Los agricultores tienen razón, en algunas cosas

De nada valdrá conseguir las reivindicaciones que piden si el cambio climático sigue trayendo sequías históricas, olas de calor insoportables y tormentas con pedrisco

Protesta de tractores en la zona centro de Zamora el pasado 2 de febrero.Mariam A. Montesinos (EFE)

Mi ADN está cargado con la herencia de generaciones de agricultores y ganaderos. Nací a siete metros lineales de las 12 vacas que teníamos. Mis padres y mis 10 tíos y tías se ganaban la vida con la crianza del suelo y de animales (vacas, cerdos, gallinas, conejos, terneras, caballos, pollos…). He crecido entre tractores y arados. Mi familia es copropietaria, junto con otros miles de regantes, de un sistema de regadío que crearon los árabes, de uno de los p...

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Mi ADN está cargado con la herencia de generaciones de agricultores y ganaderos. Nací a siete metros lineales de las 12 vacas que teníamos. Mis padres y mis 10 tíos y tías se ganaban la vida con la crianza del suelo y de animales (vacas, cerdos, gallinas, conejos, terneras, caballos, pollos…). He crecido entre tractores y arados. Mi familia es copropietaria, junto con otros miles de regantes, de un sistema de regadío que crearon los árabes, de uno de los pocos pantanos privados de España que se inauguró en 1913.

Digo todo esto para afirmar a continuación que mi conexión con la cultura agrícola y ganadera es total. Digo todo esto para declarar que mi educación emocional, que se forja en la infancia, es totalmente agraria y ganadera.

¿Tienen razón los agricultores de Europa y España en sus movilizaciones? Mi respuesta: en algunas cosas, sí. Tienen razón en quejarse de la endiablada burocracia, de la competencia desleal de algunos productos que entran sin cumplir las mismas reglas, de los bajos precios —en general— de sus productos, de los terribles daños económicos causados por los fenómenos atmosféricos extremos, de la insuficiencia de los seguros agrarios, de la poca ayuda que se les presta para innovar…

En la cultura del Aragón rural en el que me crie, lo suyo es decir lo bueno y lo malo a la cara. Por eso, junto a mi apoyo a algunas de las justas reivindicaciones que plantean los impulsores de las movilizaciones, quiero manifestar mi incomprensión hacia algunas reivindicaciones de colectivos agrarios que en Europa y en España reclaman menos políticas ambientales.

Algunos de los manifiestos reivindicativos que me han llegado me han traído a la mente tres preguntas que quiero formular.

La primera es: ¿vuestros hijos y nietos podrán dedicarse a la agricultura si les dejáis como herencia un suelo sin lombrices, lleno de antibióticos y pesticidas, muy poco fértil, con muy pocas bacterias benéficas para cooperar con las raíces de las plantas, sin abejas e insectos polinizadores…? Creo que sabéis la respuesta. No, no podrán vivir de ese suelo moribundo, no podrán tener éxito sin polinizadores.

La segunda pregunta no es del mañana, es del hoy: ¿seguirán los consumidores de los alimentos que vendéis comprándolos si tienen dudas sobre la salud de lo que compran?

La tercera pregunta es: con este clima enloquecido que estamos viviendo, ¿puede funcionar la agricultura que se practica hoy?

Por otro lado, me he llevado una sorpresa, por cierto, al leer vuestras reivindicaciones: no he visto, dentro de los manifiestos de quejas, hablar del precio de los pesticidas que de manera cada vez más frecuente tenéis que emplear para combatir las plagas. Yo he visto caer economías agrarias enteras por el aumento enorme de la frecuencia de las fumigaciones. Me sorprende el silencio sobre ese gran problema.

En mi opinión, el gran enemigo de la agricultura de hoy es el cambio climático y los fenómenos atmosféricos extremos: las sequías, las olas de calor, las inundaciones a destiempo, los incendios… Esa gran verdad la sabe cualquier agricultor de hoy. Contra el clima adverso, lo decía con claridad mi abuelo Marcelino, nada puede hacer el agricultor. Y los agricultores tienen toda la razón de su parte para solicitar ayudas públicas que les permitan adaptarse a ese clima enloquecido que ya estamos viviendo.

De nada valdrá conseguir las reivindicaciones que piden algunos agricultores si el cambio climático sigue trayendo sequías históricas, olas de calor insoportables para las plantas y los animales, tormentas repetidas con pedrisco… El clima, para la agricultura, todo lo puede o lo destroza. Si hay suelo fértil y buen clima, las cosechas funcionan. Si ambos fallan, poco puede la voluntad del agricultor.

Por esa gran razón, todos —las gentes de la ciudad y las gentes del campo— nos tenemos que unir para frenar todo lo posible el cambio climático. Es la gran tarea de la humanidad y no hay sector al que esta emergencia dañe tanto como al agroalimentario. Por eso merecen todo nuestro apoyo. Y la sociedad, que tanto les ayuda y debe seguir ayudándoles, se merece que mayores ingresos para los agricultores no signifiquen productos menos saludables para la ciudadanía que los compra. Y los hijos y los nietos de los nietos de los agricultores se merecen un buen legado, una buena herencia: suelos fértiles y un clima en el que los cultivos florezcan.

Víctor Viñuales, director ejecutivo de la organización ambiental Ecodes.

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