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Los acuerdos de Camp David, éxito "póstumo" de Kissinger

Corresponsal del "New York Times" en MadridEl contenido y la estrategia de los acuerdos de Camp David son el triunfo anónimo de la diplomacia iniciada por el antiguo secretario de Estado Henry Kissinger, durante los dos años posteriores a la guerra del 73 en el Oriente Próximo, estrategia que Jimmy Carter criticó duramente al acceder a la presidencia de su país.

La esencia de la táctica de Kissinger era que la fuerza política y militar de Egipto y la soterrada alianza militar con Arabia Saudita era más que suficiente para despertar al mundo árabe. En septiembre de 1975, tras ...

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Corresponsal del "New York Times" en MadridEl contenido y la estrategia de los acuerdos de Camp David son el triunfo anónimo de la diplomacia iniciada por el antiguo secretario de Estado Henry Kissinger, durante los dos años posteriores a la guerra del 73 en el Oriente Próximo, estrategia que Jimmy Carter criticó duramente al acceder a la presidencia de su país.

La esencia de la táctica de Kissinger era que la fuerza política y militar de Egipto y la soterrada alianza militar con Arabia Saudita era más que suficiente para despertar al mundo árabe. En septiembre de 1975, tras el segundo acuerdo sobre el Sinaí entre Israel y Egipto, Sadat fue atacado duramente por sus enemigos árabes, pero no se derrumbó. Camp David significa un tercer acuerdo sobre el Sinaí y, probablemente, algo más.

Con la perspectiva de una evacuación israelí del Sinaí egipcio a la vista, el próximo paso es, lógicamente, Jordania, que se encuentra actualmente en la difícil posición de ver cómo Egipto avanza hacia una paz unilateral con Israel o con la alternativa de unirse al proceso iniciado en Camp David. Si el rey Hussein se decide a tomar esta última opción, se arriesga a duros ataques verbales de Siria, así como a la hostilidad de la OLP, hacia cuyos miembros tiene una obligación moral.

Para los americanos es esencial que Jordania y Arabia Saudita actúen como un «ancla» en cualquier tipo de acuerdo para lograr resultados en las conversaciones de Camp David.

Sin embargo, en cada declaración de dichos países hay un vacío: por un lado, los árabes dicen que no tienen ningún derecho a impedir que «ningún país árabe reconquiste sus territorios, y los jordanos declaran que no dudarán en ejecutar sus responsabilidades y deberes hacia la causa de la paz en el área y para salvaguardar y. defender los derechos del pueblo palestino».

Ryad y Amman, a la expectativa

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Según ha declarado un diplomático occidental en Amman, quien, como otros, juzga negativas las declaraciones de Arabia Saudita y de Jordania, «las posturas de ambos países parecen ser de expectativa».

Lo que los sauditas y jordanos desean de Vance es saber sin duda alguna hasta qué punto Estados Unidos puede garantizar, después de transcurrido el período de transición de cinco años previsto en el acuerdo con los israelíes en Camp David, el abandono por éstos de los territorios de Cisjordania y Gaza, y por tanto pedirán garantías a los americanos sobre control árabe, o por lo menos acceso por parte de los árabes al este de Jerusalén, ocupado por los israelíes desde 1967.

La postura del rey Hussein, al ser llamado para intervenir en las negociaciones, es de un mediador que será criticado tanto por los americanos como por los sauditas. Su reino está respaldado tanto por Estados Unidos como por Arabia Saudita, y uniéndose a las conversaciones de Camp David puede todavía rescatar el argumento de Carter de que se está construyendo un marco válido para el logro de la paz en Oriente Próximo y no solamente negociaciones entre Egipto e Israel.

Al rey se le pide en realidad que rechace -tal como lo hizo Sadat- la resolución de 1974 que declaró que la OLP era «el único representante legítimo del pueblo palestino» y que se una a una ocupación conjunta de la Cisjordania con los israelíes. Pero por ahora, al menos, el monarca no tiene ninguna garantía de una futura unión de la Cisjordania a su reino, ni tampoco ninguna garantía de que los israelíes le entregarán una parte de la ciudad de Jerusalén.

Es sabido que el rey desea recobrar la Cisjordania, aunque la mayoría de sus consejeros se oponen a politizar un área en la cual sus habitantes palestinos tienen amargas memorias de la tiranía hachemita anterior a la conquista israelí en 1967. Desde el punto de vista diplomático, el problema es que aparezca que Husseín es la persona designada para satisfacer las aspiraciones palestinas y no un dictador nombrado por Washington para relegarles. La absorción de la Cisjordania convertiría a Jordania en una nación de mayoría palestina, en cuanto a población se refiere, y sería una victoria para el rey Hussein.

