Reportaje:

"Yo las ayudé a abortar porque me daban mucha lástima, llenas de problemas y sin un duro"

Cuando el próximo día 26 comparezcan ante el juez las once mujeres de Bilbao presuntamente relacionadas con delitos de aborto, quizá recuerden, como si les pasaran una película, la vida que han llevado hasta ahora: unas condiciones económicas desesperadas -por eso no pudieron irse a Londres-; un bajo nivel cultural, que posiblemente ni siquiera se plantean, y todos los problemas de la emigración desde Extremadura o Galicia. Sus deducciones ideológicas muestran los esquemas de su formación: hablan del aborto-pecado, o se muestran favorables a él, pero dudan ante el divorcio. Su independencia en...

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Cuando el próximo día 26 comparezcan ante el juez las once mujeres de Bilbao presuntamente relacionadas con delitos de aborto, quizá recuerden, como si les pasaran una película, la vida que han llevado hasta ahora: unas condiciones económicas desesperadas -por eso no pudieron irse a Londres-; un bajo nivel cultural, que posiblemente ni siquiera se plantean, y todos los problemas de la emigración desde Extremadura o Galicia. Sus deducciones ideológicas muestran los esquemas de su formación: hablan del aborto-pecado, o se muestran favorables a él, pero dudan ante el divorcio. Su independencia en la institución familiar se refleja en un «¡Qué dirían nuestros maridos ... !» Joaquina Prades cuenta hoy, desde Bilbao, la vida de la mujer del barrio, Julia, la que les ayudó a no tener el hijo que no deseaban, por lo que ahora están procesadas.

Si para todas las mujeres que supuestamente abortaron en Bilbao (véase EL PAIS de ayer), el fiscal solicita la pena mínima -seis meses y un día de prisión, más once años de inhabilitación especial, que supone la privación durante este tiempo del derecho al voto y a ejercer cargos públicos-, a la mujer acusada de practicar las interrupciones del embarazo se le piden sesenta años de cárcel, y a su hija Beatriz, una joven de veintitrés años que arrastra aún una meningitis que sufrió de pequeña, 55 años, por haber ayudado en las intervenciones y por haber abortado ella misma.La que era conocida como la mujer del barrio, la mujer a la que acudieron en estado desesperado otras varias de Basauri, para que les librase de aquel hijo no deseado, se llama Julia, tiene 42 años y regenta un bar en el Casco Viejo de Bilbao. Por su aspecto físico, nadie podría adivinar su edad, porque la cara y el cuerpo de Julia reflejan una vida cargada de trabajo y de miseria, y se le podrían calcular veinte años más. Desarreglada, atiborrada de cerveza (aunque ella se empeñe en disimularlo, tiene mucho miedo al juicio del día 26), y con una mueca de desprecio hacia todos «los extraños» que se le acercan, especialmente si son periodistas.

No esconde el rechazo que siente hacia todas las personas que intentan dar con ella para hablar de su actividad y su relación con el juicio, y sus palabras de recibimiento fueron: «Váyanse a tomar por el culo. No quiero hablar con nadie, y a los que han venido antes les he mandado a la mierda sin cruzar dos palabras, así es que, ¡fuera de aquí! ».

Tras decir esto desaparece sin más por una cortina, pero su hija Marisol, una muchacha de diecinueve años que, en principio, se muestra tan agresiva como su madre, acepta los razonamientos de Isabel, la abogada feminista que ya las conocía, y al final acepta:

«Veré qué puedo hacer. Oye, ama... » A regañadientes, Julia se apoya en la barra (en este minúsculo bar no hay ni banquetas) y con mirada hostil dice que no a todo, al menos a todo lo que oye, porque la música está tan talta que hay que hablar a gritos. Sólo cuando le decimos que las otras mujeres han dicho que en absoluto le guardan rencor por haber dado sus nombres -circunstancia no comprobada- y que en realidad reconocen que Julia les hizo un favor ésta se tranquiliza, pierde un poco de desconfianza y comienza a explicarse: «Si es que a mí me daban mucha lástima, todas cargadas de problemas, sin un duro, que acudían a mí medio llorando... ¿Qué iba a hacer? ¿Por dinero? ¿Que dicen que yo hacía esto por dinero? Están todos locos. Si a la mayoría no les cobraba, y, cuando más, dos mil pesetas. ¿No ven que si yo tuviese dinero no viviría en medio de toda esta miseria, matándome a trabajar? Lo que pasa es que da mucho coraje ver a todos esos niños llenos de mocos, pidiendo pan, más muertos que vivos y mendigando por los alrededores de El Corte Inglés. Para vivir así, mejor no.

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"Mi método es el más limpio"

De lo que Julia está orgullosa es de ser «una de las mejores» en su especialidad: «Ninguna mujer atendida por mí ha tenido nunca problemas secundarios. Mi método es el más limpio: agua, jabón y alcohol. Ningún dolor y todas tan tranquilas. Soy mejor que los médicos», aquí se para un momento, como reflexionando, y dice: «Pues si a mí, que jamás se me ha muerto ninguna, me piden sesenta años, a otras que todos conocen que se les murieron varias embarazadas...» Algo ha pasado por su cabeza que la ha enfurecido y de repente exclama: «La que voy a tener un hijo voy a ser yo, y después se lo voy a mandar a éste (cita a una de las personalidades políticas más altas del país), para que se lo coma con patatas.»

