Editorial:

La conversión de China

LA PRIMERA sucesión de Mao se ha consumido en cuatro años casi exactos: Mao murió el 9 de septiembre de 1976, y un mes después se encontraba el equilibrio con el nombramiento de Hua Guofeng como primer ministro y Deng Xiaoping como viceprimer ministro, aunque este último haya sido siempre considerado como el más influyente. Ceden los dos ahora el poder a un hombre rodado en el trabajo gubernamental durante estos cuatro años, con fama de economista y un pensamiento que se considera como muy a la derecha del comunismo funcional; mientras, desaparecen progresivamente los retratos de Mao y las lín...

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LA PRIMERA sucesión de Mao se ha consumido en cuatro años casi exactos: Mao murió el 9 de septiembre de 1976, y un mes después se encontraba el equilibrio con el nombramiento de Hua Guofeng como primer ministro y Deng Xiaoping como viceprimer ministro, aunque este último haya sido siempre considerado como el más influyente. Ceden los dos ahora el poder a un hombre rodado en el trabajo gubernamental durante estos cuatro años, con fama de economista y un pensamiento que se considera como muy a la derecha del comunismo funcional; mientras, desaparecen progresivamente los retratos de Mao y las líneas más características de su dirección. Queda, para el estudio y el análisis, su pensamiento. Pero ya se sabe que la finura de esta teología de interpretación del pensamiento de los grandes fundadores puede llevar siempre y en cualquier lugar a la práctica que convenga. Todo ello se realiza con suavidad. Parece que la característica china de ahora es la supresión de todos los sobresaltos posibles. Incluso su política para con la URSS se ha hecho menos violenta, menos verbalmente agresiva, como si se estuviese considerando una revisión del antiguo dogma de la guerra inevitable y se viera ya que con sus nuevas alianzas conviene más una política de conversión que una de situaciones límite.Lo que parece profundizarse con estos cambios -cuya verdadera naturaleza comenzará a saberse la semana próxima, cuando los nombramientos se hagan firmes y aparezca un nuevo Gobierno- es la doble corriente ya iniciada, que permite la utilización del comunismo estrictamente como una eficacia, más que como un objetivo total de sociedad perfecta, y la continua apertura hacia Occidente. La utilización del comunismo como dictadura del proletariado permite todavía un trabajo prolongado y poco remunerado, sin posibilidad de huelgas; permite ciertas planificaciones a largo plazo -como las leyes de regulación demográfica por el matrimonio tardío y la limitación de nacimientos-, las transferencias de poblaciones trabajadoras donde sea conveniente y otras medidas de ese orden. Todo ello constituye un paraíso para los inversionistas extranjeros, a los que además se han concedido grandes beneficios de reínversión y aun de retirada de capitales, a cambio del aprendizaje de su tecnología y de la mejora del nivel de vida. Esta doble función tiene un límite, y los dirigentes chinos parecen saber que en un momento determinado habrán de pasar a un sistema más liberal: la aparición de incentivos en el trabajo, ciertos principios de propiedad privada y de transmisión de herencias, que parecen estar en la base del pensamiento del nuevo primer ministro, son ya el indicio de una posible transformación. Cambio que se producirá en up tiempo no fácil de calcular, porque la dimensión tiempo tiene un sentido mucho más amplio que en Occidente; aunque se va viendo ya que puede realizarse con una aceleración y una capacidad de respuesta a los cambios de la dinámica de vida y de la acumulación histórica mucho más rápidos y ágiles que los de la Unión Soviética, la cual no puede estar muy satisfecha de los cambios chinos. Si hay ahora menos riesgos de guerra en sus fronteras asiáticas, hay cada vez mayor sensación de cerco y soledad. Probablemente la conversión de China es la que ha permitido a Estados Unidos su nueva política de mayor fuerza y decisión.

La conjetura muy provisional que se puede hacerahora es la de que China no va a cambiar de política con estas sustituciones, sino que va a profundizar en la ya emprendida tras la muerte de Mao -y, hasta en sus últimos años de vida, sostenida por Zhou Enlai- con una mayor velocidad. Queda también el factor de lo imprevisto. Nadie puede asegurar que, a pesar de que prevalezca la idea del comunismo-eficacia, la brecha abierta en el dogma no permita el crecimiento rápido de tendencias, líneas y opciones de algunas formas de oposición, dentro del círculo del poder, pero también fuera de él, que hagan que, como en todas partes, entre los proyectos del Gobierno y del partido y su realización real haya una distancia más o menos grande.

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