Tribuna:SPLEEN DE MADRID

Unamuno

Unamuno en Madrid, alto paleto, provinciano genial, amador de la Villa, paseante. Alianza Editorial reedita los famosos Paisajes del alma, donde reveo y releo el apartado «Madrid», Unamuno perdido en Santa Brígida, Unamuno conversando con los delfines de piedra, o en la calle del Sacramento, que aún no era (luego ha vuelto a dejar de serlo, por anteriores incurias municipales, vía mayor dorsiana), Unamuno en la Pradera del Santo, orillas del Manzanares, ese señor de negro que pasea los mercados y soba la fruta, Unamuno, la Cibeles y el Carnaval.El más entrañable Unamuno para quienes...

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Unamuno en Madrid, alto paleto, provinciano genial, amador de la Villa, paseante. Alianza Editorial reedita los famosos Paisajes del alma, donde reveo y releo el apartado «Madrid», Unamuno perdido en Santa Brígida, Unamuno conversando con los delfines de piedra, o en la calle del Sacramento, que aún no era (luego ha vuelto a dejar de serlo, por anteriores incurias municipales, vía mayor dorsiana), Unamuno en la Pradera del Santo, orillas del Manzanares, ese señor de negro que pasea los mercados y soba la fruta, Unamuno, la Cibeles y el Carnaval.El más entrañable Unamuno para quienes no le tenemos excesivamente entrañado. Son artículos de los años 32 y 33, publicados en El Sol y en Ahora. El otro día daba yo aquí una entrevista sobre articulismo (hoy decimos columnismo, por clara influencia anglosajona) que me hicieron para una revista literaria. Qué articulista, Unamuno. Eso era, eso es un articulista, un columnista, mi querido encuestador: un hombre que pasea por Madrid y cuenta su paseo, un pardillo griego y latino, un clásico de Salamanca que se detiene en las plazas de la erudición, en las esquinas del lenguaje, y no pierde el hilo de la paseata, sino que sigue descubriendo Madrid, madriles, mercados, tapias, edificios, diálogos, gentes, con una curiosidad universal de provinciano, con una curiosidad provinciana, que es la del hombre universal.

Quizá por deformación -o simplemente por formación- profesional, siempre ha preferido uno al Unamuno articulista, pues sostengo que la inspiración dura dos folios (un artículo) y Unamuno era un sentidor que se transmutaba en zarza ardiente de lenguaje, sentimientos y sabiduría durante el cuarto de hora de un artículo. Luego ya se enrolla, como es inevitable, para hacer un ensayo completo o un libro, aunque algunos de sus libros, como éste, no sean sino una articulación de artículos.

Ha tenido uno, naturalmente -y ha querido-, que hablar y escribir muchas veces sobre este raro: género del artículo, que tiene el prestigio del fragmento, como todos los géneros cortos, y he sostenido siempre que el 98 lleva a orfebrería máxima el artículo de periódico y educa a España a través de los periódicos y los artículos tanto o más que a través de sus libros. Después, Ortega y D'Ors continúan el alto y fugaz magisterio del artículo. Con la glosa dorsiana, el género llega a su perfección biológica como la raza felina ha llegado con el gato, según los naturalistas.

Gato que se siente un tigre en pie, Unamuno pasea por Madrid sin esos prejuicios y malos juicios con que pasean hoy los periféricos esta involuntaria capital de tantas cosas. Empezó, de mozo, encerrándose en una pensión lóbrega a estudiar griego, y acaba recitando sin voz a Eulogio Florentino Sanz ante la Cibeles, que hoy nos parece una señora posfranquista que va de compras en su utilitario de dos leones, en lugar de dos caballos. Una señora que ha puesto dos leones en su motor, en vez de un tigre.

No hemos inventado nada, claro. El artículo vivido, paseado, callejeado, está ya en Unamuno, como está en Larra (cada artículo de Larra es un viaje alrededor de Madrid, una vuelta al mundo madrileño en ochenta minutos, como mucho). Unamuno, aquí, evoca e invoca a Larra, inevitablemente. Unamuno por el Madrid republicano, a redropelo de la gracia republicana y doncella de las doncellas, que no dejan de llevársele detrás el corazón misógino y kierkegaardiano, como una cometa de su papiroplexia.

Qué lección para periféricos, autoinsuficientes, odiadores de Madrid manque pierda e ignoradores de su casual grandeza minimizada. Tanto ha paseado uno la ciudad, tanto se ha topado con fantasmas de franela y amigos o enemigos de piedra blanca de Colmenar, pero nunca un encuentro como éste con el palurdo universal que pasea Madrid con zapatones. A Tierno, que quiere galvanizar las nobles prensas municipales, le sugiero una edición bibliófila de este Madrid de Unamuno, de este Unamuno madrileño, peatonal, articulista y aprendiz. Sabio es el que aprende.

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