Se va Tsonga, se extingue un estilo
Está yéndose un tipo de tenis menos preciso, menos perfecto y mucho menos completo que el actual. Pero también, quizás, la capacidad de esos grandes luchadores de emocionar
Me emocioné el martes viendo el partido que disputó el brillante Jo-Wilfried Tsonga contra Casper Ruud en lo que resultó ser, como se esperaba, su despedida de este deporte. El francés, aquejado de constantes lesiones, no ha logrado ganar a ningún top-100 en el último año. Y en ese último encuentro, sin embargo, desplegó tal coraje que nos hizo creer que su victoria era posible. No es de extrañar que el público local lo aclamara y aplaudiera sin descanso, y que llegara a cantar el ...
Me emocioné el martes viendo el partido que disputó el brillante Jo-Wilfried Tsonga contra Casper Ruud en lo que resultó ser, como se esperaba, su despedida de este deporte. El francés, aquejado de constantes lesiones, no ha logrado ganar a ningún top-100 en el último año. Y en ese último encuentro, sin embargo, desplegó tal coraje que nos hizo creer que su victoria era posible. No es de extrañar que el público local lo aclamara y aplaudiera sin descanso, y que llegara a cantar el himno nacional, La Marsellesa, para conmover al tenista, que cerró el último punto del partido con lagrimas en los ojos.
Y es que Tsonga desplegaba un estilo que, pienso, en unos pocos años habrá desaparecido del todo. El del jugador que juega más con el corazón que con la técnica y que suele enganchar más al público que los completos y perfectos deportistas de hoy día. Aunque no llegara a anotarse ningún Grand Slam, Tsonga ha sido un gran ganador de partidos. Era poseedor de un saque muy potente, un gran drive y un revés que le acarreaba más problemas de los deseados. Pero lo que yo destacaría de él, sin duda, es su potente físico, la intensidad que daba siempre a su juego y, por encima de todo, esa enorme capacidad de lucha que demostraba y que despertaba el entusiasmo de su público.
Mi sobrino y yo ya solíamos coincidir con él siendo ambos unos niños, en el circuito infantil; pero recuerdo con una particular sonrisa el primer entrenamiento entre ambos, ya en el circuito profesional, en Wimbledon, año 2008. En aquel momento, Rafael ya hacía gala de un fervor que le impedía distinguir un partido de un ensayo, lo que llevó a Jo a manifestar que no volvería a entrenarse con él. Por supuesto, eso no solo no fue así, sino que desarrollamos una relación cercana y muy amistosa con él. Poco tiempo después de aquel día sobre la hierba, Rafael fue eliminado con facilidad por el galo en Australia, donde firmó una magnífica actuación que lo llevó a jugar la final del Grand Slam.
Ahora estoy en un acogedor sillón en las preciosas y flamantes instalaciones del Club House de la Philippe Chatrier, escribiendo estas líneas, y acabo de darle la enhorabuena y desearle lo mejor a Jo. Veo también a Fabrice Santoro, antiguo y habilidosísimo jugador de la armada francesa que sigue vinculado al tenis y a Roland Garros, y que nos hizo el honor de visitar la Academia hace escasas semanas.
Estos días me he alegrado de ver, además, a Guillermo Coria y a Gastón Gaudio, dos jugadores argentinos que coincidieron unos años con Rafael y que eran dueños de un juego del más alto nivel. Eran admirables, muy talentosos, creativos y capaces de enfervorizar y de levantar de sus sillas al espectador. David Ferrer, otro de los grandes que te obligaba a no pestañear en cada uno de sus intensos puntos, también circula estos días por París, haciendo labores de comentarista en algunos partidos.
Con ellos, me doy cuenta, se está yendo un estilo de tenis menos preciso, menos perfecto y mucho menos completo que el actual. Pero también, quizás, la capacidad de esos grandes luchadores de emocionar y hermanar al público por la forma particular de cada uno de elevar sus virtudes por encima de sus fisuras.
Las tripas de los grandes torneos, otro de sus grandes atractivos, y el recuerdo de la enorme riqueza y variedad que ha habido en la historia de este deporte.
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