Tribuna:TRIBUNA LIBRE

La crisis comunista: de Varsovia a Madrid

La precaria respuesta de la izquierda española a lo sucedido en Polonia se ha desarrollado curiosamente en un marco de firmeza en cuanto a las actitudes. Son ideas sin acción, por usar la vieja fórmula marxiana. Así, el PCE se apresuró a declarar el lunes 14 de diciembre «su profundo y radical desacuerdo, con el golpe militar polaco», pero rehusó toda movilización. Su apartamiento de los brotes de iniciativa socialista se debería a las reservas contra una previsible campaña anticomunista. Comisiones Obreras fue más tajante, pero por culpas propias o ajenas se quedó sola en la tarde del mismo l...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La precaria respuesta de la izquierda española a lo sucedido en Polonia se ha desarrollado curiosamente en un marco de firmeza en cuanto a las actitudes. Son ideas sin acción, por usar la vieja fórmula marxiana. Así, el PCE se apresuró a declarar el lunes 14 de diciembre «su profundo y radical desacuerdo, con el golpe militar polaco», pero rehusó toda movilización. Su apartamiento de los brotes de iniciativa socialista se debería a las reservas contra una previsible campaña anticomunista. Comisiones Obreras fue más tajante, pero por culpas propias o ajenas se quedó sola en la tarde del mismo lunes, haciendo algunos de sus dirigentes entrega de un escrito de condena en la Embajada polaca. A la salida del edificio fueron fotografiados por Mundo Obrero, exhibiendo amplias sonrisas.De modo que a la hora de las concentraciones los socialistas estuvieron solos. O casi, pues no faltaron los grupos de izquierdistas que evocaron al enemigo tradicional coreando un «No se ve, no se ve, la bandera del pecé». Como balance, bien escaso. Unos cientos de asistentes escucharon la alocución de Nicolás Redondo, no sin antes resolver el desafío laberíntico de Puerta de Hierro para alcanzar la embajada. Luego, a partir de esa noche, cabe registrar las definiciones claras de PSOE y UGT frente a las bayonetas de Jaruzelski, y la buena información de El Socialista. Pero sin nuevas iniciativas. De modo que si en una concentración celebrada en París nuestro cantante Paco Ibáñez pudo exclamar « ¡Todos somos polacos! », difícilmente hubiera estado en condiciones de repetirlo en su país de nacimiento.

Del dicho al hecho

Ahora bien, también aquí hay responsabilidades diferenciales. Para el PSOE, los hechos de Polonia constituyen un grave acontecimiento exterior que, de paso, confirma su valoración tradicional de las sociedades del Este. Son, en definitiva, un tema ya resuelto por la lógica de la socialdemocracia. Pero para el PCE representan algo mucho más inmediato. Cuando menos, la reapertura de una vieja herida, que le afecta en la misma medida en que sus dirigentes siguen insistiendo en que ser eurocomunista supone, en primer término, ser comunista. Está, pues, en juego, su tradición, su imagen pública, incluso sus perspectivas de futuro. No va a ser fácil, después de lo ocurrido, mantener la ambigüedad dada por la etiqueta ante un electorado que sentirá escasas tentaciones de repetir ni de lejos la suerte de los trabajadores polacos. Por si el PCE tuviera pocos problemas con la pérdida de imagen democrática provocada por la crisis interna en los últimos meses.

Aparentemente, su actitud resulta irreprochable. Y basta compararla con las idas y venidas del PCF, puesto en entredicho por la movilización solidaria de otras fuerzas de izquierda. Entre malabarismos, destinados a preservar la participación gubernamental, los comunistas franceses han dejado traslucir que para ellos el golpe militar fue una necesaria, aunque lamentable, restauración del orden en el interior del campo socialista. Al PCE sería difamatorio acusarle de esto (como de hecho se le ha acusado desde alguna Prensa). Sólo hay que asomarse a las páginas de Mundo Obrero para apreciar el deseo de apartar toda duda sobre una posible justificación del golpe. «Cuando un acto de este género tiene lugar en un país como Polonia», ha dicho Santiago Carrillo, «¿hay razón para modificar una posición mantenida históricamente, una posición de principio? Nosotros creemos rotundamente que no».