Toda su agresividad la descarga diciendo cosas como éstas y blasfemando a lo largo de la conversación. Ella quiere aparentar que pasa de todo, que todo le da igual y que no tiene ningún miedo, pero sus gestos nerviosos y a veces una risa forzada la delatan: «El día del juicio me tomaré yo seis coñacs, y me fumaré mi primer puerro. Así es que iré tan contenta, y tal como entraré por una puerta saldré por la otra. Mi abogado ya me defenderá.» También dice no estar preocupada por la cárcel. «Tanto da cinco años que cincuenta, si total, para como vivo... Allí trabajaré en eso que hacen las presas, labores y todo eso; comeré, beberé y dormiré.»

Julia dice que ya se conoce el patio porque estuvo en prisión, precisamente por este mismo proceso, en 1976: seis meses en Nanclares de Oca (Vitoria) y uno en Basauri. Su hija menor recuerda bien ese día: «Yo volvía del colegio y me dijeron que a mi madre se la había llevado la policía después de comer. Luego, su nombre salió en los periódicos y la gente de mi pandilla se enteró. A mí, al principio, me daba mucha vergüenza. Lo que más recuerdo de todo ese tiempo es que tuve que hacerme cargo de mi padre, de mi hermano y de Beatriz, la mayor, la que también está encartada en el juicio, que durante un mes es una persona adulta y al siguiente hay que enseñarle a comer y a hablar.» Iba a menudo a la prisión a ver a su madre y dice que un día volvió a casa llorando porque le había llevado una tarta y los guardias, explica, la rompieron delante de ella.

Mientras tanto, Beatriz ha permanecido callada detrás de la barra, vigilando a su niño de cuatro años. Beatriz está separada de su marido y vive con sus padres. Para ella, el fiscal solicita 55 años de cárcel y, según cuentan los abogados, su intervención se limitaba a preparar café o un vaso de leche con aspirina. Era menor de edad.

La incultura y la pobreza son el denominador común de las once mujeres procesadas. Excepto dos de ellas, las demás son emigrantes. Llegaron a Vizcaya cuando había trabajo para todos y se instalaron en Basauri, una de las tradicionales zonas obreras del País Vasco. Apenas si estudiaron y cuando eran solteras iban a las fábricas. Después, de casadas, a cuidar a los niños y al marido y a limpiar la casa.

"Unas cualquiera"

En realidad, responden al estereotipo tradicional del ama de casa, si no fuera porque su situación personal les ha hecho vivir en propia carne las contradicciones del sistema, la enorme distancia entre lo que es real (300.000 mujeres, como mínimo, abortan clandestinamente cada año en España) y lo que es oficial, el aborto como delito. Por eso ellas, al tiempo que dudan al declararse partidarias del divorcio, «porque a lo mejor la gente piensa que somos unas cualquiera, si encima de lo que hemos hecho parece que no nos llevamos bien con nuestros maridos», dice Rosa, la que abortó porque sus niños nacían enfermos, responden convencidas que a una manifestación en favor de la despenalización del aborto irían «las primeras y llevando la pancarta, si es preciso».

Pero, al mismo tiempo, tanto Amelia, la mujer a la que se le morían los niños varones, como Rosa, ambas con graves problemas de salud, parecen extrañarse cuando se les pregunta por qué no intentaron evitar los embarazos, aun a falta de anticonceptivos: «Ah, bueno, eso siendo solteras, pues sí, entonces no habría problemas, pero de casadas, es imposible. ¿Cómo les vamos a decir a nuestros maridos que no.... que no ...? Bueno, eso a un hombre no se le puede decir. Bastantes problemas hay ya fuera de casa como para crear encima problemas dentro del matrimonio; no, eso no era posible.»

Otra anécdota también reveladora fue el hecho de que una de ellas se mostraba convencida de que en las mismas circunstancias volvería a abortar una y mil veces, pero durante la conversación empleó la palabra pecado cuando se reteria al aborto.

Según cuentan, las vecinas de Basauri también contribuyeron a crearles esa conciencia de pecado. A Amelia, en la tienda le llamaron criminal y, en general, notaron el rechazo de casi todas las mujeres del barrio, obreras la mayoría de ellas y cargadas de niños.

Ellas explican que el vecindario se enteró de su caso cuando un día la policía se presentó en el barrio preguntando de portal en portal dónde vivía una extremeña, que es morena y tal, o dónde la gallega; por lo visto no conocían sus nombres. Cuando las localizaron, les increparon: «¿Conocen ustedes a Julia?» «Claro que la conocemos, vive por aquí.» «Pues acompáñennos a comisaría, que tienen que declarar y después volverán a sus casas.» Ellas comentan, indignadas, que ese después, que las mujeres interpretaron como un par de horas, se convirtió en tres días de cárcel y posterior citación judicial.

Ni los abogados ni las mismas mujeres procesadas saben muy bien quién o quiénes denunciaron a Julia y en qué circunstancias ésta delató sus nombres, si es que lo hizo. La versión que algunos abogados dan por válida es la siguiente: una de las mujeres procesadas se quedó embarazada, por segunda vez, del hombre con el que vivía. El primer aborto parece ser que lo realizó con Julia, en Basauri, pero la segunda vez fue a Londres. Cuando regresó se encontró con que su compañero la había denunciado por haberle robado 180.000 pesetas; ella argumentó que habían sido para abortar y, discutiendo ambos delante de la policía, delataron que la primera vez «había abortado mucho más barato en Basauri». A raíz de estas palabras, dieron con el paradero de Julia y, a través de ella, con las demás.

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