Una de las cuestiones que preocupa a Hussein antes de decidirse es el juicio de Washington sobre la estabilidad de Sadat en el poder. En esta cuestión influirá también lo que los sauditas, que mantienen el Gobierno de Sadat a flote, aconsejen al rey Hussein en privado. Como la opinión del pueblo árabe está grandemente influida por los medios de comunicación de Damasco, Bagdad y Trípoli contra los acuerdos de Camp David, es posible que aquélla influya negativamente en la línea que han de seguir los regímenes árabes.

Esta reacción es quizá más fuerte en Siria, cuyo Gobierno ha atacado duramente los acuerdos de Camp David, que quizá inconscientemente no mencionan los territorios ocupados por Israel en las alturas del Golán. Sin embargo, el presidente Hafez al Assad ha estado en estrecho contacto con Hussein y accedió a recibir a Vance en Damasco.

La situación en que se encuentra Siria confirma las hipótesis, quizá, muy duras, de Henry Kissinger y parecer ser que actualmente de Jimmy Carter, sobre Oriente Próximo. Al no contar con un aliado secreto en El Cairo, Damasco no puede enfrentarse a una guerra con Israel.

Hace tiempo que Henry Kissinger se quejaba de que Assad no haría absolutamente nada: «Si yo quiero algo, esto no significa nada para Assad. Sólo hace lo que le conviene, es lo único que le importa, es muy inteligente.»

Lo que el presidente Assad quiere hoy día no es sólo que los israelíes desalojen las alturas del Golán, sino también completa libertad en Líbano, donde 35.000 soldados sirios están enfrentados con 10.000 cristianos, apoyados por Israel. Dicho apoyo actúa como palanca sobre el comportamiento de los sirios, no sólo en Líbano, sino también sobre todo el frente oriental.

En lo referente a Siria, el principio de una paz o una eventual guerra podría formarse en Líbano, a costa del ejército libanés o de las guerrillas palestinas que durante los últimos tres años han sido depositarios de los intereses árabes e israelíes. En resumen, lo que Assad tiene que ofrecer a Estados Unidos y a Israel es la capacidad de pacificar Líbano, incluyendo las guerrillas palestinas.

Si Jordania y Siria se vieran arrastrados al lado de Egipto, los grandes perdedores serían los líderes de la OLP establecidos en Beirut. Los documentos de Camp David, que incluyen el establecimiento de una policía palestina, elecciones e institucionalizaciones locales gubernamentales, fueron claramente redactados con la intención de dividir la camunidad palestina, tanto los millones que viven en el exilio como el millón que vive bajo la ocupación israelí.

La OLP puede ser el gran perdedor

De momento no hay síntomas de que este complot haya comenzado y la OLP sigue teniendo gran fuerza en Cisjordania y en Gaza. Pero si los palestinos vieran una oportunidad de acabar con la ocupación israelí, incluso cayendo de nuevo bajo la monarquía hachemita, probablemente algunos de estos grupos estaría dispuesto a colaborar con los cuerpos semi-autónomos delimitados en los documentos de Camp David.

La situación futura de Jordania y Siria depende de la habilidad de los americanos para lograr acuerdos acerca de los territorios ocupa dos por Israel en 1967 y que deben pasar a manos de los árabes. En los acuerdos de Camp David no se menciona el futuro de los campamentos de Cisjordania. Esto, unido al tema de compra de tierras por los israelíes, es muy irritante para los árabes, su orgullo y ansias de soberanía. El abandonar la Cisjordania es para los israelíes un trago más duro que abandonar la península del Sinaí, y peor todavía es plantearse la posibilidad de que el este de Jerusalén sea «vaticanizado», o tener que abandonar el Golán.

En Camp David, tres presidentes tomaron las medidas lógicas y casi lograron sellar un trato bilateral que hubiera sido efectivo inmediatamente después de la visita de Sadat a Jerusalén, si los políticos egipcios e israelíes hubieran resistido la tentación de las cámaras de la televisión.

El próximo paso, en el que tomará parte Jordania, será más difícil. Egipto, país abierto a la cuestión árabe, está cansado de guerras, de las cuestiones abstractas de los derechos palestinos y su mayor preocupación es el hambre y las necesidades del país.

Hussein no tiene mucho terreno donde maniobrar y tendrá que apoyarse en los americanos si quiere que los próximos pasos a dar signifiquen algo más que neutralizar Egipto.

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