen garantizar un sistema de libertades y de economía mixta.

Como todo proceso político no consolidado, el nicaragüense puede conducir a cualquier parte. Ni siquiera la Internacional Socialista, que ha sido el principal sostén diplomático de los sandinistas, tiene una actitud unívoca, pero todavía mantiene abierto un margen de confianza, en el convencimiento de que de esta forma está contribuyendo, además, a que el régimen nicaragüense no sienta la tentación definitiva de meterse en la órbita soviética. A veces, sobre todo en privado, da la sensación de que Pérez-Llorca ya ha cerrado el capítulo nicaragüense, convencido de que los sandinistas han rebasado el punto de no retorno hacia el comunismo.

Ni siquiera con Cuba ha habido una política tan fría como con Nicaragua. Es posible que no sea ajeno al hecho de que los norteamericanos aceptaron hace ya muchos años, desde los tiempos de Franco, que España seguiría manteniendo relaciones con Castro como jefe de Estado de una nación de habla española.

Amigos incómodos

Es cierto que los nicaragüenses son unos amigos incómodos, que piden mucho y nada pueden ofrecer a cambio. Pero Nicaragua no hace sino acogerse a ese principio de relaciones especiales que España dice tener con América Latina.

Con ocasión de visitas recíprocas, el Gobierno sandinista ha pedido insistentemente a España que juegue un papel más activo en la pacificación de Centroamérica y en un eventual proceso de negociación entre Nicaragua y Estados Unidos. Más allá de su adhesión genérica al principio de no intervención, la cancillería española parece remisa a jugar un papel activo en este proceso. Una vez más, sólo el PSOE se muestra dispuesto a entrar a fondo en el tema.

Algún incidente protocolario ha venido en el pasado a enturbiar aún más las relaciones mutuas. Como el hecho de que Suárez no recibiese tiempo atrás a una representación de la Junta de Gobierno, aunque pudiera alegar en su defensa que ese mismo día su padre había sido internado en una clínica.

Más recientemente, un suceso algo confuso ha despertado recelos en Nicaragua respecto a la Embajada española. Una de las personas implicadas en un plan de sabotajes era un venezolano de origen español a quien se había ocupado un pasaporte entregado recientemente por la Embajada de España en Managua.

Con la justificada psicosis que existe en este país no es extraño que algunos funcionarios sandinistas tratasen de ver incluso posibles tramas contrarrevolucionarias.

Como en muchos otros países de América Latina, sólo las relaciones económicas salvan parcialmente la dejación que a menudo hace España de su presencia política en este continente. El Gobierno español dio todo tipo de facilidades para renegociar la deuda que el régimen somocista tenía contraída y hasta ahora los sandinistas han venido pagando.

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