Editorial:

Terrorismo como golpismo

EL ATENTADO contra el teniente general Valenzuela no ha conseguido acabar con la vida del jefe del Cuarto Militar del Rey, pero ha causado una carnicería que se aproxima a las matanzas de la calle del Correo, en 1974, y de California 47, en 1979. El teniente coronel, el suboficial y el soldado que acompañaban al teniente general Valenzuela perecieron al explosionar la bomba, y la rociada de metralla ha herido gravemente a dos personas y ha producido lesiones a otros viandantes.ETA Militar ha reivindicado este vandálico acto, que se inscribe en la misma estrategia de provocación genocida a la ...

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EL ATENTADO contra el teniente general Valenzuela no ha conseguido acabar con la vida del jefe del Cuarto Militar del Rey, pero ha causado una carnicería que se aproxima a las matanzas de la calle del Correo, en 1974, y de California 47, en 1979. El teniente coronel, el suboficial y el soldado que acompañaban al teniente general Valenzuela perecieron al explosionar la bomba, y la rociada de metralla ha herido gravemente a dos personas y ha producido lesiones a otros viandantes.ETA Militar ha reivindicado este vandálico acto, que se inscribe en la misma estrategia de provocación genocida a la que sirvieron recientemente los tiros en la nuca disparados por ETA y el asesinato del general González de Suso por un comando de los GRAPO.

Los objetivos y las tácticas de estas organizaciones terroristas han sido explicados mil veces en los manuales de guerrilla urbana, copiados casi al pie de la letra en documentos de ETA y en textos de los GRAPO. El hostigamiento criminal a las Fuerzas Armadas busca el desencadenamiento de una contraofensiva militar que suprima de paso los centros de decisión civiles y las instituciones democráticas y -deje a los grupúsculos terroristas solos frente al Ejército. Las tristes experiencias de los montoneros y del ERP en Argentina o de los tupamaros en Uruguay enseñan que el resultado final de esa estrategia, a la vez provocadora y suicida, no puede ser otro que la muerte o desaparición de millares de personas, el exilio forzoso de decenas de miles de ciudadanos, la destrucción del sistema pluralista y la implantación de la dictadura. Pocas esperanzas hay, sin embargo, de que esas lecciones históricas sean escuchadas por las organizaciones terroristas. De un lado, aunque hayan sido numerosos los dirigentes y cuadros de ETA que han terminado por repudiar con el tiempo sus delirios sangrientos y han elegido el camino de la paz, siempre han acudido a tomar el relevo fanáticos alimentados por fantasías racistas o sectarios ultrarrevolucionarios que reducen la marcha de la historia al enfrentamiento maniqueo entre dos únicos enemigos. De otro lado, cada vez resulta más plausible que los fanáticos y los sectarios pueden ser tan sólo el extremo de una cadena controlada por servicios paralelos que buscan exclusivamente la desestabilización democrática de nuestro país, y que ni se plantean siquiera la posibilidad histórica de esa Albania varada en el Cantábrico acariciada por ETA, o de esa España soviética soñada por los ultrarrevolucionarios que realizan el trabajo de matarifes de los GRAPO.

La generalizada sospecha de que las provocaciones objetivas contra las Fuerzas Armadas, como vía para acabar con la democracia, están siendo manejadas a mayor o menor distancia por auténticos provocadores, cuyas acciones ni siquiera se encuentran justificadas, subjetivamente por el sectarismo o el fanatismo, recibe un considerable refuerzo con el siniestro atentado de ayer, dirigido contra un teniente general que ocupa un cargo de confianza de la Corona y realizado en condiciones tales que hacían casi inevitable una matanza de población civil. El aviso de que también la vida del Rey se halla en grave riesgo y la inclusión de simples viandantes en la onda expansiva de los atentados terroristas no persiguen otra cosa que elevar al máximo la exasperación de las Fuerzas Armadas, hundir en un profundo desaliento a la opinión pública y poner de manifiesto la incapacidad del Gobierno, disfrazada a veces de aristocrática impasibilidad, para conseguir de los servicios de información y de los cuerpos de seguridad mayor eficacia en su actuación.

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Las Fuerzas Armadas, blanco principal de esa despiadada y criminal ofensiva, están siendo sometidas a una fuerte presión ideológica desde la ultraderecha, infiltrada también en sus filas, para que acepten el desafío implícito en las provocaciones terroristas. En más de una ocasión hemos señalado que tal decisión no sólo no erradicaría a las organizaciones terroristas, sino que podría contribuir incluso a ensanchar las hoy debilitadas bases de apoyo de esas bandas armadas. También hemos indicado que los incitadores al golpismo no desean tanto acabar con las matanzas terroristas, sangrientos trofeos en su colección particular de justificaciones ideológicas, como derrocar la Monarquía parlamentaria y regresar al disfrute de un poder omnímodo y lucrativo. Confiemos en que la experiencia, la prudencia, el sentido de la disciplina y la lealtad a la Corona de las Fuerzas Armadas ahoguen esas voces de sirena de la ultraderecha. Ahora bien, recordemos, al tiempo, que la institución militar está recibiendo terribles zarpazos que los cuerpos de seguridad dependientes del Gobierno deberian impedir con una acción eficaz.

En este sentido, el Gobierno no puede seguir por más tiempo exigiendo sacrificios a los demás y resistiéndose a realizar, aunque sólo sea a nivel simbólico, los que le corresponden. Cuando se evadieron de la cárcel de Zamora los miembros de los GRAPO que hoy tienen en vilo a las Fuerzas Armadas, al ministro de Justicia de turno, que era Iñigo Cavero, ni se le pasó por las mientes presentar su dimisión. Dimisión que tampoco han presentado cuando les correspondía, aunque lo hicieran con insolencia en otros momentos, los responsables de los servicios de seguridad que habían demostrado su incompetencia, cuando menos, para la labor investigadora y preventiva contra las actividades terroristas.

En estos momentos difíciles y crispados, la sociedad española no debe regalar a los terroristas su desaliento, trofeo casi tan importante para esas siniestras bandas como la exasperación de las Fuerzas Armadas. La inmensa mayoría de los ciudadanos de este país desea vivir en paz y en democracia, como el abrumador lenguaje de las urnas ha demostrado en varias ocasiones. Frente a los millones de españoles que rechazan la violencia, aman la vida y apoyan la Monarquía parlamentaria, no puede prevalecer ese puñado de asesinos. Porque el principio del fin de las instituciones democráticas y de las libertades en este país se produciría el día en que los ciudadanos y ciudadanas se dejaran vencer por los sentimientos de resignación, fatalismo e impotencia que terroristas y golpistas siembran. Ese mismo fatalismo o resignación, que hacen ya a algunos pedir la pena de muerte, a otros un estado de excepción y a no pocos medidas de represión generalizada. Cuando la experiencia y la razón muestran que esas son soluciones que no solucionan nada. Hay medios legales y materiales en este país más que suficientes para combatir el terrorismo. No es el sistema el ineficaz, sino algunos hombres y algunos sectores del Estado. El ministro del Interior, el ministro de Defensa, el Gobierno autónomo vasco, la concertada oposición, tienen algo que decir y que hacer a este respecto. Y no habrá mano dura bastante que nos resuelva nuestros problemas si no viene avalada por una convicción moral previa y un apoyo efectivo de la opinión pública. Dos cosas que nuestros gobernantes y nuestra clase política tienen obligación y necesidad de recuperar, y los ciudadanos de facilitarles.

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