Editorial:

Polonia, entre el pacto y la amenaza

AUN SIN creer todavía en el riesgo de una inmediata intervención armada soviéticá en Polonia -a pesar de las maniobras militares del Pacto de Varsovia, a pesar de la rudeza de algunos comentarios moscovitas-, el contexto mundial la hace cada vez más posible: se está viviendo, desde lo que se ha convenido en llamar «la era Reagan», enuna situación internacional proclive a las soluciones de fuerza.Parece que en Varsovia hay dos personas que son conscientes del riesgo y que, aunque parezcan representar intereses encontrados, están mutuamente ayudándose a controlar la situación: el nuevo héroe nac...

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AUN SIN creer todavía en el riesgo de una inmediata intervención armada soviéticá en Polonia -a pesar de las maniobras militares del Pacto de Varsovia, a pesar de la rudeza de algunos comentarios moscovitas-, el contexto mundial la hace cada vez más posible: se está viviendo, desde lo que se ha convenido en llamar «la era Reagan», enuna situación internacional proclive a las soluciones de fuerza.Parece que en Varsovia hay dos personas que son conscientes del riesgo y que, aunque parezcan representar intereses encontrados, están mutuamente ayudándose a controlar la situación: el nuevo héroe nacional Lech Walesa -que tiene detrás la fuerza de la lglesia- y el primer ministro, general Jaruzelski. Lo que ya no es tan seguro es que sean capaces de contener a las fuerzas que representan. Muchos dirigentes de los sindicatos, muchos de los obreros comprometidos en la acción, han llegado a tener la convicción de que hay que llevar adelante la campana hasta el cambio total del régimen: se apoyan a veces en datos objetivos o en análisis de la situación, pero muy generalmente también en una especie de fanatismo providencialista que les hace creerse poco menos que invulnerables. Temen -no sin razón- que una paralización de la acción suponga la pérdida de una ocasión única y el retraso por muchos años, o quizá para siempre, de la conversión de Polonia. Por el lado gubernamental parece haber también funcionarios qué mantienen la vieja fe comunista ortodoxa, y que tienen también la sensación de que un paso más en el camino de las concesiones o de las interpretaciones anchísimas de los textos constitucionales pueda ser irreversible. Los enfrentamientos de estos últimos días -enfrentamientos físicos en las zonas más conflictivas del país- son más bien de esta categoría de extremistas, o de personas que sobrepasan las situaciones límite, que de las fuentes duplicadas y paralelas del poder. El problema esencial. ahora está en saber hasta qué punto podrán ser establecidas unas bases de compromiso. Pero también de cómo ha de cumplirse este compromiso. Todo será inútil si las condiciones de vida -carestía, escasez, agobio de trabajo- y las necesidades políticas -libertades de expresión, de reunión- no encuentran soluciones factibles en mitad de la crisis.

La verdad es que el cascarón comunista se ha roto en Polonia; y al menos en lo interno, definitivamente. La situación puede llegar a ser mantenida por la fuerza, en un momento dado, e incluso señalar un retraso muy considerable -como ha sucedido en- Checoslovaquía-; pero nada volverá, en ningún caso, a ser lo que era.

El recuerdo del caso checo puede hacer imaginar que, en efecto, la URSS está dispuesta a íntervenir; Walesa se debate ahora entre la consecución de unos objetivos propuestos o el mantenimiento de la situación actual, sin ir más lejos de «lo posible» y pactado el compromiso de la necesidad. Una historia triste y desagradable que merece algún tipo de reflexión en este lado de Europa.

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