Editorial:

El avispero afgano

CADA DIA que pasa las noticias confirman más el carácter de ocupación militar de la intervención soviética en Afganistán y rechazan las pintorescas tesis de Moscú de una supuesta «ayuda» a un Gobierno amigo. Aunque la exactitud absoluta de las noticias puede ser objeto de duda -nunca es veraz una fuente de información que proceda de un bando en guerra-, sobresale suficiente información veraz para saber que la mayoría de la población está en contra de las tropas soviéticas y del Gobierno fantasma en que tratan de apoyarse. La resistencia al ocupante ha ido creciendo. Puede hablarse ahora, con m...

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CADA DIA que pasa las noticias confirman más el carácter de ocupación militar de la intervención soviética en Afganistán y rechazan las pintorescas tesis de Moscú de una supuesta «ayuda» a un Gobierno amigo. Aunque la exactitud absoluta de las noticias puede ser objeto de duda -nunca es veraz una fuente de información que proceda de un bando en guerra-, sobresale suficiente información veraz para saber que la mayoría de la población está en contra de las tropas soviéticas y del Gobierno fantasma en que tratan de apoyarse. La resistencia al ocupante ha ido creciendo. Puede hablarse ahora, con más base que nunca, de que es una nación entera la que está enfrentándose, como puede, a un poder foráneo que trata de aplastarla. Es probablemente cierto que esa resistencia recibe también ayuda exterior, pero no es una causa determinante esa ayuda; la realidad es que parte de un espíritu nacional de independencia, muy arraigado en el pueblo afgano. Los términos de comparación con la intervención soviética en Checoslovaquia son cada día más patentes, aunque Afganistán está en mejores condiciones de defenderse y las está ejerciendo como puede. La URSS está metida en este avispero y no ve manera de salir de él. No le va a ser fácil.La salida de la « neutralización » de Afganistán ha sido, una vez más, rechazada por la Unión Soviética, tras la mediación del millonario americano Hammer, enviado por Carter. La tesis por la que se rechaza esta neutralización es impecable: imponer un sistema político y un régimen de relaciones internacionales a un país es «una injerencia en los asuntos internos de un país soberano e independiente»; pero, emitida por un país que interviene con divisiones, tanques y aviones de combate en ese país es un alarde de cinismo y un desprecio a la ética. Es también un error más en la serie de errores que comete la Unión Soviética desde su asalto al país fronterizo: la salida ofrecida por Europa y aceptada por Carter podría haber sido la iniciación de unas negociaciones que regularizaran la situación internacional soviética y que le permitieran una salida a una aventura militar comprometida y a una hostilidad del mundo islámico.

Es indudable que los países del área adversa a la Unión Soviética tienen que mostrar que este tipo de acciones son contrarias a la moral que trata de implantarse en nuestro tiempo, y que el desequilibrio en las fuerzas del mundo puede llevar a situaciones peligrosas. En este sentido, la forma europea de enfrentar la crisis, emanada de Francia y de Alemania Federal, parece, en estos momentos, la mejor posible. Se trata de localizar el tema, de tratarlo en su propio contexto y de no dejar que se extienda a la totalidad de las relaciones internacionales e influya en las situaciones políticas internas en forma de guerra fría. La frase de Giscard d'Estaing en la que se asegura que Francia sigue una línea política que ha de prevalecer sobre una respuesta improvisada a una coyuntura concreta es de una excelente escuela de Estado.

Las dificultades de la URSS y del Gobierno impuesto en Afganistán crecen cada día al mismo tiempo que la hostilidad a la acción soviética en el contexto geográfico donde está el problema abordado. Pero hay síntomas de que la crisis tiende a suavizar en el campo internacional y a reducir su alcance. Hay ahí una lección seria para Moscú; también debe haberla para Carter. Las dos superpotencias no son omnipotentes y no deciden solas en el mundo.

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