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La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

Hurray for the Riff Raff o la excelencia

De Nueva Orleans y el Bronx, de espíritu vagabundo y un profundo sentido del folk y las raíces nativas, esta cantante es de lo mejor que ha dado la música norteamericana de la última década. Su nuevo disco, ‘The Past Is Still Alive’, es otra demostración de talento a raudales

Alynda Segarra, conocida artísticamente como Hurray for the Riff Raff, en una imagen de archivo.Indie Film Lab (Indie Film Lab)

Dice Alynda Segarra, más conocida como Hurray for the Riff Raff, en el título de su último disco que “el pasado todavía está vivo”. Su pasado es como un pájaro que revolotease alrededor de ella hasta animarla a volar más alto, a no estarse quieta con el fin de conseguir alcanzar un lugar al que pertenecer por derecho propio. Segarra lleva toda la vida buscando y ha encontrado. Se puede afirmar, sin riesgo a equivocarse, que esta cantante y compositora, nacida en el Bronx, ha hallado su lugar. Un sitio artístico que brilla con una luz admirable.

Después de nueve discos y casi dos décadas de carrera, Segarra ha alcanzado una madurez maravillosa. Su nuevo disco, The Past Is Still Alive, es otra demostración de talento a raudales, una obra que se suma a otras anteriores en las que ya mostró el perfil de una artista con un espíritu inquieto y un sello propio destacadísimo. Porque, desde su profundo sentido del folk y otras variantes de la música de raíces, es capaz de impregnar de un aura bella a todo lo que hace.

Fuera de toda estrategia y sin haber nexos de unión, más allá de la creatividad de su autora, The Past Is Still Alive culmina una tríada discográfica magnífica precedida por dos álbumes sobresalientes como The Navigator (2017) y Life on Earth (2022). Es como si este último disco llegase para afirmar sin titubeos y con auténtica determinación que Hurray for the Riff Raff es de lo mejor que ha dado la música norteamericana de la última década. Una artista de un molde versátil y de calidad, situándose en un cruce de caminos asombroso entre Lucinda Williams y Fionna Apple.

Hurray for the Riff Raff, en una imagen promocional.Tommy Kha

De ascendencia puertorriqueña, Segarra se crio en el Bronx y se fue de casa a los 17 años. Vivió en un piso ocupado en Filadelfia y, después, se mudó a Nueva Orleans, donde tocó en la calle en distintas formaciones callejeras y vivió en primera persona el espíritu hobbo, esa especie de contrasociedad en movimiento, incapaz de adaptarse al sistema capitalista estadounidense. De hecho, se metió de lleno en el espíritu comunitario e indómito de la ciudad de Louis Armstrong. Allí, se inspiró para sus canciones en el blues del delta, el folk de los Apalaches y otros movimientos musicales nativos que le moldearon una personalidad artística extraordinaria, impulsada por las decenas de viajes que hacía con su comunidad de nuevos hippies.

En mi primer viaje a Nueva Orleans, conocí a Segarra. Fue el día de Mardi Gras. Estaba preparada para uno de los primeros desfiles de la jornada con la orquesta Panorama, que salía desde el barrio Bywater hasta el barrio francés, en pleno corazón de la ciudad. Recuerdo que me comentó que le hubiese encantado haber nacido 60 años atrás, cuando la ciudad desprendía un aroma único, entre caótico y vagabundo, repleto de energía que atravesaba. Había ido sacando discos con claros homenajes a esos años, cierto toque vintage, pero ya, entonces, en febrero de 2022, estaba a punto de publicar Life on Earth. Segarra ya no era una simple gran cantante de sonidos añejos, sino que, después de The Navigator y el inminente Life on Earth, se preparaba para dar un salto de calidad tremendo. Qué dos discos enormes.

Ahora, suma The Past Is Still Alive, un noveno álbum deslumbrante e ingeniosamente autobiográfico. La sombra de su padre fallecido planea por todo el disco. Un padre que era músico de jazz latino y le enseñó el valor de vivir el momento. Ella se marchó de Nueva York, pero, desde hace unos años, dejó Nueva Orleans y regresó. Y, allí, en pleno Bronx, ha aprendido a aceptar el presente, sin dejar de mirar al pasado, a ese pájaro que agita las alas sobre su cabeza. El resultado es una artista con un discurso propio: folk repleto de matices, con coqueteos electrónicos tan bien trazados en Life on Earth o virajes hacia sonidos nativos, bien sean de los montes Apalaches bien de los suburbios puertorriqueños. Segarra es ella misma, una mujer que siempre se sintió como un chico, tal y como ha confesado recientemente, y cuya identidad se plasma con crudeza, fragilidad y sutileza en The Past Is Still Alive.

El final del álbum es la epopeya Ogallala, que culmina con Segarra cantando: “Solía pensar que nací en la generación equivocada, pero ahora sé que lo hice justo a tiempo / Para ver arder el mundo, con una lágrima en mi ojo”. De esta forma, el mundo arde y las lágrimas de Segarra brillan como perlas en el cielo. Un brillo de tristeza o alegría. Quizá de ambos estados. Un brillo que corresponde al lugar que ocupa Hurray for the Riff Raff. Un brillo de pura excelencia.


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