La lucha contra la crisis climática como oportunidad para una profundización democrática
La adaptación a un mundo cada vez más imprevisible pasa también por diseñar acuerdos e involucrar a la ciudadanía en la resolución de los problemas públicos
La desigualdad, el racismo sistémico y el riesgo de autoritarismo se están acelerando en un contexto de crisis climática, y esta coincidencia no es casual. De modo que es urgente preguntarse por qué les ...
La desigualdad, el racismo sistémico y el riesgo de autoritarismo se están acelerando en un contexto de crisis climática, y esta coincidencia no es casual. De modo que es urgente preguntarse por qué les resulta tan difícil a las democracias tomar decisiones sustantivas y transformadoras para enfrentar el cambio climático.
Los recientes incendios que han asolado nuestro país han mostrado, una vez más, una falsa dicotomía que debemos superar o trabajar de otra forma: la experiencia, los saberes y la capacidad de gestión de los habitantes de las zonas incendiadas en oposición a la de los actores políticos e institucionales que toman las decisiones acerca de las formas de prevenir y extinguir los incendios. Mientras el ruido político alrededor de quién debía hacer qué reafirmaba razones para la desconfianza, los y las custodias de los territorios manifestaban su frustración por no ser tenidos en cuenta antes, durante y después de lo ocurrido.
Es un ejemplo de disfuncionalidad democrática tanto como una posibilidad de poner en práctica una mejor relación entre democracia, ecología y experiencia social. Una posibilidad, por ejemplo, de no tener que apostar por unos saberes (los del territorio) frente a otros (los de las instituciones o los de la ciencia), de unas experiencias (de cuidado del monte) frente a otras (legislativas e institucionales), o de unos espacios de decisión (locales o municipales) frente a otros (que pueden llegar a ser vistos como burocracias estatales).
Este ejemplo muestra, por tanto, la oportunidad de desarrollar formas de gobernanza compleja o multinivel que no enfrentan, sino que relacionan y unen, que permitan que distintas voces, experiencias y saberes se sientan escuchados y tenidos en cuenta para que sean parte -y se sientan parte- de las soluciones que se implementen en los distintos niveles del territorio y de las administraciones. Una gestión democrática de los efectos del cambio climático y de las formas de enfrentarlo.
Quizá de esta forma, y de otras análogas, la lucha contra el cambio climático no correrá el riesgo de aparecer ante la opinión pública como algo ajeno, incluso contrario, a su realidad inmediata. Es decir, podemos hacer que la profundización democrática y la lucha contra el cambio climático se presenten ante la ciudadanía como realidades paralelas e, incluso, sinónimas.
De los incendios (y de la dana de octubre de 2024) ha surgido una iniciativa, la del Pacto Estado por la Emergencia Climática. Un pacto de todos que ofrece una oportunidad que no ha de ser desperdiciada, no solo para minimizar desastres que ya no podemos llamar naturales, o para el desarrollo de formas de gobernanza efectivas frente a los desafíos democráticos y climáticos (si es que son diferentes), sino para que todos los agentes involucrados en la lucha contra el cambio climático adquieran o recuperen una confianza social tan necesaria como muchas veces cuestionada. La adaptación a un mundo cada vez más imprevisible pasa también por diseñar acuerdos y normas de política pública con y desde lo local, e involucrar a la ciudadanía (y sus distintas formas de organización: comunales, fundaciones comunitarias, agrupaciones y asociaciones, etc.) en la resolución de los problemas públicos.
Muchas investigaciones señalen que las democracias tienen un mayor compromiso con la mitigación que los regímenes autoritarios. Gracias a una mejora de la confianza en las instituciones, la lucha contra el cambio climático no puede sentirse más como un sacrificio del presente en pos de un futuro incierto, lejano e incluso ajeno, sino como aquello que permite ya, hoy y aquí, un presente mejor que anticipa la posibilidad de un futuro compartido. Si la innovación democrática es intrínseca a este sistema, pues hoy es más inclusiva que hace dos o tres décadas, podemos (y quizá debamos) hacer de la lucha contra la crisis climática una oportunidad y una herramienta para llevar a cabo una profundización democrática de nuestros sistemas de gobernanza.