Unos nuevos premios Oscar en busca de la calidad artística

Lo ideal para el cine y el prestigio de los galardones sería que ganara ‘El poder del perro’, una obra mayúscula, sutil, emocionante y profunda

Estatuilla del Oscar a la entrada de un evento de la Academia.Foto: Mark RALSTON / AFP

Dos años es poco tiempo, pero tres pueden empezar a conformar un síntoma, e incluso a crear una tendencia. Desde que la Academia de Hollywood echó redes en el exterior para sumar miembros a su institución, hace ahora tres temporadas, han ocurrido dos cosas que pueden ir concatenadas. Primera, que la Academia pasó a ser mucho más global, porque de los más de 9.000 miembros con derecho a voto en los Oscar, cerca de una cuarta parte, más de 2.000, residen fuera de Estados Unidos, cuando antes era un número muy inferior. Y segunda, y mucho más importante, que las ganadoras del premio a la mejor pe...

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Dos años es poco tiempo, pero tres pueden empezar a conformar un síntoma, e incluso a crear una tendencia. Desde que la Academia de Hollywood echó redes en el exterior para sumar miembros a su institución, hace ahora tres temporadas, han ocurrido dos cosas que pueden ir concatenadas. Primera, que la Academia pasó a ser mucho más global, porque de los más de 9.000 miembros con derecho a voto en los Oscar, cerca de una cuarta parte, más de 2.000, residen fuera de Estados Unidos, cuando antes era un número muy inferior. Y segunda, y mucho más importante, que las ganadoras del premio a la mejor película en estos dos últimos años eran formidables, irreprochables, adultas, complejas y atrevidas.

Parásitos, de Bong Joon-ho, una producción surcoreana que fusionaba el drama social, la comedia negra, la intriga criminal y el thriller de terror moral, géneros en apariencia inconciliables. Y Nomadland, de Chloé Zhao, un desolador retrato de las calamidades económicas y sociales contemporáneas, de relevantes matices documentales, con apenas una actriz profesional y repleta de gente de la calle interpretándose a sí misma.

El año pasado se habló de Minari, la típica película bonita, convencional, ligera y esperanzadora que contenta a todos, como posible ganadora de última hora. El anterior, ese papel de aspirante hermosa aunque un tanto superficial lo jugó 1917. No ganó ninguna de las dos; lo hicieron las artísticamente más estimulantes, cuando antes de la globalización de la academia, en 2019, Green Book, con aquellas mismas señas de identidad, sí se había alzado con la estatuilla principal frente a obras más importantes para la historia del cine.

Este año, hasta hace unos meses, parecía que ese rol lo iba a interpretar Belfast, pero la fastidiosa sorpresa de las últimas semanas, sobre todo tras su victoria en el Sindicato de Productores, es que la indicada para llevarse ese premio es CODA, un título con tres nominaciones, entre las que no está la de mejor dirección. Una historia agradable, simpática, pequeña, casi nimia, y un remake casi calcado de una reciente producción francesa, con un añadido insólito: podría ser la típica película de masas que quizá no apasiona, pero que no genera un gran rechazo, si no fuera porque no la ha visto casi nadie.

De modo que lo ideal —para los Oscar, para el cine, para el arte, para el prestigio y para confirmar ese síntoma inicial— sería que ganara El poder del perro, una obra mayúscula, sutil, emocionante, profunda y de una enorme expresividad artística. Si así fuera, la concatenación de Parásitos, Nomadland y la película de Jane Campion estaría en el camino de retrotraernos a aquella mítica etapa entre 1967 y 1979, seguramente la mejor de la historia del cine estadounidense, y del cine a secas, con triunfos de trabajos tan aguerridos como Cowboy de medianoche, El padrino y El padrino II, Alguien voló sobre el nido del cuco y Annie Hall, y abundante presencia de obras memorables entre las candidatas.

Actores de máscara

Con los premios de interpretación estamos en una situación parecida a la de la dicotomía película agradable, película compleja: la elección entre el papel máscara, de llamativo maquillaje y composición física y vocal, presuntamente espectacular, y el personaje que, en cambio, debe ofrecer una gran variedad de registros desde cierto naturalismo hasta llegar a la hondura. Los favoritos, cómo no, son Will Smith, por la insustancial y olvidable El método Williams, y Jessica Chastain, por la espantosa Los ojos de Tammy Faye. Dos papeles máscara. Ahora bien, qué alentador sería que no se claudicase a esa falacia tan extendida y Benedict Cumberbatch, por El poder del perro, y Olivia Colman o Penélope Cruz, por La hija oscura y Madres paralelas, respectivamente, se llevaran el galardón.

En un año con histórica presencia española en los premios mayores —Javier Bardem y Alberto Iglesias, además de Cruz—, la gran revelación es, sin embargo, la de Alberto Mielgo, hasta hace poco un desconocido para casi todos, candidato al mejor corto de animación por el maravilloso The Windshelter Wiper. Otra apuesta por el arte, por el riesgo y por la huida de lo cómodo. La que podría guiar a una nueva Academia con menos componendas, la de estos dos últimos años, y no la de los triunfos de Una mente maravillosa, Crash, Slumdog millionaire y algún descalabro más.

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