El "Watergate" surafricano amenaza la vida política de Vorster y el primer ministro

Las posiciones políticas del jefe del Estado surafricano, el ex todopoderoso primer ministro John Vorster, y la del propio jefe del Gobierno, Peter W. Botha, se van haciendo más frágiles a medida que se conocen elementos nuevos de los secretos proyectos propagandísticos del régimen racista, financiados con el uso clandestino de centenares de millones de fondos públicos.

La última revelación del que fuera secretario de Información, Eschel Rhoodie, fugitivo ahora y víctima propiciatoria del escándalo, descubre que el señor Vorster, en calidad de primer ministro, presidía un comité con ple...

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Las posiciones políticas del jefe del Estado surafricano, el ex todopoderoso primer ministro John Vorster, y la del propio jefe del Gobierno, Peter W. Botha, se van haciendo más frágiles a medida que se conocen elementos nuevos de los secretos proyectos propagandísticos del régimen racista, financiados con el uso clandestino de centenares de millones de fondos públicos.

La última revelación del que fuera secretario de Información, Eschel Rhoodie, fugitivo ahora y víctima propiciatoria del escándalo, descubre que el señor Vorster, en calidad de primer ministro, presidía un comité con plenos poderes sobre el control de estos proyectos clandestinos, entre los que figuraban el establecimiento de una red internacional de propaganda basada en Gran Bretaña y la compra de cabeceras periodísticas respetadas de este país.El actual premier surafricano, Peter W. Botha, que sustituyó a Vorster el año pasado, tras la dimisión de éste por motivos de salud, aseguró en enero que está dispuesto a dimitir si le prueba que él o algún miembro de su Gabinete habían tenido conocimiento de los entresijos del llamado «escándalo Muldergate».

En medios políticos de Pretoria se baraja abiertamente la posibilidad de unas elecciones anticipadas que limpien el aire político del pesado olor a escándalo, que crece día a día. Porque las actividades secretas del Gobierno del apartheid parecen ir mucho más allá de la financiación desde Suiza de una red de propaganda internacional.

La semana pasada, Eschel Rhoodie amenazó desde algún lugar de Latinoamérica con descubrir 41 grabaciones secretas «que harían tambalearse al país» si no se le permite rehabilitar su nombre en la República Surafricana. En un movimiento de respuesta que supera a las mejores narraciones de espionaje, el general, Van der Bergh, ex jefe de la Policía Política, voló a Europa el jueves para entrevistarse en París con Rhoodie y disuadirle de sus intenciones.

Van der Bergh ha declarado en Londres, antes de regresar a Johannesburgo, que no lleva consigo las temidas grabaciones, pero que el ex secretario de Información ha aceptado mantenerlas en secreto. ¿Para quién trabaja el ex jefe de los servicios de seguridad surafricanos? Según él mismo, para nadie, «simplemente porque los documentos de Eschel Rhoodie harían mucho daño a mi país». Pero lo cierto es que voló a París en compañía de un abogado y un joven millonario protegido del régimen de Pretoría y supuestamente encargado de hacer alguna oferta al alto funcionario fugitivo.

Aunque el contenido de las conversaciones entre Van der Bergh y Rhoodie se desconoce absolutamente, algunas declaraciones del primero en París y la capital británica sugieren que la información con que Rhoodie amenaza «decapitar»al sistema concierne fundamentalmente a las relaciones exteriores de Pretoria. Israel y Latinoamérica -más concretamente los lazos entre el régimen racista y el Estado judío (armamento, petróleo, servicios secretos, etcétera) y sus contactos con las dictaduras suramericanas, que podrían llegar al campo estratégico- han ocupado de inmediato el centro de las especulaciones periodísticas.

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En relación con esta complicada madeja están, sin duda, las sorprendentes declaraciones en Zurich, el viernes, del ministro surafricano de Asuntos Exteriores, Pik Botha, en el sentido de que su país va a revisar su alineamiento con las potencias occidentales y a derivar hacia posiciones más neutralistas y de vocación más especificamente africana. El anuncio del señor Botha, que hablaba en un «conclave» de embajadores surafricanos, sigue a la virtual paralización de los planes conjuntos con la ONU para la independencia de Namibia.

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