Ni cinco actores bastan para abarcar a Salvador Dalí
El festival de Venecia acoge una disparatada película de Quentin Dupieux que se entrega al surrealismo para homenajear al genio y, a la vez, ridiculizar el ego
Por el Lido de Venecia desfila estos días el corazón del cine mundial. Pero, junto con las películas, el festival también proyecta una feria global de las vanidades. Directores que, además de filmar un largo, deciden ocupar también casi todos sus fotogramas (véanse Maestro o Enea); periodistas convencidos de que su firma importa más que las estrellas de las que hablan; transeúntes arreglados como si fueran a pisar la alfombra roja en vez de admirarla de lejos; cualquiera aquí puede convertirse en divo, aunque solo sea para su móvil, a fuerza de sacarse selfis. Contexto ideal, pue...
Por el Lido de Venecia desfila estos días el corazón del cine mundial. Pero, junto con las películas, el festival también proyecta una feria global de las vanidades. Directores que, además de filmar un largo, deciden ocupar también casi todos sus fotogramas (véanse Maestro o Enea); periodistas convencidos de que su firma importa más que las estrellas de las que hablan; transeúntes arreglados como si fueran a pisar la alfombra roja en vez de admirarla de lejos; cualquiera aquí puede convertirse en divo, aunque solo sea para su móvil, a fuerza de sacarse selfis. Contexto ideal, pues, para el estreno de Daaaaaali! —así, con seis a—, último disparate fílmico de Quentin Dupieux, presentado fuera de concurso. Una carcajada desenfrenada para ridiculizar a tantos encantados de conocerse. Incluido el maestro del surrealismo, por supuesto. La diferencia es que él tenía, por lo menos, una o dos razones para estarlo.
“Mi mayor obra maestra es mi personalidad”, sentencia Salvador Dalí desde la pantalla. Bueno, uno de ellos. Porque el cineasta ha recurrido a hasta cinco intérpretes para abarcar tamaña figura. Casi tantos como facetas dice tener el creador en la misma secuencia: “Dalí pintor, filósofo, personaje, autor…”. Todos, por supuesto, enumerados en tercera persona. Dupieux ha llegado a sugerir que escribió el guion tras conectar con “la consciencia cósmica” del propio artista, que le ordenó repartir su papel entre muchos. “Pensé que uno solo era demasiado clásico, aburrido e insuficiente para encarnar su locura y un día en el baño se me ocurrió la idea del monstruo con muchas cabezas”, agregó el cineasta ante la prensa. Puede que incluso un quinteto se quede corto. Llegaron a ser una decena, al principio, hasta que unos cuantos fueron bajándose del proyecto. En todo caso, el protagonista se encarga de enredar el asunto en el filme: “El actor no existe, es una invención”.
El genio, desde luego, abruma a la pobre periodista que intenta rodar una película sobre él. De eso, en teoría, trata el arranque de la obra de Dupieux. Aunque Daaaaaali! muestra muy pronto que no hay esquema o línea argumental capaz de encerrarla. Ni trama que le otorgue cierto sentido. Incluye relatos que nunca terminan, un vaquero empeñado en asesinar a un cura o una cena a base de gusanos. Divierte, hasta que cansa. Y viceversa. No hay homenaje más coherente, al fin y al cabo, que un triunfo de lo grotesco. “Lo único que detesto más que los niños son sus dibujos”, afirma tajante el maestro. Imposible tomarse nada en serio. Ni mucho menos el improbable acento —¿castellano?— con el que hablan francés los cinco Dalí.
Por ese, y otros motivos, la película podría entrar de lleno en la polémica que enciende esta edición de la Mostra de Venecia sobre apropiación cultural. Todo desde que el actor italiano Piefrancesco Favino criticó que la superproducción Ferrari fichara al estadounidense Adam Driver para el papel protagonista, en vez de alguien autóctono. En Daaaaaali! de español apenas hay nada. Alguna alusión a sus cuadros, como la reproducción de Fuente necrofílica manando de un piano de cola que inaugura el largo. Y la escenografía inspirada en la casa real de Dalí en Port Lligat (Girona), que el cineasta visitó en varias ocasiones. Lo describió, por cierto, como “un pueblo de pescadores customizado” con la obra de su más célebre vecino. Lamentar la poca fidelidad al original de este delirio, sin embargo, se antojaría absurdo. Puede que Dupieux no vea la hora: la parodia, así, seguiría incluso fuera de la sala.
No hace mucho, en realidad, desde la última vez que Dalí apareció en los cines. Dalíland, de Mary Harron, se estrenó en 2022, entre quejas de la fundación del pintor porque no hubieran contado con ella. De nuevo, en todo caso, el retrato precisó más de un actor: Ben Kingsley y Ezra Miller. En general, el séptimo arte ha intentado con irregular éxito resumir su creatividad, su excéntrica manera de ser o algún episodio colateral de su vida. Ha habido hasta proyectos que nunca pasaron de lo onírico, como una versión de Dune que planeó Alejandro Jodorowski y en la que quería contar con el artista como actor. El propio Dalí, en el fondo, trabajó para el cine: ahí están El perro andaluz y La edad de oro, de Luis Buñuel.
Precisamente el cineasta español ha sido citado como una de las influencias de Daaaaaali!, junto con los Monthy Phyton. Aunque el juego de Dupieux invita a rehuir etiquetas: toda una locura propia. Y con una duración también única para este certamen: 77 minutos. La mayoría de películas proyectadas hasta ahora, en cambio, roza o supera las dos horas. Por necesidades creativas, algunas veces. Aunque otras invitan a sospechar que el motivo real tuvo que ver el ego. Por encima del arte. Qué cosas. Qué risas.