Cartas al director

Gutiérrez Mellado-Milans del Bosch

He leído la carta que Milans del Bosch dirige al teniente general Gutiérrez Mellado (véase EL PAIS del 29 de agosto), y en ella, con independencia de su pobre redacción, producto tal vez del bélico talante de quien la escribe, que hasta con la sintaxis arremete, es de lamentar, tanto el lenguaje, escasamente acorde con el que a un alto jefe militar debiera corresponder, como el capítulo de acusaciones lanzadas contra quien fue ministro de Defensa, acusaciones que aun si fueran ciertas -y que nadie medianamente sensato como tales puede suponerlas- en nada benefician a un Ejército del que el señ...

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He leído la carta que Milans del Bosch dirige al teniente general Gutiérrez Mellado (véase EL PAIS del 29 de agosto), y en ella, con independencia de su pobre redacción, producto tal vez del bélico talante de quien la escribe, que hasta con la sintaxis arremete, es de lamentar, tanto el lenguaje, escasamente acorde con el que a un alto jefe militar debiera corresponder, como el capítulo de acusaciones lanzadas contra quien fue ministro de Defensa, acusaciones que aun si fueran ciertas -y que nadie medianamente sensato como tales puede suponerlas- en nada benefician a un Ejército del que el señor Gutiérrez Mellado fue durante un tiempo, después del Rey, la máxima autoridad.Pero lo curioso de este incidente -de pésimo gusto, por otro lado- consiste en que el ex capitán general de Valencia da a la publicidad su carta el 28 de agosto, ignorando sin duda -por no leer la Prensa o por limitarse sólo a El Alcázar- que el día anterior se publicó en los periódicos una conversación telefónica mantenida nada menos que por el hijo de Tejero, en la que éste dice, refiriéndose a Milans: "Milans se rajó después del llamamiento del Rey, porque estaba cagado de miedo".

Duro golpe -y más por venir de quien viene-, el que recibe este militar tan ufano de su valor y tan celoso de lo que él entiende por su honor, al que ahora se le coloca en la disyuntiva de enfrentarse con el hijo de su amigo, o bien quedar en una postura por la que no me resisto a dejar de compadecerle: la del más triste de los ridículos./

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