Editorial:

La duda "eurocomunista"

EL DESARROLLO accidentado y el final inconcluyente del congreso de la Democracia Cristiana en Italia son consecuencia, sobre todo, de lo que se llama «la cuestión comunista italiana», que está bloqueando toda la política y toda la economía del país. La cuestión comunista se ha condensado más de una vez en una frase breve: no se puede gobernar sin los comunistas, pero tampoco con ellos.Sobre los comunistas pesa el gran anatema de los aliados de los que Italia depende: directamente de Estados Unidos. Las varias visitas que Cossiga y sus enviados han hecho a Carter han tropezado siempre con la mi...

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EL DESARROLLO accidentado y el final inconcluyente del congreso de la Democracia Cristiana en Italia son consecuencia, sobre todo, de lo que se llama «la cuestión comunista italiana», que está bloqueando toda la política y toda la economía del país. La cuestión comunista se ha condensado más de una vez en una frase breve: no se puede gobernar sin los comunistas, pero tampoco con ellos.Sobre los comunistas pesa el gran anatema de los aliados de los que Italia depende: directamente de Estados Unidos. Las varias visitas que Cossiga y sus enviados han hecho a Carter han tropezado siempre con la misma respuesta: el veto era antiguo, pero se ha renovado con la nueva situación de guerra fría. Otro aliado, Alemania Federal, mantiene la misma posición, y el correligionario alemán de la DCI, la Unión Demócrata Cristiana de la RFA, ha repetido la condena con unas palabras que reactualizan el tema: «Nos parece hoy absolutamente inimaginable que un partido cuyas fuentes ideológicas son las mismas que las de los brutales invasores de Afganistán, de los opresores de Europa occidental y de una fracción de mi patria -ha dicho en Roma el presidente de la DCU, Helmut Kohl- participe en la responsabilidad de un Gobierno en Europa con un partido demócrata cristiano.»

Lo curioso es que Berlinguer, secretario general del PCI, estaba diciendo al mismo tiempo, casi las mismas palabras de condena a la URSS, en un mitin convocado para «defender la paz, luchar contra el rearme y la guerra», donde no ha hurtado las acusaciones a la URSS por la «violación de la soberanía de un pueblo». Pero ni esa voz ni la larga política de distanciamiento de la URSS y de, condenas explícitas a sus otras violaciones -el caso Sajarov, los temas de los disidentes- sirven para nada. Ni la inflexión del eurocomunismo.

Todos los partidos demócratas de Italia, incluyendo el socialista, defenderán la necesidad de incluir a los comunistas en el Gobierno, operación que estaba prevista para después de este congreso. El Gobierno de Cossiga no era, en esta perspectiva, más que un interregno pactado. La Democracia Cristiana inició sus trabajos con el discurso del secretario general saliente, Zaccagnini, evocando incluso palabras antiguas del asesinado Moro, en el que se solicitaba la aceptación, bajo determinadas condiciones, de la colaboración comunista. La fuerza del veto extranjero, la violencia del anatema han pesado hasta el punto de que el congreso ha terminado sin resolución. Al mismo tiempo, se ha evitado la elección del secretario general por delegadoscompromisarios y se. ha relegado su designación al interior del Consejo Nacional, lo que permitirá pactos, maniobras, acuerdos secretos, compromisos.

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Desde la posguerra, Italia se está administrando así, con el zurcido de la maniobra. La realidad es que el segundo partido de Italia está ausente de la dirección del país por sospechas políticas sobre la última intención del «eurocomunismo», y ello crea alguna distorsión de la superficie política y, por consiguiente, del fondo. Todo ello hace difícil la solución de la crisis política italiana; crisis que no es más que el reflejo de la crisis económica y social, de una crisis de convivencia -el terrorismo bate todos los récords de Europa, y, probablemente, también las huelgas- y, en suma, de un alejamiento de la realidad sobre la que se pretende gobernar.

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