Editorial:

El canal que será de Panamá

ESTADOS UNIDOS y Panamá acaban de llegar a un acuerdo de principio sobre lo que será el nuevo tratado que regule las relaciones de ambos países en torno al canal. Con la firma de este tratado -si es ratificado por el Congreso norteamericano, lo que no parece estar muy claro en estos momentos- habrán concluido unas largas y tensas negociaciones, dominadas más por la dura intransigencia norteamericana que por las «desorbitadas» demandas panameñas.El acuerdo de principio (del que EL PAIS ofrece amplia información en página 3) supone un éxito para la Administración Carter en su política exterior, ...

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ESTADOS UNIDOS y Panamá acaban de llegar a un acuerdo de principio sobre lo que será el nuevo tratado que regule las relaciones de ambos países en torno al canal. Con la firma de este tratado -si es ratificado por el Congreso norteamericano, lo que no parece estar muy claro en estos momentos- habrán concluido unas largas y tensas negociaciones, dominadas más por la dura intransigencia norteamericana que por las «desorbitadas» demandas panameñas.El acuerdo de principio (del que EL PAIS ofrece amplia información en página 3) supone un éxito para la Administración Carter en su política exterior, que no será seguramente celebrado y comprendido en amplias capas dé la sociedad norteamericana y, mucho menos, entre los sillones del Congreso. La idea de que Carter ha cedido demasiado ante las presiones panameñas, de que ha sido muy blando, parece extendida entre el americano medio. En este sentido podría ser considerado el acuerdo como un fracaso, de puertas para adentro.

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Existe la creencia, bastante generalizada entre los norteamericanos, de que si el canal fue construido por ellos no hay, pues, nada que negociar. El ex gobernador Reagan fue muy explícito durante su campaña electoral frente a Gerald Ford: «No hay absolutamente nada que negociar -dijo-. Lo hemos comprado, lo hemos construido y nos lo vamos a quedar.»

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Posteriormente, el canal de Panamá ocupó en los debates preelectorales uno de los centros de mayor interés durante la campaña de Carter frente a Ford. Carter asumió entonces las posturas más avanzadas del Partido Demócrata, prometiendo una solución inmediata del conflicto y ofreciendo mejores condiciones -aún ridículas si se considera la realidad del canal- para el pueblo panameño.

Los ataques que ya entonces recibió el hoy presidente de Estados Unidos concuerdan con el escaso nivel de comprensión que el público californiano dedicó a las palabras electorales de su actual senador sobre Panamá. El senador Hayakawa, extravagante profesor de semántica de origen japonés, arrancó aplausos y sonrisas en sus últimos mítines electorales de California, dejando bien claro lo siguiente sobre el canal de Panamá: «Lo hemos robado y bien robado, luego es nuestro.»

La próxima decisión del Congreso de Estados Unidos sobre el tratado, que Carter desea firmar con Torrijos, reflejará sin duda la fuerza de las tendencias intervencionistas (de halcones), ahora en decadencia, tras los sucesivos fracasos en política exterior, enfrentadas con las reacciones aislacionistas de las palomas, El resultado final del Congreso será muy importante y no sólo para Panamá, sino para todo el mundo de influencia norteamericana.

El acuerdo, aún con escasas concesiones por parte norteamericana, está siendo muy celebrado en Panamá y en no pocas cancillerías latinoamericanas. El brindis de Panamá, para los panameños, será posible si no ahora, al menos en el año 2.000. La zona, en permanente peligro de conflicto, se pacifica temporalmente por el acuerdo. Pero lo que Carter puede ofrecer al Congreso, a cambio de sus concesiones económicas, es lo que Estados Unidos valora como principio conservador indiscutible en su política exterior continuada: estabilidad en la región caribiana, con Cuba, Jamaica, Belice y unos veinte millones de negros caribeños, que ven con cierta simpatía a Fidel. Tras el acuerdo ya no habrá, probablemente, más asesores cubanos en Panamá.

No en vano, el octavo punto del acuerdo, sobre seguridad en la zona, merecerá negiociación separada. Estados Unidos puede pagar todos los precios del mundo fijados por Torrijos. Todos menos uno: el de perder su derecho «permanente» (y no «a perpetuidad») a intervenir en defensa del canal.

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