Editorial:

Oxígeno para el cine español

HACE TRES semanas el Pleno del Congreso aprobó, con el respaldo de los principales grupos parlamentarios, unas medidas urgentes, aunque todavía parciales, para salvar del desmantelamiento a la industria cinematográfica española. Un triple sistema de cuotas asegurará una presencia mínima de los filmes españoles en las listas de los distribuidores, en las programaciones de los cines y en la pantalla de televisión. La situación por la que atraviesá el cine español -este año la producción nacional apenas sobrepasará la cincuentena de largometrajes- es consecuencia, en gran medida, de la ligereza c...

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HACE TRES semanas el Pleno del Congreso aprobó, con el respaldo de los principales grupos parlamentarios, unas medidas urgentes, aunque todavía parciales, para salvar del desmantelamiento a la industria cinematográfica española. Un triple sistema de cuotas asegurará una presencia mínima de los filmes españoles en las listas de los distribuidores, en las programaciones de los cines y en la pantalla de televisión. La situación por la que atraviesá el cine español -este año la producción nacional apenas sobrepasará la cincuentena de largometrajes- es consecuencia, en gran medida, de la ligereza con la que los recién conversos al liberalismo económico desmontaron, con la furia del neófito, las medidas proteccionistas y dieron luz verde a la importación de películas extranjeras. A partir del decreto de noviembre de 1977, una auténtica riada de cine de pésima calidad, dedicado casi por entero a exaltar la violencia y a degradar el erotismo en obscenidad, inundó nuestras pantallas, polucionadas desde hace dos años por los desechos de la cinematografía norteamericana y europea.

No se puede negar que la censura bajo el anterior régimen tiene su parte de responsabilidad en la creación de esa demanda insatisfecha, que tan elocuentemente habla, por lo demás, de los resultados obtenidos, durante cuatro décadas, por los tutores de la educación, más preocupados. por poner unas imposibles puertas al campo del sexto mandamiento que por elevar el nivel cultural, promoverlos hábitos de convivencia y reducir el componente agresivo de los españoles. Como afirmó el señor Senillosa en el último Pleno del Congreso, es necesario .arrumbar con las trabas económicas y censoriales que entorpecen la creación cinematográfica española, aun cuando sólo sea para que podamos advertir claramente cuáles son las posibilidades técnicas e intelectuales del cine español. Pero esa vergonzosa invasión no ha tratado simplemente de cubrir la demanda latente de películas protagonizadas por lesbianas nazis que torturan en campos de concentración, asesinos con extrañas perversiones sexuales o clientes de lujuriosas y aburridas orgías. Los distribuidores y exhibidores también han fomentado esa moda, afortunadamente en decadencia, por motivos directamente relacionados con los bajos costos de adquisición de tales subproductos, comprados a precio de saldo y más baratos que cualquier filme español. De esta forma, y para mayor inri, la decadencia de nuestro cine no ha sido provocada por la competencia del cine extranjero de calidad, sino por un dumping de infracine carente de valor artístico.

La ley aprobada el pasado 21 de noviembre ha rectificado a tiempo el deslizamiento hacia la bancarrota de nuestra industria, dejada a la intemperie por los distribuidores, que prefirieron importar barato basuras ya terminadas que financiar los proyectos ofrecidos por los productores españoles. En adelante, las empresas distribuidoras, en su mayoría conectadas con las grandes trasnacionales, deberán contratar una película española por cada cinco licencias de doblaje de películas extranjeras.

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En cuanto a la cuota de pantalla, que obliga a exhibir películas españolas a razón de un día por cada tres de películas extranjeras, su eficacia queda asegurada por el establecimiento de un plazo cuatrimestral para la aplicación de esta ratio.

La fortísima campaña desatada, para forzar al Gobierno a modificar en el Senado ese marco cuairimestral y sustituirlo por otro anual indica hasta qué punto es esencial esa cautela, única forma de impedir que la proyección de películas españolas sea relegada a los períodos esta,cionalmente bajos de asistencia a las salas de espectáculos.

Hay, sin duda, un aspecto razonable en la crítica de lbs exhibidores, que se lamentan de que esa medida les obligará a «levantar» en pleno éxito una película extranjera que lleve tres meses en la cartelera para sustituirla por otra española. Sin embargo, ese argumento, coherente con los legítimos deseos empresariales de optimizar sus beneficios, es poco defendible desde el punto de vista del interés general. Pues la decisión de que una película sea explotada por una sola sala a lo largo de un dilatado período de tiempo es incompatible con un planteamiento cultural y socialmente menos estrecho del fenómeno cinematográfico. La proyección en un solo cine de, digamos, el Manhattan, de Woody Allen, equivale, para llevar las cosas al absurdo, a que Cien años de soledad hubiera sido vendido por una sola librería, a razón de un número limitado de ejemplares por día, para prolongar su éxito. El sistema francés de distribución, que busca la explotación intensiva de las grandes películas, exhibidas al tiempo en un elevado número de salas, en versión original y doblada, no es sólo un procedimiento empresarialmente más moderno y una eficaz manera de suprimir las colas, los abusos de la reventa y las aglomeraciones en el centro, sino también una forma de permitir que los fenómenos culturales lleguen a gran cantidad de ciudadanos sincrónicamente.

Finalmente, la cuota de Televisión -una película española cada diez extranjeras-, y el anuncio de que ese medio va a dedicar 1.300 millones de pesetas para financiar producciones cinematográficas, es un motivo para albergar ciertas esperanzas sobre los proyectos de la Administración en este terreno. En Francia, Italia y Alemania, la televisión ha producido, directamente o a través de empresarios independientes, algunas de las más notables películas de los últimos cinco años. Si nuestra televisión renunciara a enfoques partidistas, tal vez la utilización de esos fondos público! permitiera no sólo mejorar la situación de empleo y rentabilidad del sector cinematográfico, sino, además, promover la calidad de nuestro cine, razón que, en última instancia, es la que justifica el trato preferente y las ayudas a la industria cultural, tan descuidada en nuestro país como sobreprotegida en las demás naciones europeas.

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