Tribuna:

Del verdadero al falso Manhattan

No cabe duda que el razonamiento del primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid es, cuando menos, peregrino. Según el mismo tenor, los cuadros de Goya debieran estar en los pasillos del Metro que lleva su nombre; los de Velázquez, en relucientes sótanos de la calle que arranca del Retiro hacia el norte de la ciudad como una flecha vacía de árboles y bulevar; el paso elevado sobre la Castellana debiera denominarse carrefour Chillida, y así sucesivamente. Como Ramón Tamames ha conseguido que la plaza central del complejo Azca lleve el nombre de Pablo Picasso, ¿qué mejor lugar p...

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No cabe duda que el razonamiento del primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid es, cuando menos, peregrino. Según el mismo tenor, los cuadros de Goya debieran estar en los pasillos del Metro que lleva su nombre; los de Velázquez, en relucientes sótanos de la calle que arranca del Retiro hacia el norte de la ciudad como una flecha vacía de árboles y bulevar; el paso elevado sobre la Castellana debiera denominarse carrefour Chillida, y así sucesivamente. Como Ramón Tamames ha conseguido que la plaza central del complejo Azca lleve el nombre de Pablo Picasso, ¿qué mejor lugar para colocar el Guernica?

Al menos hay una ventaja: no olvidemos que el Guernica viene de Manhattan, que lo ha albergado durante más de cuarenta años, y el complejo Azca va a ser, salvando las distancias, el miniManhattan madrileño. Pero lo que nuestra corporación municipal y su primer teniente de alcalde han olvidado es, tal vez, su falta de legitimidad para disponer del lugar de emplazamieníto del célebre cuadro. Bien es verdad. que otros ayuntamientos -Málaga, Barcelona, Guernica mismo y hasta La Coruña- se lanzaron los primeros a la palestra. Todos quieren tener el Guernica. Y ahora el Ayuntamiento madrileño entra en liza y se coloca a la cabeza con esta luminosa idea. Como el Guernica tiene que ir al Prado, es posible crear en Azca una sala especial -y «adicional», aunque a distancia- del Museo del Prado. Desde luego y también en Guernica, Málaga, Barcelona y La Coruña.

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En la sugerencia de Tamames -presentada, por otra parte, como una decisión municipal- hay una buena idea. Convertir las ciudades en museos. Como ello no es posible -y no lo será jamás, dado el sentido de la historia española y la especulación del suelo-, es preferible preservar el arte de los males ciudadanos. La ciudad contamina el arte, por ahora, no lo rescata, y éste es impotente para embellecer nuestros horrores ciudadanos. Es mejor dejarlo como está.

Hoy por hoy, dado el sistema de creación, producción, consumo y participación del arte, el lugar del Guernica es un museo. Cuál deba ser éste, doctores existen por doquier para dilucidarlo y, en todo caso, el heredero del cuadro no es el pueblo de Madrid, sino el de toda España. Y la legitimación para su colocación no corresponde, evidentemente, a ningún ayuntamiento, aunque sea el de la capital del Reino. Hay que descentralizar el arte, desde luego, hay que acercarlo al pueblo y los ayuntamientos tienen que intervenir en la planificación de la vida cultura¡ ciudadana. Pero lo del Guernica en Azca suena a iniciativa aislada, lunática y recordatoria de los viejos oropeles y relumbrón del antiguo régimen. Si Azca quiere legitimaciones, si desea ganarse el derecho a la estimación, que lo haga por otros caminos. Mejor dicho, por los suyos. Al fin y al cabo, en el verdadero Manhattan, el Museo de Arte Moderno de Nueva York es un islote de sólo cuatro pisos, con jardín y surtidores, silencioso y escondido, como si pretendiera escapar a su gigantesco contexto.

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