Otra cosa bien distinta es que el PCE afronte el análisis de la crisis, o que haya tomado la menor iniciativa concreta de solidaridad con los trabajadores polacos. El malentendido con el PSOE del lunes día 14 dio paso a un viaje de Carrillo a Roma para coordinar posiciones con el PCI. Resultado: la foto de rigor con Berlinguer y un escueto comunicado de firme condena, casi un telegrama, con el añadido compensatorio sobre la anexión del Golán. Mundo Obrero se ha quejado de que la Prensa silencia las posiciones del partido sobre el tema. Pero el propio semanario oficial tampoco cree oportuno reproducir la declaración del día 15 del comité ejecutivo (como, por cierto, tampoco ha reproducido nunca esos estatutos del X Congreso, que tanto uso tienen últimamente).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Praga 68-Varsovia 81

Puede decirse, pues, que el PCE se niega a reconocer el paso decisivo que la crisis polaca representa en las relaciones entre el movimiento obrero occidental y el socialismo real. Alguien ha dicho, quizá Berlinguer, que acaba de cerrarse la creatividad histórica inaugurada con la revolución de 1917. Nos parece exacto. En su día, Praga 68 mostró ya la incapacidad del poder soviético para tolerar la transformación democrática de un país de su área, incluso encabezada por un partido comunista; quedó clara la imposibilidad de conciliar un proyecto de socialismo en libertad con la concepción del poder político y del internacionalismo (esto es, la subordinación) vigentes en la Europa oriental: un poco por exclusión hubo de despuntar entonces la perspectiva eurocomunista.

Ahora, Varsovia 81 ha cerrado dramáticamente el ciclo revolucionario de octubre. Un Ejército, bajo control comunista, se levanta contra su proletariado. Más de un tercio de siglo de edificación del socialismo sólo ha servido para suscitar el rechazo organizado de la población trabajadora contra un sistema de poder y un partido comunista, los cuales, para evitarla ruptura del eslabón más débil en la cadena del socialismo real, han de acudir a la acción represiva militar. Todo ello sobre el telón de fondo de una miseria generalizada que invalida incluso la tradicional salida del «Iibertad, ¿para qué?»".

A la vista de lo anterior, parece cuando menos insatisfactorio el enfoque adoptado por el PCE respecto al problema polaco. Su preocupación fundamental, si nos atenemos a las declaraciones de su dirección y a M. O., consiste en disociar lo ocurrido en Polonia de una entidad metafísica llamada socialismo, cuyas esencias habrían sido negadas por el golpe militar. Carrillo se lanza aquí a fondo: el golpe es «un acto en abierta contradicción con la esencia del socialismo, del marxismo y leninismo» (esto último, lo dudamos), «una verdadera aberración, un aborto de la Historia».

Con lo cual, de modo sorprendente, de la condena no se pasa al análisis de la crisis, sino a una puesta en cuarentena del caso de Polonia, situado, al parecer, fuera del contexto de la construcción del socialismo. El 18 de diciembre, el editorial de M. O. titulaba: «Polonia, un golpe al socialismo». En sus palabras, el golpe iría «incluso en contra del propio socialismo, en cuyo desarrollo se habría venido avanzando (sic) durante estos últimos 37 años». Como complemento, otra condena / exculpación sobre pautas también conocidas: las culpas recaen sobre las graves faltas, los errores del partido obrero polaco. El socialismo queda a salvo y el proceso polaco es puesto al margen de esa sucesión de fracasos y represiones que hasta ahora salpican la historia de las democracias populares. ¿Para qué analizar un aborto de la Historia?

Es cierto que, al mismo tiempo, y recurrentemente, el PCE insiste en la consustancialidad entre socialismo y democracia. Razón de más, sin embargo, para ajustar las cuentas de una vez con unos sistemas con quienes comparte la marca de fábrica, y que acaban de probar, de una vez por todas, que la reunión de ambos términos, socialismo y libertades democráticas, resulta incompatible incluso con su mera supervivencia.

