Tribuna:

La OTAN y el pueblo español

Las interpretaciones de lo que significaría nuestro ingreso en la OTAN, polarizadas en el sí del Gobierno y en el no de la oposición, empiezan ya a ser asumidas por la opinión pública: el asunto es de tal trascendencia para España, para la vida misma de los ciudadanos, que no hay que perder la esperanza de una cívica y democrática reacción de éstos, que contribuya a flexibilizar el programa gubernamental. Los españoles necesitamos estar mejor informados sobre el tema; contar con más elementos de juicio: es imprescindible un amplio debate nacional que permita, a todos, una mínima reflexión sobr...

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Las interpretaciones de lo que significaría nuestro ingreso en la OTAN, polarizadas en el sí del Gobierno y en el no de la oposición, empiezan ya a ser asumidas por la opinión pública: el asunto es de tal trascendencia para España, para la vida misma de los ciudadanos, que no hay que perder la esperanza de una cívica y democrática reacción de éstos, que contribuya a flexibilizar el programa gubernamental. Los españoles necesitamos estar mejor informados sobre el tema; contar con más elementos de juicio: es imprescindible un amplio debate nacional que permita, a todos, una mínima reflexión sobre sus implicaciones.Recientemente, un adalid de tal ingreso, diputado de UCD, reconocía que los miembros de la OTAN siempre han proclamado que se trata de una decisión soberana del pueblo español. Entre nuestros políticos, unos lo creen también así: consecuentemente, proponen que: se informe y se consulte a este pueblo real, para salir de dudas. Otros creen que lo creen: se consideran depositarios, sin los necesarios matices, de la soberanía de ese pueblo, intérpretes de sus intereses más vitales, y se oponen a la consulta.

En este asunto tan complejo y crudamente vital para todos los españoles, sólo podrá alcanzarse la necesaria comprensión integrando todos los puntos de vista: los del Gobierno, los de la oposición y los de la sociedad española que va a soportar los efectos. El inexcusable debate sobre los pros y contras de pertenecer a la OTAN reviste, así, un marcado carácter nacional; de manifestación dialéctica de un pueblo adulto, que se ha puesto a pensar sobre el tema, y que, finalmente, se inclina por una u otra opción.

Hoy, además, una grave cuestión subyacente de prioridad, y un aspecto formal, de procedimiento, pero de enorme importancia, que va a revelar el talante democrático de los partidos: el de si es o no es el pueblo español, el pueblo real, quien tiene que decir la última palabra. El intento de precipitar la entrada de España en la OTAN, al amparo de una mayoría simple parlamentaria -en bloque votante, férreamente anudado-, está dando la impresión de que se escamotea una decisión concreta, efectiva, del pueblo español, en algo que afecta a su seguridad. A muchos ciudadanos, afiliados a partidos cualesquiera o que no militamos en ninguno, no puede menos de sumirnos en la perplejidad el afán de este Gobierno de anteponer a un sistema unánime de prioridades el objetivo menos urgente y más cuestionado en el momento actual: el ingreso en la Alianza Atlántica.

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Ahí está la preocupante realidad de nuestro país, en pleno renacimiento, anegado por los graves problemas de esta época de crisis mundial, crisis reveladora de que las tendencias de los años sesenta eran engañosas y no extrapolables. Tenemos problemas de todo orden: el paro, en primer lugar, que reclama la imaginación y el esfuerzo constante y convergente de todas las fuerzas sociales y políticas; la situación económica subyacente, que está

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Enrique Olmos es doctor en Química Industrial.

La OTAN y el pueblo español

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pidiendo a gritos un pragmatismo atento a la realidad y equidistante de cualquier formulación doctrinal abstracta; los fraudes en el mercado, con su indicador trágico de que por sí solo no regula más que la cuantía de las pérdidas y ganancias; la ineficacia de la Administración, nunca asumida para poder corregirse a sí misma; la cuestión de las incompatibilidades, cínicamente pospuesta, que escandaliza a muchos contribuyentes y a millones de jubilados que apenas pueden vivir con sus pensiones, etcétera.

En contraste con estos ejemplos, la OTAN no es propiamente un problema: no lo ha sido para España durante muchos años. El problema es la actitud del Gobierno actual ante este tema. El ingreso en la OTAN, en el mejor de los casos, puede esperar: no va a resolver los problemas reales, inmediatos del país, ni es asunto de toma y daca, como a veces se presenta, tiene un trasfondo que no debe pasar inadvertido al pueblo español.

La más mínima aspiración a comprender la compleja realidad de nuestro tiempo, cuando apenas hemos empezado los españoles a tener uso de razón política; el reconocimiento de las actuales circunstancias nacionales y de las prioridades que éstas imponen, serían supuestos suficientes para que viésemos, con casi unanimidad, la conveniencia de diferir una decisión extemporáneamente planteada. No es inteligible -sin jugar al círculo vicioso- que el ingreso en la OTAN, si es que tuviera que llegar a producirse algún día, no se articule en un programa coherente de política exterior que anteponga la plena integración de España en la CEE. La retórica de nuestra pertenencia al mundo occidental y de nuestra europeidad tiene que ser superada por una incorporación real a Europa, con todo nuestro horizonte hispánico; que nos permita articularnos en su contexto económico, social, cultural y político, antes que en el aparato militar.

