Cartas al director

EI premio de Joan Fuster

Competir, no en torneo, sino en una batalla involuntaria de méritos y genio que otros han de juzgar es siempre cosa fea. Leo en EL PAIS (16-5-1981) que en el reciente Juan Gil Albert versus Juan Fuster, el galardón en liza, el Premio de Honor de las Letras Valencianas, lo ha ganado el segundo.Siento un gran respeto y admiración lectora por la persona y obra del escritor premiado, y no me cabe duda de que el jurado, al decidir por él, no habrá sido sordo a su voz resistente en tiempos de penuria y a su noble figura de hombre oculto a la fuerza durante el franquismo. Pero ante todo...

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Competir, no en torneo, sino en una batalla involuntaria de méritos y genio que otros han de juzgar es siempre cosa fea. Leo en EL PAIS (16-5-1981) que en el reciente Juan Gil Albert versus Juan Fuster, el galardón en liza, el Premio de Honor de las Letras Valencianas, lo ha ganado el segundo.Siento un gran respeto y admiración lectora por la persona y obra del escritor premiado, y no me cabe duda de que el jurado, al decidir por él, no habrá sido sordo a su voz resistente en tiempos de penuria y a su noble figura de hombre oculto a la fuerza durante el franquismo. Pero ante todo fallo que recae en una obra que es de dominio público, al público le cabe el recurso de dar una opinión, y a mí me gustaría, desde esta sección, elevar una queja por la ocasión perdida, por la injusticia histórica.

Habría en el jurado, de toda competencia, y entre los lectores, quienes prefiriesen a Fuster y quienes a Gil Albert.

En Juan Gil Albert, reconocido por numerosas y más autorizadas voces que la mía como poeta y prosista de muy primera fila, concurren además un cúmulo de datos que, en mi opinión, le hacían la persona idónea para recibir este premio que, siendo el primero, tiene un peso simbólico, un valor inefable. Hay una cortesía histórica, un ordenprelativo (no sólo es la edad), que impulsa a pensar que cuando un contendiente, aparte ya su obra, representa los valores moralesy estéticos de la baqueteada generación de la República, de la España leal (Gil Albert cofundó y animó, en plena guerra civil, la importante revista Hora de España, creada en Valencia), y de la España peregrina, dejarle de segundo frente aun autor de una generación siguiente, puede ser un descrédito.

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Y no creo que otras consideraciones, de lengua, por ejemplo, hayan de ser citadas. No se descubre nada al decir que el ámbito valenciano es, en parte naturalmente y en parte por desdichadas razones de cortapisa histórica, un ámbito bilingüe, en el que, por el momento, abundan más los escritores en castellano, en una convivencia nada difícil con los que se expresan y habrán de expresarse, cada vez más, en catalán. Entre los primeros, Gil Albert es figura decana y de una autoridad literaria indiscutible./

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