Nuevas formas de proteger a los elefantes africanos: linternas de alta potencia y abejas para evitar conflictos con los humanos
El Elephant Crisis Fund, que financia proyectos en 34 países, recibe este jueves en Madrid el premio a la conservación de la biodiversidad otorgado por la Fundación BBVA
El elefante africano sigue estando en peligro: de unos cinco millones de ejemplares hace un siglo se ha pasado a unos 500.000 en la actualidad. El retroceso de la caza furtiva gracias a la prohibición internacional del comercio de marfil no ha logrado levantar la espada de Damocles que pende sobre las dos especies conocidas, del bosque y de la sabana. Otras dos amenazas emergentes, derivadas del fuerte crecimiento de la población en África, se suman al furtivismo y preocupan a los expertos: los enfrentamientos entre animales y humanos y la desaparición de su hábitat natural. El Elephant Crisis Fund (ECF), un fondo de la ONG Save the Elefants que financia proyectos locales que hacen frente a estos desafíos, recibe este jueves en Madrid el Premio Mundial a la Conservación de la Biodiversidad otorgado por la Fundación BBVA.
El parque nacional de Chebera-Churchura, en el sudoeste de Etiopía, es el hogar de unos 500 elefantes, la mayor concentración del país. Sin embargo, la convivencia con los humanos no es fácil. “Cada año morían unas 15 personas fruto de ataques de elefantes, que eran hostigados cuando entraban en las cosechas o se acercaban demasiado a los pueblos y, al ser animales fuertes y dominantes, reaccionaban con violencia”, asegura Frank Pope, consejero delegado de Save the Elefants. Por cada persona muerta, un elefante era abatido. Para poner fin a esta espiral, el ECF ha financiado la construcción de tres torres metálicas de vigilancia de siete metros de altura que permiten alertar con tiempo a los aldeanos si se acerca un paquidermo, así como la distribución de 81 linternas de alta potencia para espantarlos y apartarlos de las cosechas. “El primer año que se usaron estas técnicas no murió nadie, solo una persona resultó herida”, añade Pope.
Hace tan solo 40 años, el valle de Kilombero, en Tanzania, estaba cubierto de bosques y los elefantes transitaban por él en sus viajes estacionales. Hoy, sin embargo, cientos de granjas y explotaciones agrícolas ocupan este espacio y fuerzan a los animales a atravesar por zonas pobladas, generando choques con el ser humano. ECF ha financiado la construcción de un corredor de 150 metros de ancho que serpentea a lo largo de 12 kilómetros para permitir el paso a los elefantes. Para delimitarlo se han instalado cercas respetuosas con la fauna silvestre e incluso el primer paso subterráneo para elefantes en una carretera de Tanzania. “Hemos negociado con cientos de granjeros, a quienes se ha compensado económicamente, para que cedieran parte de sus tierras”, añade Pope.
El continente donde más crece la población humana
Estos son tan solo dos ejemplos de los proyectos que financia el ECF en 34 países africanos, pequeñas iniciativas comunitarias que, si funcionan, se pueden exportar a otros lugares. “África alberga los últimos grandes focos de biodiversidad del planeta y, al mismo tiempo, es el continente donde más crece la población humana”, asegura Pope. Elefantes y personas están cada vez más cerca en muchos rincones del continente y a estos animales les gusta el maíz o el sorgo, cultivos que son el principal medio de vida de la población. Los conflictos se han intensificado. “Es fundamental trabajar con las comunidades, que entiendan que es posible”, añade. Por ejemplo, hay lugares donde se sustituyen los cereales por girasoles, sésamo o algodón, que no forman parte de la dieta del elefante y que, tras su venta, son incluso más rentables que el maíz o el sorgo. En otros, se promueve la apicultura junto a los cultivos, porque a los elefantes les molestan las abejas. Ideas simples, sostenibles y adaptadas al medio local.
Los elefantes son una parte fundamental de la vida salvaje africana. Ayudan a dispersar semillas y crear espacios para el crecimiento de nuevas plantas, además de ser un símbolo del continente y un eje de su industria turística, aún por desarrollar en muchos países. Sin embargo, su número ha caído en picado. Hace un siglo aún quedaban entre tres y cinco millones de ejemplares, cifra que descendió a 1,2 millones en los años setenta del siglo pasado. En la actualidad se calcula que quedan unos 500.000, según Save the Elefant. La principal razón de su desaparición ha sido la caza que alimentaba al comercio de marfil. La prohibición internacional de su compraventa en 1989, a la que China, principal importador, se sumó en 2017, ha dado cierto respiro a los elefantes, pero el furtivismo permanece: los cazadores matan unos 20.000 ejemplares cada año por sus colmillos, según el World Wildlife Fund (WWF).
El ECF nace en 1993 precisamente para combatir esta actividad ilegal y sigue siendo uno de sus ejes principales. “Es relativamente fácil atrapar a los cazadores, pero el desafío es coger a quienes están detrás, los que manejan los hilos, que muchas veces tienen conexiones políticas poderosas que impiden su persecución en África”, asegura Pope. Una reciente investigación policial impulsada por el ECF y llevada a cabo entre la Agencia Nacional de Inteligencia estadounidense y policías africanas permitió la caída de la red mafiosa Kromah. Cinco traficantes de marfil y cuernos de rinoceronte procedentes de Kenia, Guinea y Liberia fueron arrestados y juzgados en EE UU. “Con este caso enviamos un claro mensaje de que comerciar con la vida salvaje ya no es una actividad de bajo riesgo”, añade el CEO de Save the Elefants.
La caza furtiva tiende a sobrevivir allí donde hay más pobreza y conflictos y, por tanto, menos recursos para su control, como por ejemplo en la cuenca del río Congo. Pero si combatir esta actividad ilícita pasa por reforzar la investigación policial y aplicar la ley, entre otras medidas, facilitar la convivencia entre elefantes y personas implica un enorme trabajo con la población local. “Las comunidades son fundamentales. Viajamos continuamente a los países con los que trabajamos, escuchando las ideas de unos para proponérselas a otros y así compartir el mejor conocimiento”, asegura Pope. Los proyectos financiados por el ECF no son de gran envergadura económica, pero sirven de prueba sobre el terreno para desarrollar iniciativas más ambiciosas.
El dinero procede de socios y donantes privados en su mayor parte y va directamente allí donde surgen los problemas. Pope calcula que se ha invertido un total de 35 millones de euros en la última década. En la actualidad, el fondo participa activamente en la planificación territorial y en la atenuación de los daños del cambio climático, desafíos que ya están aquí. En la reserva de Chinko, en el este de República Centroafricana, de los 40.000 elefantes que hubo en el pasado quedaban 50 ejemplares en 2014 debido a su caza masiva. ECF apoyó la gestión de African Parks y hoy esa población no solo se ha triplicado, sino que desborda los límites del área protegida. Para seguir protegiéndolos, han apoyado los esfuerzos para ampliar la reserva, con una fuerte implicación de las comunidades locales.
Los elefantes son muy diferentes a los seres humanos y, al mismo tiempo, se nos parecen, según explica Pope. Viven en unidades sociales complejas, casi tanto como los seres humanos, cuidan a sus crías, las alimentan y les dan seguridad, tienen estrechos lazos familiares y lloran a sus muertos. Con su impresionante tamaño, son los escultores del paisaje africano y, al mismo tiempo, son un símbolo de fuerza, pero también de ternura. “Sin los elefantes, la biodiversidad del planeta será más pobre. Los necesitamos”, concluye Pope.