Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

Unas niñas catalanas

Me llaman unas niñas catalanas por teléfono, desde un colegio de Barcelona. Es un puñado de voces delgadas y su castellano párvulo está perfumado por ese acento catalán que tanto amo. Van a hacer o están haciendo un trabajo sobre las pobres cosas de uno, sobre el castellano de uno, esta lengua de hierro y cantueso que está ahí, como una espada que duele, en el corazón de otra lengua, el catalán, toda de borjas y riberas. Pero el motivo es lo de menos.Es, una vez más, la emoción de Cataluña en mi casa, en la casa de uno que es el propio cuerpo, como ya decía John Donne, aquel ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Me llaman unas niñas catalanas por teléfono, desde un colegio de Barcelona. Es un puñado de voces delgadas y su castellano párvulo está perfumado por ese acento catalán que tanto amo. Van a hacer o están haciendo un trabajo sobre las pobres cosas de uno, sobre el castellano de uno, esta lengua de hierro y cantueso que está ahí, como una espada que duele, en el corazón de otra lengua, el catalán, toda de borjas y riberas. Pero el motivo es lo de menos.Es, una vez más, la emoción de Cataluña en mi casa, en la casa de uno que es el propio cuerpo, como ya decía John Donne, aquel dandy de antes del dandismo. No una emoción política ni literaria, sino una emoción familiar, porque esas niñas hablan el castellano con la misma música que mis sobrinas, mis cinco sobrinas catalanas, mí sobrino catalán, ese niño que crece -¡ay!- en la ausencia de otro niño. Carolina, de belleza prieta y cerrada. Yolanda, dulce y esponjosa como una abierta fruta. María José, flor mínima y como sin nombre. Mariona, estrepitosa y llena de faltas de ortografía. Pati, de leche y timidez. Cinco niñas, cinco voces catalanas que a veces me hablan muy cerca del pecho, y ahora todo un colegio de niñas sonando en el teléfono, entrando con su dulzura de oros bajos -esos oros bajos en las piedras de Barcelona- hasta la tierra árida, vasta y dolida del castellano, de mi amado castellano.

-¿Y a qué viene ahora este canta Catalunya? -dice el abrecoches-, que no se fía.

A nada. No viene a nada. No sé si es oportuno o inoportuno. No sé si es político o impolítico. Me da igual. Sólo que hay mañanas que se despierta uno con el otro corazón, con el corazón lírico, y si encima llaman unas niñas catalanas, en florilegio, preguntándole a uno por el amor, por la prosa, por la vida, pues la crónica se escribe sola en el aire, como la rosa de Eduardo Carranza, poeta del ala americana del castellano.

Si uno ha hablado de amor alguna vez con una catalana, todas las catalanas le hablan ya con esa voz, y muchos días tengo un sobresalto al teléfono, cuando llaman las secretarias de las editoriales y de las revistas, desde Barcelona, aunque luego resulta que sólo es para hablar de una transferencia.

Baltasar Porcel me deja su última novela de prosa agresiva y fogueante, que ha pasado de su catalán mallorquín a su castellano literario. ¿Por qué Caballos hacia la noche, Baltasar? Me gustaba más Cavalls cap a la fosca. Caballos hacia la sombra. Caballos claros de un idioma hacia la sombra de otro idioma. Releo siempre a Juan Ramón, que todavía a los catalanes, gallegos, vascos, les llamaba rejionales, con su jota lírica, su españolismo ingenuo de poeta y su profundo aprendizaje en Maragall, en Verdaguer, en Rosalía.

No. Rejionales no, esas niñas que al teléfono trenzan catalán y castellano como dos hebras, una luz y otra sombra, una dulce y otra fuerte, dos hebras vegetales en su conversación de colegio, en su infancia parlanchina. Todo un país, todo un paisaje, todo un paisaje me viene en las voces infantiles, adolescentes, todo un mundo que presiento siento desde la música dulce de catalán que tiñen y perfuma su castellano. Hay una flor por estallar una granazón por abrir, hay un primavera de la cultura que se lla ma Cataluña (no necesito escribir Catalunya para complacer a nadie y que me embarga cuando voy allá o me viene ahora, ahogante e inesperada, desde un colegio barcelonés

Hace poco, en Barcelona, Monserrat Roig, musa catalana de PSUC, me hablaba de política en e Ateneo de aquella ciudad, pero y oía su música, su voz, su acento, su idioma. Casi me he avergonzad de que esas niñas tengan que estu diarme a mí, cuando aquí casi na die ha leído a Josep Plá ni a Espriú (Ya sé que me pongo los ejemplo demasiado altos, pero es par acentuar más mi ridículo.) Esto no es una crónica política, sino un carta a mis sobrinas.

Archivado En