El jefe del Ejercito salvadoreño acusado de tráfico de armas

Un inspector del Departamento del Tesoro que se hace pasar por pistolero, un alto oficial latinoamericano de extracción humilde que tiene fama de ser un hombre muy honrado, pero que se deja corromper y acaba pasando la noche en una cárcel de Nueva York, un embajador que pone el grito en el cielo y un presidente que no comprende qué está sucediendo. No señores, no se trata de una novela de espionaje o de política ficción, sino de un acontecimiento auténtico. Veamos los hechos.Un intrépido inspector del Departamento del Tesoro estadounidense, detuvo el domingo en Nueva York al jefe del Estado Ma...

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Un inspector del Departamento del Tesoro que se hace pasar por pistolero, un alto oficial latinoamericano de extracción humilde que tiene fama de ser un hombre muy honrado, pero que se deja corromper y acaba pasando la noche en una cárcel de Nueva York, un embajador que pone el grito en el cielo y un presidente que no comprende qué está sucediendo. No señores, no se trata de una novela de espionaje o de política ficción, sino de un acontecimiento auténtico. Veamos los hechos.Un intrépido inspector del Departamento del Tesoro estadounidense, detuvo el domingo en Nueva York al jefe del Estado Mayor del Ejército salvadoreño, coronel Manuel, Alfonso Rodríguez; a dos compatriotas suyos y a tres súbditos norteamericanos, acusándoles de haber intentado violar la ley sobre la importación de material militar. Según él agente ultrasecreto de la Hacienda norteamericana, el coronel Rodríguez, tercer personaje oficial de la República de El Salvador, intentaba pasar ilegalmente a los Estados Unidos unas 10.000 metralletas destinadas, en principio, a la «defensa nacional» de su país.

El coste global de esta operación era de 2,5 millones de dólares y, al parecer, el jefe del Estado Mayor salvadoreño habla recibido un anticipo de 75.000 dólares. Los compradores eran, según los datos facilitados por el Departamento del Tesoro, miembros del famoso sindicato del crimen, pero resulta que los «malos» no habían acudido a la cita: el coronel se entrevistó en realidad con los defensores de la ley y del orden.

«No creo que el coronel Rodríguez sea culpable», declaró el Embajador de la República de El Salvador en Washington, Francisco Bertrand Galindo. «No estoy seguro de nada, pero no lo creo.» El embajador añadió que iba a buscar un excelente abogado para el jefe del Estado Mayor de su país, inculpado, nada más ni menos, que por intento de engañar a los altos funcionarios del Departamento de Estado, fraude fiscal y violación de la ley sobre la venta de armas en territorio americano. En Washington, el portavoz del Departamento de Estado se niega a comentar las informaciones publicadas en los matutinos de ayer, mientras que el presidente salvadoreño exige la apertura inmediata de una investigación sobre las su puestas actividades criminales de su colaborador.

Cabría preguntarse si no se trata de una trampa, de una operación montada por los servicios secretos americanos para desacreditar al jefe del Estado Mayor salvadoreño. En este caso, la novela de política ficción podría convertirse en una mera, maniobra política cuidadosamente calculada.

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