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Libertad para Cataluña, grandeza para España. Una Cataluña libre dentro de una España grande. En estas expresiones, que no refieren términos incompatibles, se condensa una de las aspiraciones esenciales de la «Lliga de Catalunya».España como ámbito natural en el cual se enmarca Cataluña: tal era el pensamiento de Cambó, expresado en su magnífica obra Per la Concordia, en la cual, saliendo al paso de ciertas interpretaciones históricas inspiradoras de una política separatista catalana -correlativa de otra, asimilista, basada en interpretaciones históricas opuestas-, demostraba con lucidez inigu...

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Libertad para Cataluña, grandeza para España. Una Cataluña libre dentro de una España grande. En estas expresiones, que no refieren términos incompatibles, se condensa una de las aspiraciones esenciales de la «Lliga de Catalunya».España como ámbito natural en el cual se enmarca Cataluña: tal era el pensamiento de Cambó, expresado en su magnífica obra Per la Concordia, en la cual, saliendo al paso de ciertas interpretaciones históricas inspiradoras de una política separatista catalana -correlativa de otra, asimilista, basada en interpretaciones históricas opuestas-, demostraba con lucidez inigualable la exigencia de pensar y sentir a España como el marco adecuado y propio donde Cataluña puede y debe realizarse.

Sólo que Cambó y la Lliga no se contentaban con la España timorata y defensiva, dominada por vergonzantes egoísmos y carente de objetivos nacionales con la cual se encontraron. Parafraseando a Unamuno, aunque cambiando el significado de sus palabras, podría decirse que la Lliga se propuso, en cierto sentido, catalanizar España, con plena conciencia de que la Cataluña de las primeras décadas de este siglo, hasta la primera dictadura, poseía, latente, una idea que ofrecer a España.

Cambó, en su gestión como ministro de Fomento y de Hacienda, puso las bases de esa nueva España que él la pensaba como potencia mundíal, como «par inter pares» en el concierto de las naciones europeas: una España regenerada económicamente en la que el Gobierno tuviera muy ciara, muy precisa, la visión de conjunto de la economía y de la sociedad.

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Una España cuidadosa de su infraestructura, y que, una vez enfocada la vía del saneamiento económico y social, podría ha llarse dÍspuesta para realizar sus designios: ser una potencia mundial, siguiera de segundo orden. Alcanzar, consumar la comunidad ibérica. Concertar de nuevo estrechas relaciones con la América hispánica. Integrarse en el concierto europeo y no como potencia dependiente.

A eso llamaban los hombres de la Lliga el «sagrado egoísmo" de España, egoísmo que obligaba a los españoles a reprimir sus infantiles filias y fobias por los contendientes de la primera guerra Mundial y a planear, eficazmente, una polínca económica custodiadora de de los propios intereses, es decir, de los intereses propiamente españoles.

Ese «sagrado egoismo» fue pésimamente comprendido, como en general, fue mal comprendida toda la gran política,que inspiró la Lliga en todas sus actuaciones. La mediocridad asimilista de los centralistas y la mediocridad «provinciana» de ciertos regionalistas tallaron en flor uno de los más bellos, realistas, hacederos y grandiosos, proyectos sobre España de todo éste, por lo demás bastante aciago, siglo.

Uno siente desasosiego hoy cuando comprueba, entre nosotros, la ímplicita resistencia de tantos catalanes a utilizar la palabra España. Uno comprueba, con alegría, que quienes forjaron los ideales de Cataluña, quienes dieron a Cataluña objetivos políticos a la vez ideales y reales, quienes lograron elevar un puro sentimiento al nivel de una idea política y -esos fueron los hombres de la Lliga, a partir de los primeros años de este siglo- nunca se prohibieron esa palabra. Ya que su idea era dar a Cataluña libertad y a España grandeza. Ya que sólo concebían la libertad de aquélla colaborando en la grandeza de ésta. Y la condición para conseguir esa grandeza consistía, para esos hombres, en plantear sobre bases nuevas y modernas los objetivos españoles: objetivos políticos que implicaban necesariamente una nueva política económica y social, acorde con los tiempos en que vivía, un nuevo concento de las relaciones internacionales, etcétera.

Es tarea de los catalanes de hoy -y es tarrea en la cual se comprometen los hombres de la «Lliga de Catalunya»- reanimar ese antiguo ideario, pensarlo de nuevo en el marco de las realidades actuales. Es tarea suya atreverse de nuevo a pronunciar la palabra España, atreverse a sentir como propia la necesidad de la grandeza de España. Y sobre todo entender que esa grandeza es coindición para realizar la anhelada libertad de Cataluña.

De ahí que, frente a tantos eufemismo, frente a tantas suspicacias y prevenciones, frente a todo el saldo comprensible de muchos años de inhibición y represión de nuestras esencias colectivas, urge hoy más que nunca saltar del pequeño egoísmo de nuestras ureas de autogobierno, que jamás deben ser descuidadas, al «sagrado egoísmo» de una Cataluña libre, cuya grandeza y prosperidad -económica y moral- es proporcional a la grandeza y prosperidad de España.

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