Tribuna:

La cuestión del aborto en Italia

Después de la aprobación de la ley del aborto en Italia, ha sucedido lo que era previsible: una fuerte reacción de la Iglesia católica expresada, tanto en una condena solemne del aborto por parte del Papa Pablo VI, como en unas instrucciones pastorales del cardenal vicario de Roma, monseñor Ugo Poletti, dirigidas a los médicos y demás personal sanitarlo. En ellas, se recuerda la incompatibilidad absoluta de las prácticas abortivas con los principios cristianos y, por tanto, el rechazo que debe oponer todo médico católico a esas prácticas, aunque desde luego pueda y deba prestar sus servicios a...

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Después de la aprobación de la ley del aborto en Italia, ha sucedido lo que era previsible: una fuerte reacción de la Iglesia católica expresada, tanto en una condena solemne del aborto por parte del Papa Pablo VI, como en unas instrucciones pastorales del cardenal vicario de Roma, monseñor Ugo Poletti, dirigidas a los médicos y demás personal sanitarlo. En ellas, se recuerda la incompatibilidad absoluta de las prácticas abortivas con los principios cristianos y, por tanto, el rechazo que debe oponer todo médico católico a esas prácticas, aunque desde luego pueda y deba prestar sus servicios a una paciente que ya haya abortado.Parece que los partidos laicos habían pensado que el Vaticano o la Iglesia italiana acudirían esta vez también, como en el caso del divorcio, a la petición de un referéndum que sancionase o desaprobase la ley del aborto aprobada en el Parlamento, y quizás, también, pensaban ganar como en aquella oportunidad. Y quizás, o lo más probable, es que así hubiera sucedido. ¿No han querido, entonces. el Vaticano y la Iglesia italiana experimentar otra derrota en el piano político? Es difícil saberlo.

Es difícil saberlo, pero se preferiría pensar que tanto el Vaticano como la Iglesia católica itallana han abandonado por verdadera convicción el viejo hábito secular de plantear los grandes problemas religiosos o éticos a nivel político, tratando en último término de mantener la vieja cristiandad apoyada ahora en el voto popular como antes en las estructuras del poder. La humillación sufrida por el Vaticano y la Iglesia con la derrota de sus puntos de vista en el referéndum sobre el divorcio puede, pues, haber desaconsejado el acudir ahora a otro referéndum sobre el aborto, pero repito, que se preferiría creer que los católicos se han percatado de que en esta nuestra soledad secular han de comportarse un poco o un mucho como los cristianos de los tiempos paganos: siendo estrictamente fieles a su fe y poniendo la carne en el asador, si llega el caso, para convencer a ese mundo secular de su barbarie pero sin volver a dar ni la sensación más lejana de que se añora un pasado de preeminencia política.

Escoger entre dos bienes

Evidentemente, una conciencia cristiana no podrá aceptar nunca el aborto, salvo en muy concretas circunstancias de conflicto de dos bienes morales entre los que hay que escoger dramáticamente, como no puede aceptar el endiosamiento del emperador o la guerra moderna o la pena de muerte. Tampoco podrá reconciliarse nunca con la civilización consumista montada sobre el dinero y el aplastamiento de los más débiles o el darwinismo social. En el Escorial, hay un cuadro del Greco que resume muy bien la actitud cristiana de objeción de conciencia y rechazo de todo lo que es absolutamente incompatible con la fe que se profesa: el San Mauricio, un cuadro que no gustó nada a Felipe II, porque entonces todavía no había nacido la crítica pictórica-literaria que escondería en su retórica la visión directa de la anécdota pintada: aquella llama que es Mauricio, un soldado negándose a obedecer al emperador porque lo que se le ordenaba iba contra su conciencia, tenía que ser irritante para un autócrata y contemplado como un mal ejemplo subversivo. Parece inconcebible que ese cuadro haya podido pervivir allí colgado bajo la vigencia de tantos absolutismos y tantas dictaduras, pero también parece imposible que las iglesias cristianas hayan seguido leyendo el Evangelio mientras bendecian armas o se arrodillaban ante los poderosos. Pascal y Kierkegaard nos han dicho, sin embargo, que una cristiandad sólo es un expediente para defenderse del cristianismo, llenar de cruces un tiempo y un espacio para escapar a las exigencias de la cruz; y sólo esto lo explica. Las iglesias, en cierto sentido, han perdido su credibilidad cristiana y es, lógico que ahora, hasta cuando protestan y se alzan contra lo que en realidad no pueden admitir sin traicionar su fe, se tornen sospechosas de obrar interesadamente. Protestaron acaso de las iniquidades nazis en las que los ataques a la vida iban desde el aborto experimental a la eutanasia racial, pasando por todos Los horrores imaginables y todos los crímenes contra la vida?

Hablar en nombre de Cristo

Un cristiano de esta época nazi, testigo agónico de todo ese horror, Kürt Gerstein, dijo entonces que la Iglesia católica concretamente, había perdido el derecho a hablar en nombre de Jesús por mucho tiempo, y sólo ahora medimos bien el profundo sentido de su palabra. Pero sea como sea, incluso en las iglesias hay cristianos -para decirlo con un cierto énfasis- y los Estados modernos tampoco deben hacerse muchas ilusiones: esos cristianos, exacta mente como Mauricio, seguirán diciendo no al dinero y a la violencia, a la guerra y a la pena de muerte, a la eutanasia activa y al aborto. Y quizás, desde la impotencia o arriesgando lo que sea, pero con mayor intensidad y determinación que todos los clericalismos juntos y se les reconozca o no la cláusula de conciencia que ahora se reconoce a los médicos italianos que se nieguen a practicar el aborto reconocido en las leyes.

Guerra entre clericalismo y anticlericalismo

Un hombre de Estado, sin duda alguna, puede estimar en conciencia que es mejor controlar de algún modo el aborto en una sociedad que no que esos asesinatos. se perpetren en la oscuridad y con peores resultados de muerte. Está en su derecho, incluso aunque esta manera de razonar sea discutible. Lo que seguramente no podrá hacer que se acepte por todos es definir el aborto como un derecho humano o una conquista de la libertad. A puro nivel laico, no es tan fácil de admitir una cosa así. El aborto podría, debería definirse como lo que es en sustancia: un homicidio, una agresión total a una vida humana, y la defensa de esta vida en todas sus fases debería insertarse como primer principio constitucional. Luego, ante un hecho concreto, bastaría acudir al juego de eximentes y atenuantes o agravantes, a la consideración de imprudencia y culpa o dolo para cualificar ese hecho y discernir la responsabilidad.

En Italia, sin embargo, se ha tomado otro camino, y la guerra que se ha abierto entre abortistas y antiabortistas puede que haya comenzado por parecer una guerra entre clericalismo y anticlericalismo o una guerra religiosa -,con todas las bendiciones religiosas o laicas para aniquilar al contrario?-, pero el problema es mucho más hondo: los librepensantes y los librecreyentes que defienden la vida resistirán con todas las consecuencias. Ahora, no se trata de vaticanismos ni concordatos.

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