ELECCIONES EE UU 80

El presidente Carter, a la búsqueda del voto negro

Mil personas, todas ellas de color, entonan la primera estrofa del himno religioso Amazing Grace en el momento en que el presidente de Estados Unidos hace su entrada en la iglesia baptista de Bethany, en el corazón del barrio negro de Newark, la primera ciudad del Estado de Nueva Jersey (diecisiete votos electorales), en la que posiblemente gane Reagan. Carter está aquí para evitarlo y sólo lo conseguirá si todos los negros de la ciudad y del Estado, que hasta ahora han mantenido una postura apática ante las elecciones, salen a la calle el próximo martes y le dan su voto.

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Mil personas, todas ellas de color, entonan la primera estrofa del himno religioso Amazing Grace en el momento en que el presidente de Estados Unidos hace su entrada en la iglesia baptista de Bethany, en el corazón del barrio negro de Newark, la primera ciudad del Estado de Nueva Jersey (diecisiete votos electorales), en la que posiblemente gane Reagan. Carter está aquí para evitarlo y sólo lo conseguirá si todos los negros de la ciudad y del Estado, que hasta ahora han mantenido una postura apática ante las elecciones, salen a la calle el próximo martes y le dan su voto.

El presidente se coloca junto a los clérigos y obispos representantes de la Iglesia negra y comienza diciendo: «Hermanos y hermanas, cada uno de vosotros debe lograr que vote la comunidad de color. Sois muy importantes para el resultado de las elecciones. ¿Lo haréis por mí?». Un «sí» atronador, mezclado con aplausos, es la respuesta.Sobre un tingladillo de madera, las cámaras de televisión recogen la escena, llena de color y fervor político-religioso. Las imágenes serán un buen material Para los últimos noticiarios nocturnos. La gente de Carter está satisfecha.

Antes de la llegada del presidente, que ha hecho campaña durante el día en Pittsburgh, los obispos baptistas reverendos Hidebrand y Woodson han calentado a los asistentes. Woodson -perilla recortada, camisa morada, alzacuellos blanco y un impecable traje grises un vibrante orador: «Vamos a hacer todo lo posible para que el martes Carter vuelva a la Casa Blanca». «Yes, sir», afirma la congregación, que continuamente responde con gritos de júbilo a los discursos. «Nos gusta saber que se estudia la Biblia en la Casa Blanca», continúa diciendo, para afirmar finalmente que de esta elección «depende la supervivencia de los negros».

El 12% de la población de este país es de raza negra, pero sólo un 1% de los funcionarios políticos electos es de color. Cuando logran un puesto importante suele ser en zonas urbanas muy deprimidas, donde la degradación es tan avanzada que ya cabe muy poco que hacer. Tradicionalmente, el voto negro va a los demócratas -Carter consiguió el 90% de esta minoría en las elecciones de 1976-, pero ahora los sondeos para Nueva Jersey dan al presidente sólo un 70% del voto negro, frente a un 5% para Reagan. Si esta tendencia se mantiene, Carter puede perder la elección. Aquí el desempleo es alto y la inflación se hace notar: el 34% de la población del Estado afirma que su nivel de vida ha descendido desde el pasado año. Esta es la razón de que Carter se encuentre esta noche aquí.

Un buen predicador

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Carter, cuyas dotes de predicador son indudables, se encuentra a gusto ante esta audiencia, donde se entremezclan los sentimientos políticos y religiosos. Habla con una extraña pasión teñida de populismo y provoca una conmoción cuando cita la desafortunada frase pronunciada por Reagan en el debate de Cleveland: «Cuando yo era joven, este país ni sabía que existía un problema racial». Desde los bancos, una voz responde: «Debía ser muy joven». Es el delirio.

El presidente se declara heredero de la tradición demócrata de Franklin Roosevelt y John Kennedy. «Todo cambio social importante que se ha hecho en este país se ha logrado bajo administraciones demócratas, con la oposición de los republicanos. Esta vez vamos a arrasarlos», concluye diciendo Carter.

Los asistentes, entre los que se encuentran el gobernador del Estado y el alcalde de la ciudad, aplauden a rabiar, y cuando se apagan los aplausos, una mujer negra, con magnífica voz, inicia el canto del Glory, glory, aleluya. Carter se une al coro y seguidamente toda la congregación. Es la apoteosis final. El presidente, que tiene que acudir a otro mitin y seguidamente a Filadelfia, abandona la iglesia, rodeada de sus seguidores. Centenares de personas quieren verle, y Carter, con gran agilidad, se sube al techo de su limousine, ante la mirada preocupada de los agentes de su escolta.

Al día siguiente, en el distrito donde se agrupan los talleres de confección, en la Séptima Avenida de Nueva York, con un fuerte componente trabajador y judío, Carter asiste sonriente a un desfile de sindicalistas precedidos de majorettes con tambores y banda. Aquí, el objetivo es el voto judío, sin el cual el presidente no ganaría, como está previsto. El Estado de Nueva York, que tiene 41 votos electorales, es el segundo en importancia, después de California.

«Estoy comprometido a garantizar la seguridad del Estado de Israel», afirma el presidente, que en las últimas semanas ha realizado tres importantes gestos hacia la comunidad judía: firma de un acuerdo con Israel para asegurarle el suministro de petróleo en caso de emergencia, veto a la venta de accesorios para los aviones norteamericanos F-15 que posee Arabia Saudí y, finalmente, la autorización a Israel para que venda a México el avión Kfir, que está equipado con un reactor norteamericano. A pesar de este esfuerzo, la respuesta de las 5.000 personas que escuchaban en la Séptima Avenida no fue muy calurosa para el presidente.

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