Vida y muerte de un pantano andaluz: la agricultura, el turismo y la falta de lluvias secan el embalse de La Viñuela
La infraestructura malagueña roza su mínimo histórico desde su construcción en 1989, con apenas un 12% del agua disponible, que va camino de convertirla en inservible
El pantano de La Viñuela (2.045 habitantes), en la malagueña comarca de la Axarquía, se muere. Es la viva imagen de la sequía que asola a toda España, cuyas reserva de agua son las peores desde 1995. La panorámica desde el mirador junto a la carret...
El pantano de La Viñuela (2.045 habitantes), en la malagueña comarca de la Axarquía, se muere. Es la viva imagen de la sequía que asola a toda España, cuyas reserva de agua son las peores desde 1995. La panorámica desde el mirador junto a la carretera que se dirige hacia la minúscula localidad de Los Romanes es desoladora. Las laderas muestran las marcas de los niveles anteriores, muy lejos de la cota actual. Parece una pequeña laguna donde suenan las chicharras y el sol brilla con fuerza. En la otra orilla se puede ver el barro seco y cuarteado donde ha quedado varado un pequeño pantalán con hidropedales: un objeto marciano en este secarral.
Es la consecuencia de una combinación mortal para la infraestructura: incremento de población, aumento de la producción agrícola de regadío —aguacate y mango, sobre todo— y unas viejas infraestructuras que pierden líquido en su transporte. La evaporación está por las nubes y la lluvia tampoco ayuda. En el actual año hidrológico ha llovido la mitad de la media en la zona, según el sistema automático de información hidrológica Hidrosur. El embalse tiene reservas para llegar a final de año. Y si no llueve, morirá y habrá restricciones.
Construido en 1989 y con capacidad para 165 hectómetros cúbicos, es el más grande de Málaga. También el más vacío de Andalucía. Supera por poco el 12% de agua disponible, según los informes de la Administración andaluza, que ya declaró su situación en emergencia “por escasez grave” en noviembre. Las escasas lluvias de primavera apenas lo recuperaron y ahora tiene solo 20 hectómetros cúbicos, de los que cinco no pueden utilizarse por su mezcla con el fango. Los 15 restantes darán hasta final de año, poco más. Entonces llegará a lo que se denomina nivel de embalse muerto, cuando ya será inservible. El problema también es a corto plazo: a finales de mes el agua estará por debajo de la cota de la planta de potabilización. Habrá que bombearla, con mayor coste energético.
Pocos recuerdan haber visto así al pantano. “Hay mucha preocupación”, subraya Paula Llamas, de 19 años, mientras sirve cafés en El Rincón de Sada, a las afueras de La Viñuela, pueblo donde no se habla de otro tema. Ella dice no recordar el agua tan baja en su vida. De hecho, solo ocurrió cuando ella no había nacido, en 1996, y luego cuando tenía cinco años, en 2008. En ambas ocasiones se llenó años después gracias a la lluvia —en 2011 registró su máximo histórico, al 98% de su capacidad— pero la diferencia es que ahora ese proceso le cuesta más porque el consumo no para de crecer. Ahora las reservas se reducen 2,5 hectómetros cúbicos al mes. La agricultura y el consumo humano, sobre todo en verano por el turismo, son los dos grandes demandantes. También los dos motores económicos de la zona. A ello se suma que el mayor municipio de la comarca, Vélez-Málaga, con 82.967 habitantes, se ha conectado al pantano porque sus pozos del río Vélez están secos.
Cuatro de cada cinco litros que salen del embalse van al riego agrícola. Una parte para el millar de hectáreas de invernaderos y la mayoría para mangos y aguacates, producción que Málaga lidera en Europa. Este último fruto es el que más agua demanda y su superficie ha pasado de 4.500 hectáreas a más de 7.000 en lo que va de siglo. “Quizá nos hemos pasado, pero la mayoría son minifundios que han permitido subsistir a la comarca”, reconocía José Campos, presidente de la junta central de usuarios del Sur del Guaro, a este periódico a finales de 2020. El litro restante va para consumo humano de 15 localidades de la Axarquía. Una comarca con 31 municipios que, según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), ha pasado de tener 161.231 habitantes en 2003 a 220.369 en 2021, casi un 40% más.
