Gala de los premios Goya: agradecimientos, dedicatorias y tedio

La ceremonia fue un espectáculo aburrido, carente de ritmo y de gracia, piadosamente olvidable, aunque los premios fueron razonables

El director Fernando León de Aranoa (izquierda) y el actor Javier Bardem celebran sus premios Goya por 'El buen patrón'.Foto: BIEL ALIÑO (EFE) | Vídeo: EPV (EFE/RTVE)

Contabilizo en tres horas y 20 minutos la duración de los premios Goya. Deduzco que si se le hubieran añadido spots publicitarios aquello se hubiera alargado hasta bordear el amanecer. Si estás bien acompañado imagino que el tedio sería más soportable. Que las risas, conversaciones y alcohol sanamente compartido lograrían que el tormento pasara más deprisa. Pero hacerlo en soledad incitaba al cabeceo, a los repetidos temblores de los receptores cuando ve...

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Contabilizo en tres horas y 20 minutos la duración de los premios Goya. Deduzco que si se le hubieran añadido spots publicitarios aquello se hubiera alargado hasta bordear el amanecer. Si estás bien acompañado imagino que el tedio sería más soportable. Que las risas, conversaciones y alcohol sanamente compartido lograrían que el tormento pasara más deprisa. Pero hacerlo en soledad incitaba al cabeceo, a los repetidos temblores de los receptores cuando ves grupos de seis, siete u ocho premiados subir al escenario y percibir que todos van a querer hablar, que la conmovedora lista de sus agradecimientos va a ser infinita, que se empeñarán en que los espectadores compartan su interminable volcán anímico. Por ello, todo mi agradecimiento al premiado Kiko de la Rica y a su escueto: “Gracias por el premio. Y hasta luego”.

Y como muchos de ellos son intérpretes no sabes en muchas ocasiones si están representando un aprendido papel o si su alegría sale de forma natural. José Sacristán llevaba preparada su intervención y lo hizo muy bien. Otros y otras podían provocarte algo cercano al bochorno. Comprendo la felicidad de los galardonados y su infatigable verborrea dedicada a familiares, colegas, equipos de trabajo, financiadores e incluso a esos competidores que han perdido aunque tú les ames y admires, pero también deberían de pensar en la exhausta paciencia de los que contemplamos a través de la televisión un espectáculo tan aburrido, carente de ritmo y de gracia, piadosamente olvidable.

Eché de menos a un maestro de ceremonias tan profesional como Antonio Banderas. Y recordé gags de Buenafuente y de otros cómicos que me despertaban la sonrisa. Pero en la noche del sábado la cara de entierro no me abandonó casi nunca. Exagero. Me puse muy contento cuando escuché a Sabina, sentadito en una silla, cantar Tan joven y tan viejo. Lo de cantar tal vez sea excesivo, susurra, habla, frasea, recita. Lo mismo que hacía Leonard Cohen en su último y precioso disco. Da igual. Sabina va a seguir transmitiéndonos sentimientos impagables hasta el final. Jaume Roures realizó una oda excesiva al nervio de la cultura, pero hubiera sido conveniente que tradujeran al castellano su parlamento en catalán. Que cada uno hable en su lengua propia, o en la que le dé la gana, pero que el personal pueda entender lo que dicen. También me pareció escuchar a una señora refiriéndose a guapos, guapas y guapes. Imagino que Pedro Sánchez, presente en la ceremonia, sonreiría con gesto complacido ante estas cositas tan liberadoras, democráticas y progresistas.

Blanca Portillo, tras el recibir el premio a la mejor actriz por 'Maixabel'.Mònica Torres

Si la gala fue un muermo importante, los premios, al menos los encuentro razonables. La interpretación de Javier Bardem en El buen patrón es antológica, hace que tus ojos y tus oídos no se despeguen ni un segundo de la historia. Ese personaje cínico, marrullero, autocompasivo, pragmático, manipulador, simpático a pesar de los pesares es una de las creaciones más memorables del cine español. Comparable en calidad, presencia, matices y química a otra gloriosa colaboración de Bardem y Fernando León. O sea, el Santa de Los lunes al sol. Lo que cuenta León aquí es duro, pero su sátira te dona la sonrisa y la risa. Hay inteligencia y mala hostia en ese guion tan currado. También existe hondura, calidad y sentimiento en las premiadas interpretaciones de Maixabel. Mi recuerdo de ella está centrado en las conversaciones que mantiene esta mujer con los asesinos de su marido. Están admirablemente rodadas y los intérpretes, profundos y sobrios. Despiden verdad, dolor, complejidad. Blanca Portillo también me resultó auténtica y natural recordando a sus difuntos progenitores. Y Bardem hablando de su madre y definiendo a Penélope Cruz como la mujer que celebra todos los días.

Los votantes, al parecer, no quedaron deslumbrados con Madres paralelas, la película más impostada, oportunista y ridícula que he visto en mucho tiempo. Pero la generosa Academia tuvo el detalle de inventarse un nuevo premio para una figura del cine internacional. Qué curioso que lo hicieran con Cate Blanchett, protagonista de la próxima película de Almodóvar. Este abandonó el gesto impasible y estuvo cariñosísimo con su nueva musa. La gran dama le correspondió. Sigo dándole vueltas en la cabeza a su frase: “Si combinas cerebro, manos y corazón, eres un artista. Y Pedro lo es”. Lo de la eterna atracción que siente por el lenguaje visual del cine español me pareció un complaciente y conveniente disparate. De acuerdo, según ella el cine de Buñuel le cambió la vida, pero se pasó cantidad ampliando esa admiración a todo el cine español. Cosas del marketing. Sin embargo, la Academia fue muy rácana en el recordatorio de Berlanga, el señor que creó Plácido y El verdugo, dos de las mejores que parió no ya el cine español, sino el cine mundial.

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