¿Cuántos ejemplares debe tener como mínimo una especie para que pueda recuperarse?
Un estudio publicado en ‘Science’ considera viable desde el punto de vista genético salvar la vaquita marina, de la que solo quedan cerca de 10 animales
Al igual que llega un momento en el que los médicos bajan los brazos y dejan de intentar salvar al paciente, hay especies de las que quedan ya tan pocos animales que surge la pregunta de si sigue siendo viable desde un punto de vista genético evitar su extinción. En conservación, se entiende que cuando una población se ha reducido mucho y deben cruzarse entre sí los pocos ejemplares que sobreviven, pueden empezar a aparecer genes defectuosos que precipitan el fin de la especie. Sin embargo, un ...
Al igual que llega un momento en el que los médicos bajan los brazos y dejan de intentar salvar al paciente, hay especies de las que quedan ya tan pocos animales que surge la pregunta de si sigue siendo viable desde un punto de vista genético evitar su extinción. En conservación, se entiende que cuando una población se ha reducido mucho y deben cruzarse entre sí los pocos ejemplares que sobreviven, pueden empezar a aparecer genes defectuosos que precipitan el fin de la especie. Sin embargo, un estudio publicado esta semana en Science contradice esta idea justamente con uno de los casos más desesperados: la vaquita marina (Phocoena sinus), un pequeño cetáceo del que solo quedan unos 10 ejemplares en el planeta, todos ellos en aguas de México, en el norte del golfo de California.
A pesar de los esfuerzos y millones de dólares gastados para frenar el declive del llamado panda del mar, la población de esta marsopa no ha parado de reducirse por las muertes accidentales en las redes de los pescadores furtivos que persiguen al pez totoaba, y hoy en día es uno de los animales de la Tierra con más papeletas para extinguirse. Paradójicamente, la investigación genética de científicos de EE UU y México que se publica ahora concluye que la vaquita marina tiene un alto potencial para recuperarse. Al menos, desde el punto de vista genético. Como destaca Lorenzo Rojas-Bracho, científico mexicano que lleva más de 20 estudiando este pequeño cetáceo y uno de los autores del trabajo, “se ha vuelto un dogma que a baja variabilidad genética te extingues, pero ahora hemos visto que no es el caso”. “Este no es un mero ejercicio teórico”, incide este biólogo vinculado al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo-Sinergia, que asegura que “este resultado da esperanzas no solo para la vaquita, sino para otras especies en las que se deja de luchar porque se piensa que ya no se puede evitar que se extingan”.
Este estudio recopiló muestras de tejidos de 20 vaquitas marinas guardadas en colecciones científicas desde los años ochenta hasta ahora para extraer ADN y secuenciar el genoma de todas ellas. De esta forma, los científicos han obtenido la mejor información genética que se haya tenido nunca de esta especie amenazada. Según Sergio Nigenda-Morales, investigador del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad de Irapuato (México) y otro de los autores que firman el trabajo, “la conclusión es que, si se eliminan por completo las capturas accidentales en las redes, el 94% de las modelizaciones muestran que la especie se puede recuperar por sí misma hasta conseguir casi 300 ejemplares en 2070″. Pero basta que la reducción de la pesca accidental se quede en el 80% para que la opción principal sea la extinción.
Ya ha habido especies que se han salvado in extremis, cuando solo quedaban unos pocos ejemplares. Como detalla Eduardo Roldán, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, en España, de lince ibérico (Lynx pardinus) llegó a haber menos de 100 animales, pero hoy son más de mil gracias a su reproducción en cautividad. Todavía más extremo es el caso del turón de patas negras (Mustela nigripes) de Norteamérica: hubo un momento en el que solo quedaban 18 individuos. Este mustélido fue dado incluso por extinguido en la naturaleza, pero antes se capturó a estos últimos ejemplares en los años ochenta del siglo XX, en Wyoming (EE UU), con los que se consiguió poner en marcha un programa de cría que permitió resucitar a la especie. “El número de animales no es tan relevante”, comenta Roldán, que considera más importantes las circunstancias que han provocado que una población llegue a reducirse tanto y contar con herramientas para revertir la situación, como la cría en cautividad.
El biólogo Rojas-Bracho señala otro caso todavía más cercano al de la vaquita: el elefante marino del norte (Mirounga angustirostris), que también se reproduce en aguas mexicanas. “No se sabe muy bien a cuánto se redujo la especie, algunos dicen que 20 o 30 individuos, pero hoy la población está por encima de los 100.000 animales”. “Tiene una variabilidad genética muy baja, pero ahí está”, recalca. “Tenemos que quitarnos de la cabeza la idea de que la baja variabilidad genética significa la extinción”.
A pesar de la buena salud de sus genes, lo cierto es que el número de vaquitas marinas no deja de caer. La forma de su boca parece dibujar una sonrisa en unos animales que van derechos a la extinción, asfixiados en las redes de enmalle de los pescadores que buscan la totoaba, un pez por cuya vejiga natatoria se pagan sumas tan suculentas como para atraer al crimen organizado. En el año 1998 se avistaron unos 600 ejemplares de vaquita marina, en 2008 fueron 245, en 2015 menos de 60, en 2018 tan solo entre 6 y 19. Como explica Rojas-Bracho, cuanto más pequeña es una población, más difícil resulta estimar su número, sobre todo, teniendo en cuenta que estas marsopas viven en una zona de viento y olas que complican identificar su aleta dorsal. Las últimas observaciones de 2021, contabilizaron entre siete y ocho vaquitas, entre ellas, una o dos crías. Según recalca el biólogo, en realidad este es el número de animales avistados diferentes, quizá pueda haber más, aunque no muchos.
Curiosamente, al mirar hacia atrás en los genes de esta especie en la investigación de Science, se comprueba que su población lleva siendo pequeña hace mucho tiempo. Como detalla Nigenda-Morales, al tomar parte del genoma y hacer pruebas estadísticas para buscar cambios en el pasado, se constata ya una reducción significativa de sus ejemplares a partir de la última glaciación, hace 25.000 años. “Vemos que históricamente la población de la vaquita siempre fue pequeña y se hizo todavía más pequeña hace 25.000 años”, señala el investigador.
Los intentos de capturar vaquitas para ponerlas a salvo no funcionaron, así pues solo queda evitar que se echen redes de enmalle en el área donde viven los últimos ejemplares. ¿Por qué todavía no se cumple la prohibición de pescar siendo una zona no muy grande para vigilar? “Esta es una pregunta para las autoridades”, señala Nigenda-Morales, que reconoce que es un problema complicado por el mercado negro.
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