Reportaje:

Setecientos millones de toneladas de de polvo son inyectados en la atmósfera anualmente

Otro aspecto importante en las emisiones de polvo a la atmósfera es el papel que juega en la erosión de los suelos, y del que se han dado y dan ejemplos en diversas áreas del mundo, como el que tuvo lugar en América del Norte durante la década de los treinta -el catastrófico Dust Bowl-, y en el que inmensas áreas de cultivo quedaron convertidas en desérticas. España no se ve privada de este fenómeno. Según comentó recientemente el director del Programa del Atlas Climatológico del INM, Inocencio Font Tullot, la climatología española, en especial por el régimen irregular de precipitacione...

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Otro aspecto importante en las emisiones de polvo a la atmósfera es el papel que juega en la erosión de los suelos, y del que se han dado y dan ejemplos en diversas áreas del mundo, como el que tuvo lugar en América del Norte durante la década de los treinta -el catastrófico Dust Bowl-, y en el que inmensas áreas de cultivo quedaron convertidas en desérticas. España no se ve privada de este fenómeno. Según comentó recientemente el director del Programa del Atlas Climatológico del INM, Inocencio Font Tullot, la climatología española, en especial por el régimen irregular de precipitaciones y por el de vientos, es muy propicia para fomentar la desertización. De hecho, y según informes del Icona, el 25% del territorio nacional sufre un grave proceso de erosión, y el 30%, de forma moderada.Según un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), las áreas productoras por excelencia de polvo atmosférico de origen natural son los desiertos de Asia Central, estepas de Kazashtan y, sobre todo, el Sahara occidental. A través de registros efectuados en el observatorio especial de Izaña (Tenerife), se ha llegado a la conclusión de que aquella última zona pierda anualmente, y por término medio, cien millones de toneladas de tierra, que es convertida en polvo atmosférico y que es capaz de cruzar el Atlántico y depositarse en el Caribe. El fenómeno ha sido detectado reiteradas veces con métodos modernos. En una espectacular fotografía tomada por el satélite GMS-1 de Estados Unidos el 30 de julio de 1974 aparecía una gran nube de polvo del Sahara (1.200 kilómetros de largo por 600 de ancho) siendo transportada sobre el Atlántico.

Mano del hombre

La mano del hombre tiene mucho que ver últimamente en el tema. Las importantes tempestades de polvo que se han producido a lo largo de la última década sobre el Sahel (Africa) y sobre los desiertos próximos a la costa mediterránea oriental han sido atribuidos en reiteradas ocasiones al excesivo pastoreo y deforestación. Informes científicos -también de la OMM- sostienen que, debido a la contaminación industrial, suelos azotados por los vientos en explotaciones agrícolas y otras actividades humanas, son inyectados a la atmósfera anualmente 700 millones de toneladas de polvo, lo que puede reducir la radiación solar entrante, tendiendo a enfriar la Tierra.Cualquier estudio de las tempestades de polvo sería incompleto sin obtener información sobre sus orígenes. Apuntan autores como el ruso Nalivkin que, con gran frecuencia, el polvo transportado es analizado solamente en regiones muy lejanas de su origen, quedando éste frecuentemente indeterminado. Sin embargo, los modernos medios de detección, fundamentalmente los proporcionados por las fotografías de satélites, juegan un papel cada vez más importante en esos estudios. Tal es el caso de los depósitos de polvo atmosférico rojizo que con frecuencia se vienen observando en las últimas décadas sobre los Alpes, en Europa occidental, o en comarcas como las de Novgorod, en la URSS, así como en diversos lugares de la costa oriental de América Central. A través de la información recibida gracias a los satélites artificiales pudo demostrarse, sin lugar a dudas y en todos los casos, que el origen del polvo estaba en el Sahara.

Sin embargo, el poder obtener en su día una clara visión del por qué de esas tempestades de aerosoles, de su procedencia, de su concentración en los diferentes niveles de la atmósfera y de su destino, es sólo el planteamiento de una parte del problema, que es, de por sí, de mucha mayor envergadura: la posibilidad de que estos fenómenos, en los que parece influir definitivamente la mano del hombre (al igual que ocurre con las emisiones de anhídrido carbónico), tengan una incidencia no deseable en el ecosistema a nivel global.

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