En la orquestación de la obertura para el ingreso en la Alianza Atlántica se está poniendo el acento en los aspectos positivos: algunos, abstractos, inverificables; otros, de carácter instrumental. También se presenta como un perfeccionamiento del sistema de relaciones actuales. Es hora ya de destacar los aspectos negativos. España -vieja nación que no debe engañarse a sí misma- interesa por su posición estratégica. Y los españoles tienen que ser bien informados sobre lo que eso significa en una guerra nuclear. No lo han sido nunca, a este respecto, desde que se suscribieron los primeros acuerdos bilaterales con EE UU. Y con OTAN o sin OTAN, no puede aceptarse ya su mera extrapolación.

Antes de engranarse en la gran maquinaria bélica nuclear, sería una prueba de sensatez política hacer de este momento histórico el punto de arranque de una actitud solidaria, reflexiva y responsable de la gran mayoría de los españoles. Darles la ocasión de participar en su propio destino histórico, y ofrecerles la esperanza de una política exterior innovadora, como requiere la actual situación del mundo amenazado por un posible holocausto nuclear. Trazar con claridad el proyecto de España, en el contexto dé Europa y de Iberoamérica; buscar nuevas certidumbres, como salida de la crisis, y, en función de este proyecto, su adecuada articulación en el mundo occidental.

Hay un designio del que nuestro país no puede abdicar sin enajenar su ser histórico más original: comprender lo que acontece en Latinoamérica, a la luz de la razón histórica, con la capacidad interpretativa que nos dan una historia y una lengua comunes; contribuir a que se comprendan los movimientos de los pueblos latinoamericanos hacia la democracia y la justicia social: que no se vean sólo gigantes del comunismo internacional donde hay molinos, genuinamente autóctonos, que estos pueblos mueven para liberarse de las tiranías económico-sociales que los oprimen. Cuestión, también, de priondades.

Por muy difíciles que puedan parecer, hay otras opciones que la de pertenecer a la OTAN: nadie sabe si más o menos beneficiosas para España y para el mundo. En cualquier caso, que sea la gran mayoría de los españoles la que proyectivamente decida si hemos de entrar o no. Y que tal decisión quede articulada, de un modo coherente y comprensible para todos, en el proyecto propio de la España de nuestros días.

En el transfondo de todo este asunto está la eventualidad de un choque frontal entre los dos bloques: con el armamento nuclear ya existente, causaría -ya en los primeros minutos, según los expertos- tales aniquilaciones en los países beligerantes, que harían escasamente atractivas las condiciones de supervivencia. Puede admitirse, entonces, que nos movemos en el ámbito de las políticas de disuasión. Pero, ¿qué disuasión? ¿No está ya planteada con el armamento intercontinental? ¿Va a reforzarla la entrada de España en la OTAN? El cambio en el orden de magnitud de los armamentos hace la situación presente históricamente inasimilable a cualquiera otra del pasado. La guerra total ha dejado de ser última ratio; ahora es, más bien, solución final, en su sentido peyorativo, para ambos contendientes.

Estamos llegando a una situación límite en la que a la mayoría de los pueblos sólo les queda la opción de armarse moralmente: de tratar de penetrar la coraza bélica del irracionalismo dominante con argumentos de índole moral. Ninguna mente lúcida debiera hoy sustraerse a la misión más importante de nuestro tiempo, por utópica que pueda parecer: la de batallar dialécticamente para formar estados de opinión en favor del primado de la justicia y de la libertad reales; la de buscar, a través de ellas, una salida conciliatoria y progresiva al amenazador enfrentamiento bipolar del inundo actual. Nadie está en posesión de toda la verdad.

¿Será posible aún que se imponga el buen sentido en nuestro país? Por encima de la discusión de las ventajas y desventajas del ingreso, son dos las cuestiones básicas que habría que despejar: el orden de prioridad, en el tiempo, que corresponde al tema de la OTAN, entre nuestros problemas, y el procedimiento para llegar a una decisión en la que quede inequívocamente involucrado el pueblo español. Los partidos ya han comenzado sus campañas para informar a este pueblo, pero sería un sarcasmo que, al hacerlo, no se le diera la opción de entrar o no.

El tema encierra la más grande interrogante de nuestro tiempo: todos los ciudadanos deben darse cuenta de sus implicaciones positivas y negativas. El tema justifica plenamente un debate nacional sosegado, que ofrezca a todos elementos de juicio, y que se complete, en el Parlamento, de un modo idóneo y coherente, como preámbulo de un referéndum nacional. Tanto el Gobierno como los partidos van a hacer patente, en este trance, su sensibilidad democrática hacia el pueblo español. No basta reconocer en palabras su soberanía; hay que demostrar, de un modo fehaciente, este reconocimiento con los hechos.

En todo caso, mientras se confirman estas actitudes, los españoles no debieran olvidar la opción que ahora tienen en sus manos: la de pedir, con sus firmas, el referéndum. Todos los ciudadanos, afiliados a partidos de cualquier signo, o no afiliados, que estimen que la decisión de ingresar en la OTAN está siendo precipitada por el Gobierno, pueden, por este medio, expresar su disconformidad. Habrá o no referéndum, pero los comportamientos de los partidos en esta especial coyuntura no dejarán de pesar en las próximas elecciones. Entonces se verá quién contó más con el pueblo español, y quién merece la confianza de éste.

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