Tribuna:

Una bomba de Brezhnev para Marchais

«Lo menos que se les puede pedir a los que tienen armas nucleares, es que actúen con alguna seriedad.» Estas palabras, que en Bonn, e incluso en París, se atribuyen a un alto funcionario de la OTAN, reflejan perfectamente el ánimo con el cual se ha recibido en la CEE el llamado acuerdo de «seguridad nuclear», firmado en Moscú por Francia y la Unión Soviética, a fines de la semana pasada. En uno de los puntos del convenio se expresa, textualmente: «En caso de incidente nuclear no explicado, cada parte se compromete a actuar para evitar, lo antes posible, que ese acto pueda ser mal interpretado ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

«Lo menos que se les puede pedir a los que tienen armas nucleares, es que actúen con alguna seriedad.» Estas palabras, que en Bonn, e incluso en París, se atribuyen a un alto funcionario de la OTAN, reflejan perfectamente el ánimo con el cual se ha recibido en la CEE el llamado acuerdo de «seguridad nuclear», firmado en Moscú por Francia y la Unión Soviética, a fines de la semana pasada. En uno de los puntos del convenio se expresa, textualmente: «En caso de incidente nuclear no explicado, cada parte se compromete a actuar para evitar, lo antes posible, que ese acto pueda ser mal interpretado por la otra parte. En toda situación de ese género, cada parte puede informar a la otra, o pedirle informaciones que estime necesarias.» En resumen, París y Moscú vienen a decir, más o menos, lo siguiente: «Si por un descuido te tiro una bomba atómica, no lo tomes a mal, y llámame por teléfono.» En verdad, parece demasiado, incluso para políticos que, como el señor Sauvagnargues, o el señor Gromyco, han demostrado siempre poseer un peculiar sentido del humor.Pero si en lo que se refiere a la seguridad nuclear el tratado merece figurar, como ya lo señalaron los comentaristas franceses, en una escena de «El doctor Falamur», en el terreno político no ocurre lo mismo, sobre todo en el terreno político que pisa el señor Marchais.

Como se sabe, la piedra de la discordia entre el Partido Comunista Francés y el soviético surge, precisamente, más que de una controversia ideológica -en ese aspecto Marcháis ha sabido, mejor que Berlinguer, andar y desandar caminos-, de la «amistad» particular con que la URSS distingue, en el contexto de la CEE y de la OTAN, al presidente Giscard d'Estaing. Tal simpatía fue, seguramente, la que indujo a Marcháis a dedicar gran parte de su discurso en Berlín a la política exterior que el mundo comunista debe poner en juego frente al capitalista, y a la «necesaria independencia» de cada partido en esa materia.

Interrogado sobre este asunto, el líder democristiano bávaro, señor Strauss, a quien tampoco le falta el humor, dijo hace unos días en Alemania: «El acuerdo es una bomba, sobre todo para Marchais ("y seguramente una sorpresa -agregó con malicia- para el canciller Schmidt")». Por su lado, un portavoz del SPD puntualizó: «Quizá Brezhnev ha querido destacar su independencia de Marchais». El señor Roland Leroy, director de L'Humanité y eminencia gris de Marchais, que en las últimas horas no ha ahorrado críticas a Giscard ni a Schmidt por la «intolerable intromisión» de ambos en los asuntos internos italianos, habría sugerido, durante una reunión con algunos dirigentes socialistas: «Este convenio nuclear no muestra lo mucho que el camarada Brezhnev lo quiere a Giscard, sino más bien lo poco que nos quiere a nosotros.» Esa sería también la opinión de los socialistas franceses y alemanes. Así, el tratado no sería más que una cuña introducida por la URSS entre el comité central del PCF y los militantes y el electorado del partido, buena parte del cual (se calcula que entre un 25 y un 30 por 100) mira todavía hacia Moscú. Según esa tesis, el tratado sólo le serviría al señor Brezhnev para reducir los alcances -y hasta desautorizar- la campaña opositora del PCF frente al Elíseo; campaña que comprende también, y en forma insistente, la política exterior y nuclear giscardiana.

Por el momento, dos indicios parecen avalar la teoría: la escasa repercusión que Pravda, órgano oficial del partido, le ha dado a las revelaciones de Sclimidt sobre Italia, que tanto afectan a Giscard d'Estaing, y el realce extraordinario que en el Kremlin se otorgó a la firma del acuerdo con París. Sin obligación protocolaria alguna -y el protocolo tiene en la URSS un significado tanto político como diplomático, que la jerarquía soviética cuida escrupulosamente-, Brezhnev, Kossigyn y Podgorny, es decir, la plana mayor del partido y del Estado, compartieron con Gromyco y con un Sauvagnargues casi solitario los honores del documento. Por si fuera poco, Grornyco recordó, con énfasis, que el entendimiento era el resultado de «conversaciones y de contactos personales» entre Giscard y Brezhnev. En fin, casi todo para los hombres, poco para las naciones, lo cual también tiene, por así decir, una intención «electoral».

Si el señor Marcháis fuese un «ortodoxo», y no un eurocomunista, el señor Mitterrand se encontraría ahora en la curiosa situación de tener por posible aliado a un partido poco menos que gubernamental.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En