Un factor de tensión

De ahí que desde una perspectiva democrática resulte ilícito el recurso táctico del PCE, diluyendo el tema polaco en el agravamiento de la tensión internacional. Se trata, según el último editorial de Mundo Obrero, «de transformar la posición por la libertad en Polonia en un esfuerzo común por la paz y la libertad de los pueblos» (subrayados míos, A. E.). Por supuesto, la situación mundial a la hora de plantear políticas de Estado, y ahí está la articulación de posiciones estatales y de partido que vemos en la Francia de Mitterrand. Pero otra cosa bien diferente es ver en Polonia un caso más entre las muchas crisis que amenazan la paz mundial: según el citado editorial de Mundo Obrero, el Golán, Centroamérica, Namibia ¡e incluso Corea! Para acabar recomendando calma y que no se rompa el frente de «todas las fuerzas de progreso» (?). No sin dar antes el toque de atención contra el retorno de «esquemas anticomunistas de otras épocas».

Creo que tocamos fondo. Porque la dirección del PCE resultaría a fin de cuentas la primera responsable de que la alcanzara una campaña anticomunista si, más allá de «la posición» de rechazo, no asume en toda su dimensión teórica el problema polaco y se obstina en compartir la adscripción que da el apellido con quienes han causado la crisis al ciento por ciento. Es decir, si se niega a ver las decisivas implicaciones que tienen los hechos de Polonia para los movimientos obreros occidentales. Una vez más, de Lenin hemos ido a parar a Orwell. Y como éste decía, el rasgo definitorio del socialismo burocrático consiste en que «todos los animales son iguales, pero hay unos animales más iguales que otros».

La viabilidad del eurocomunismo depende precisamente de este, de mostrar, de una vez para siempre, que se pertenece a otra especie, que se procede de la revolución de octubre, pero desde el otro lado del espejo. Claro que, de cara a la mentalidad de muchos trabajadores, dar este paso en relación a Polonia supone ir contra corriente, arrostrando los crucifijos de Walesa o la enternecedora escena de la embajadora polaca apoyándose en el hombro de Reagan. Pero más costosa es la política del avestruz, que deja la interpretación de la crisis en manos de la derecha. Y olvidar que la crisis de los sistemas de Europa oriental tiene su clave política en una determinada forma de partido comunista que también aquí pugna por sobrevivir, aun a costa del hundimiento del movimiento político y sindical, éste sí inequívocamente democrático, que creció amparado en sus siglas al calor de la oposición contra la dictadura.

Las cosas, claras. Si es anticomunista quien denuncia frontalmente la negatividad de los sistemas que encarnan Breznev, Husak y Jaruzelsky, los comunistas españoles deben asumir de modo franco el contenido de dicha calificación. Lo demás, mantenerse en el doble juego de una condena formal que no es aún corte definitivo del cordón umbilical, negarse a asumir las implicaciones del fracaso socialista real por lo que toca a la forma-partido, mostrarse temeroso a la hora de impulsar la solidaridad de los trabajadores españoles con los polacos, son otros tantos caminos convergentes con un solo punto de llegada: la consolidación de la lógica desconfianza de toda sociedad civil democrática ante el proyecto comunista de socialismo en libertad.

Concluyamos. A nuestro juicio, capitalizar el indudable legado comunista de lucha contra el fascismo y por los intereses de los trabajadores equivale hoy, tras el golpe militar polaco, a una doble exigencia de ruptura. Primero, frente al sistema soviético y sus variantes, acabando con esa ficción, que acaba de denunciar Manuel Azcárate, de los partidos hermanos. Por usar las palabras de Raimon, probando que «nosotros no somos de ese mundo». Y, por último, frente al tipo de práctica política que inexorablemente se deriva de ese molde orgánico común, el partido leninista estalinizado, que, con la excepción de Italia, amenaza con reducir a cenizas en breve plazo al experimento eurocomunista.

Antonio Elorza es profesor agregado de Historia y vicedecano de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.

Archivado En