"No he pasado treinta y nueve años de exilio para acabar abriendo una librería en Almería"

«No he pasado treinta y nueve años fuera de España como desterrado político para acabar mis días abriendo una librería en Almería, como han señalado algunos despachos de agencias españolas», me ha dicho por teléfono, en la tarde de ayer, Rafael Alberti .Rafael está a punto de marchar a Francia para entrevistarse con María Casares, quien en septiembre próximo estrenará en Madrid El adefesio, de Alberti.

A raíz de ello se ha hablado de la vuelta de Rafael. «En estos momentos se están diciendo las cosas más disparatadas de nosotros, como la historia de que pienso desembarcar en Alic...

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«No he pasado treinta y nueve años fuera de España como desterrado político para acabar mis días abriendo una librería en Almería, como han señalado algunos despachos de agencias españolas», me ha dicho por teléfono, en la tarde de ayer, Rafael Alberti .Rafael está a punto de marchar a Francia para entrevistarse con María Casares, quien en septiembre próximo estrenará en Madrid El adefesio, de Alberti.

A raíz de ello se ha hablado de la vuelta de Rafael. «En estos momentos se están diciendo las cosas más disparatadas de nosotros, como la historia de que pienso desembarcar en Alicante para luego ir al Puerto de Santa María, la tierra donde nací», me ha dicho.

Es difícil saber lo que Rafael y María Teresa harán. Varias veces hemos hablado de este tema y siempre es evasivo.

Alberti sabe que su hombre es una bandera política y su militancia en el Partido Comunista español le obliga vincular su suerte y sus mismos movimientos a la de la colocación política del partido. Rafael insiste sobre todo en que «mientras los libreros continúen siendo perseguidos, apedreados y amenazados por la ultraderecha», no pronunciará ningún pregón en la Feria del Libro de Valladolid, a la que ha sido invitado, ni pisará España.

La preocupación de Alberti en estos momentos es la salud de María Teresa León. Estuve con ella y mis hijos el domingo pasado tomando un helado en la plaza de San Cosimato, a dos pasos de casa. Hablamos de España, de la guerra civil, del Museo del Prado, de Menéndez Pidal, de los poetas que se quedaron, de «lo horrible que fue aquello» y que no puede repetirse. Hay un tono de ancestral nostalgia, de soñadora evocación, de segura experiencia, madurada por los mil caminos del exilio, por un cansancio biológico que obliga a la «grulla a su tierra, aunque sólo sea con una pata».

María Teresa está cansada, y la arteriosclerosis le perturba la memoria y te pregunta reiteradamente cómo te llamas o dónde vives. En la tarde del domingo la plaza romana es de pueblo, un pueblo aturdido de coches, pero casero, a la mano, de gran mercado, de rutina cotidiana...

Alberti está preocupado con sus muestras de poesía gráfica, con la Bienal de Venecia, en la que no participará por la desavenencia surgida con Arroyo y el balance que hay que hacer de la cultura española en los años del franquismo. Hablando con Rafael se tiene la sensación de que tarde o temprano volverá a España, probablemente en septiembre, aunque las circunstancias, la incertidumbre política, le obliga a desmentir, a titubear, a dejar para mañana. Se habló de su nombramiento como académico de la Lengua, de su vuelta a dirigir el Museo del Prado. Rumores sobre los cuales el poeta sigue defendiendo su ideal político.

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