Presión turística
Y el turismo aumenta el gasto cada verano: si en febrero los pueblos de la zona consumieron 1,1 hectómetro cúbico, en julio fueron 1,7, récord de la última década, según los datos de Axaragua, empresa pública que gestiona el abastecimiento. La falta de mantenimiento de las infraestructuras —antiguas y con pérdidas en la distribución— es otro factor importante, como la escasa lluvia. La media histórica (433,3 litros por metro cuadrado) solo se ha superado dos años en la última década. La evaporación por las altas temperaturas pone la puntilla.
“La solución no está tan lejos”, asegura Gregorio Campos, vicepresidente de Axaragua y alcalde de Iznate, un pequeño pueblo de casas blancas con 912 habitantes y muchos más árboles subtropicales a su alrededor. La primera es llevar agua desde Málaga. Una obra impulsada por la Junta de Andalucía permite hacerlo desde abril y, aunque el servicio se suspendió desde Semana Santa por la alta demanda de la capital, el caudal —235 litros por segundo— se retomó el 5 de agosto. La segunda es trasladar otros 200 litros por segundo desde los acuíferos del río Chíllar, en Nerja, en la zona oriental. La instalación está hecha, pero no en marcha. “Eso disminuiría la presión al pantano”, cuenta Campos, que pide no criminalizar al campo y sí a las administraciones. “Nos hemos dormido. Desde el pueblo más pequeño hasta la Junta de Andalucía y el Gobierno”, asegura.
Los agricultores ya usan agua regenerada. Por ahora, de forma tímida: 1,7 hectómetros desde diciembre. Hasta entonces, las cinco depuradoras de la comarca tiraban al mar los nueve hectómetros que limpiaban desde hace una década. Los agricultores siempre han sido reacios a su uso porque el agua es más cara: ahora ronda unos 35 céntimos el metro cúbico frente a los cinco céntimos de la procedente de La Viñuela. Ese bajo coste no ha permitido reinvertir en la mejora de infraestructuras.
Mientras, tres empresas estudian ya la construcción de una desaladora, que no llegaría antes de cuatro años y cuya agua tendría aún mayor coste. Para evitar problemas a muy corto plazo, la Junta de Andalucía limitó el agua a la agricultura el pasado mes de marzo. La concesión bajó de 4.500 metros cúbicos por hectárea y año a 1.500, un tercio. Es insuficiente para un sector que ya corta árboles de aguacate porque no son capaces de sobrevivir a la sequía. Mientras, se pretende disminuir el 20% del consumo en los municipios. Para ello, se han cortado las duchas de la playa, apenas se baldean calles y los parques y jardines se riegan al mínimo.
“La administración andaluza nunca ha controlado la conversión de hectáreas de secano en regadío”, se lamenta Rafael Yus, portavoz de Ecologistas en Acción en la Axarquía, que cree el primer gran error fue apostar por los subtropicales “a lo loco y con un crecimiento bestial” en una zona que recibe poca agua. Yus abunda en la idea de una “mala gestión política” y de un precio del agua “casi regalado” para el campo. También critica que “jamás” se haya previsto la “necesidad de una mayor reserva”. A cambio, solo se ejecutan nuevas canalizaciones cuando la sed aprieta.
“Tenemos que ser conscientes de que los modelos de cambio climático en la cuenca mediterránea nos indican una mayor probabilidad de episodios de temperaturas extremas y de menor disponibilidad de agua”, subraya el investigador Iñaki Hormaza, del CSIC y la Universidad de Málaga. ¿Cuál es entonces la solución? El científico apuesta por una combinación de medidas: desalinizar agua marina con energías renovables, métodos de riego más eficientes, uso de tecnología de precisión, mejora del manejo de las plantaciones para aumentar la productividad y desarrollar variedades más tolerantes a la sequía. Mientras, habrá que mirar al cielo y confiar que La Viñuela resucite, como ya lo hizo en las dos ocasiones anteriores que rozó su muerte.
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