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El aborto: las razones de la sinrazón

Médico

Desde hace unas cuantas semanas viene hablándose y escribiéndose con progresiva frecuencia del tema del aborto. Hay opiniones para todos los gustos. Se trata la cuestión como si fuera una «figurilla de escaparate» ante la cual cada uno pudiera emitir su respetable juicio y después marcharse «tan tranquilo».

Yo he leído y oído «razones» favorables a la legalización del aborto que me han hecho estremecer.

No se puede vivir sin justificar cada uno de los actos en que nuestra vida consista. La vida es elección. Vivir es sentirse arrojado en una determinada ci...

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Médico

Desde hace unas cuantas semanas viene hablándose y escribiéndose con progresiva frecuencia del tema del aborto. Hay opiniones para todos los gustos. Se trata la cuestión como si fuera una «figurilla de escaparate» ante la cual cada uno pudiera emitir su respetable juicio y después marcharse «tan tranquilo».

Yo he leído y oído «razones» favorables a la legalización del aborto que me han hecho estremecer.

No se puede vivir sin justificar cada uno de los actos en que nuestra vida consista. La vida es elección. Vivir es sentirse arrojado en una determinada circunstancia que nos fuerza a ejercer nuestra inexorable libertad; siempre se abren ante cada uno de nosotros varias posibilidades. Sólo una de ellas podrá realizar en el aquí y ahora; y para preferirla, tengo que tener algún motivo; tengo que justificarme por qué y para qué elijo esa y no otra. La vida es justificación de sí misma. Es intrínsecamente moral o inmoral.

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La vida, la suya -lector o lectora-, le es dada. Usted no ha elegido nacer, ni la familia, ni el país, ni el cuerpo que tiene, ni el sexo, ni la raza. Se ha encontrado con todo ello. Todo eso que le ha sido dado, que no ha elegido usted -su circunstancia- forma parte de su efectiva realidad. Con ello tiene que hacer su vida. Le es dado con qué hacerla, pero no le es dado qué es en concreto lo que tiene que hacer. Ante usted se abren diversas posibilidades; ¿qué hacer?, nos preguntamos a cada instante. Tenemos que «inventar» nuestra vida, imaginarla previamente en vista de lo dado. Tenemos que hacernos un programa, un proyecto que nos permita hacer efectiva nuestra vida. Somos antes que nadaproyecto, programa, pretensión. La vida es quehacer, pero el primer quehacer es decidir eso que vamos a hacer. Así siempre, de por vida, día tras día, instante tras instante. Nos vemos forzados a poner en movimiento la «razón» para seguir viviendo. «No vivimos para pensar, pensamos para poder pervivir», dijo alguien hace y tiempo. Tenemos forzosamente que intentar «aprehender la realidad en su conexión». ¿Desde dónde? Desde nuestra particularísima vida. Mi vida -la de cada uno- es la realidad en la que aparece cualquier otra realidad. Es la realidad radical. Aquella en la que radican todas las demás, sean o no más importantes que ella. «La vida es la organización real de la realidad.» Entonces, ¿quién soy yo? Yo soy el que tengo que hacer mi vida con lo que me ha sido dado. Yo soy un proyecto. La vida humana tiene una forma concreta, lo que llamamos « el hombre ». El hombre es « la estructura empírica de la vida humana». En lugar de dos brazos y dos piernas podría darse vida humana con ocho brazos y ocho piernas. En lugar de dos ojos, podríamos tener cinco, seis o los que fueran. Podríamos tener forma ovalada, redondeada o cuadrangular; o tener alas. Pero no; la forma concreta en que se da la vida humana tal como se nos ofrece tiene una estructura a la que damos el nombre de «hombre». Yo tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Sin él no soy, pero él no soy yo. No podemos reducir la realidad personal a una realidad estrictamente biológica. Soy un «alguien corporal». «El carácter programático, proyectivo, no es algo que nuevamente acontezca a la persona, sino que la constituye.» Sí: en cuanto persona soy esencial y constitutivamente proyecto.¿Qué -o mejor- quién es ese óvulo recién fecundado? Puro proyecto con una mínima instalación corpórea. ¿Soy menos proyecto recién «dado a luz», a los nueve meses, a los tres años, a los diez, a los treinta o a los setenta, si es que llego?

Si fuésemos mínimamente fieles a la realidad, si no pretendiésemos hacerla a nuestro gusto, creo que el planteamiento de la «cuestión» del aborto estaría inmediatamente resuelta. Porque si admitimos legalizarlo porque es un hecho que se da, legalicemos también el crimen y asesinemos impunemente al primero que nos estorbe.

El hijo viene de los padres pero no es ni el padre ni la madre. Es él mismo. La mayor bellaquería es atacar y matar al que no puede defenderse. ¿Hay algún ser más indefenso que un recién «dado a luz»? Sí. El hijo que acaba de cumplir un segundo en el seno materno.

Escribo con el corazón dolorido, para los lectores cristianos o no que «aceptan» de «buena fe» esa legalización. Y escribo con profundo dolor porque esto que acabo de escribir está dicho, y mucho mejor, desde hace muchos años, por personas que tenemos en nuestra inmediata circunstancia. De ellos he tenido que utilizar varias citas. Gracias les sean dadas. Yo muy particularmente se las doy.

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