Reportaje:

La alianza entre Egipto, Israel y Arabia Saudí, base de una nueva estrategia de Washington

Los casi desesperados esfuerzos del presidente Jimmy Carter para mantener en la mesa de negociaciones a Egipto e Israel y especialmente su espectacular viaje de esta semana a ambos países, en el que se juega su ya erosionado prestigio político, son buena prueba de hasta qué punto necesita Washington que egipcios e israelíes firmen cuanto antes la paz, para cimentar a partir de ella, una nueva estrategia en Oriente Próximo que le permita hacer frente a los cambios registrados en el área.La revolución irání, que supuso la pérdida del fiel gendarme de Estados Unidos en la zona no ha sido el único...

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Los casi desesperados esfuerzos del presidente Jimmy Carter para mantener en la mesa de negociaciones a Egipto e Israel y especialmente su espectacular viaje de esta semana a ambos países, en el que se juega su ya erosionado prestigio político, son buena prueba de hasta qué punto necesita Washington que egipcios e israelíes firmen cuanto antes la paz, para cimentar a partir de ella, una nueva estrategia en Oriente Próximo que le permita hacer frente a los cambios registrados en el área.La revolución irání, que supuso la pérdida del fiel gendarme de Estados Unidos en la zona no ha sido el único revés, aunque sí el más importante sufrido por Washington en esa amplia región que va desde el Mediterráneo oriental hasta el subcontinente indio, con el «cuerno de Africa», el mar Rojo y el golfo Pérsico como puntos vitales. Una región de la que provienen las tres cuartas partes del petróleo que consume el mundo occidental.

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El golpe de Estado y consiguiente instauración de un régimen prosoviético en Afganistán, la agitación del mundo islámico y sus aún imprevisibles consecuencias, los choques fronterizos entre el conservador Yemen del Norte y el marxista Yemen del Sur, la proyectada unión de Siria e lrak, las tensas situaciones políticas en Turquía y Pakistán y los recientes roces diplomáticos entre Estados Unidos y Arabia Saudita han sido nuevas piezas de un puzzle enormemente enrevesado, nuevos elementos que han ido configurando una ecuación estratégica tan compleja que muchos dudan si la Administración Carter sabrá, o podrá, resolverla.

Desde finales de la segunda guerra mundial, Estados Unidos ha definido tradicionalmente sus «intereses mínimos» en el área del golfo Pérsico y la península arábica del siguiente modo: libre tránsito por los estrechos, acceso al petróleo y no existencia de bases soviéticas. Hace unos días, dos miembros del Gobierno de Jimmy Carter hablaban del «interés vital» de la región para Norteamérica y admitían abiertamente la posibilidad de una intervención militar, si llegara el caso, para defender las rutas del petróleo.

El consejero presidencial para Asuntos de Seguridad, Zbigniew Brzezinski, habla de un «arco de crisis» que pone en peligro los intereses norteamericanos, y el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, dice que el «momento geopolítico» del área se ha vuelto contra Estados Unidos. Para otros muchos, cada revés de Washington en la zona es un triunfo de Moscú, directa o indirectamente provocado, y creen llegada la hora de «enseñar los dientes» a la Unión Soviética. El reciente viaje del secretario de Defensa, Harold Brown, a cuatro países de Oriente Próximo tuvo como objetivo estudiar y discutir las posibles fórmulas de incrementar la presencia militar de Norteamérica en la región. Una serie de opciones se barajan en Washigton en estos momentos, condicionadas en gran medida a un tratado de paz entre Egipto e Israel.

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Si el acuerdo llegará a firmarse finalmente, Estados Unidos podría intentar poner en práctica la vieja idea de una alianza de facto entre Israel, Egipto y Arabia Saudita. El papel de gendarme correspondería en este esquema a Egipto, y el presidente Sadat parece dispuesto a asumirlo, con algunas condiciones abundantes y modernas armas suministradas por Washigton y una especie de «nuevo plan» que se cifra ya en 8.000 millones de dólares de ayuda economica.

Con garantías para su propia seguridad, Israel no tendría inconvenientes en aceptar este plan y un antiguo jefe del Mossad, el espionaje israelí, urgía recientemente a la formación de un eje El Cairo-Jerusalén-Riad, bajo la sombrilla de Washington. Esta fórmula de «poder triangular» sería, sin duda, la más beneficiosa para los intereses norteamericanos y evitaría una presencia militar directa en el área.

Arabia saudita se muestra reticente, sin embargo, y ha abierto la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas con Moscú. Los sauditas se oponen a los acuerdos de Camp David, porque no resuelven el problema palestino, y han dado muestras de frialdad hacia Washington en los últimos días. Pero la guerra fronteriza en el Yemen les puede llevar a una intervención en favor de su aliado, Yemen del Norte, para la que ya han pedido ayuda a Estados Unidos electrónico en Irán y la desaparición práctica del CENTO (Organización del Tratado Central), una alianza ya obsoleta que agrupaba a Irán, Pakistán, Turquía y Gran Bretaña, con Norteamérica como Estado asociado, hacen mucho más importante a Turquía para Washington y así lo demostró el levantamiento del embargo de venta de armas impuesto tras la invasión turca de Chipre.

El otro movimiento es una versión actualizada de la «polítíca de las cañoneras». Estados Unidos aumentará su flota en el océano Indico, incluirá en la misma buques portahelicópteros y anfibios y hará más frecuentes las visitas de sus barcos a los puertos de la zona. Otras opciones en estudio son la realización de maniobras conjuntas con ejércitos aliados y las exhibiciones de aviones ultramodernos, como la realizada en Arabia Saudita el pasado mes de enero.

Base aérea en el Sinaí

Aunque el Departamento de Estado niega que Washington pretenda establecer bases militares en Oriente Próximo es evidente que la posibilidad se ha estudiado. Los israelíes habrían ofrecido la base aérea de Etzion, construida por ellos en el ocupado territorio del Sinaí. Al devolver la Península a Egipto, si se firma el tratado de paz, Israel estaría mucho más tranquilo si la base quedase en manos de su principal valedor y Norteamérica obtendría una excelente plataforma en el corazón de Oriente Próximo. Egipto no parece entusiasmado con la idea, pero en caso de que Carter se interesase realmente por Etzion ésta podría ser la llave de la ayuda económica y militar norteamericana.

Las otras opciones son el puerto de Berbera, en Somalia, que domina el golfo de Aden y la entrada al mar Rojo y que fue causa de preocupación para Estados Unidos antes del cambio de alianzas en el «cuerno de Africa», cuando Somalia era aliado de la URSS, y la isla de Diego García, una posesión británica en el océano Indico, que podría ser un excelente recaladero para la séptima flota y una base para la aviación norteamericana, incluidos los bombarderos estratégicos B-52.

Pero todos estos esfuerzos para «advertir» del interés norteamericano en Oriente Próximo y para «animar» a los regímenes prooccidentales del área carecerían de sentido si las conversaciones de paz entre Israel y Egipto se rompen definitivamente. Por eso Carter llega mañana a El Cairo, en la operación más arriesgada para su propio prestigio político y el de su país, emprendida por un presidente norteamericano en las últimas décadas.

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