¿Sirve de algo bajar la calefacción en España como respuesta a la guerra en Ucrania?

El llamamiento realizado por el alto representante de la UE a los ciudadanos europeos para reducir el uso del gas resulta positivo para el clima y los bolsillos, pero en el caso de los españoles tiene poca incidencia en el conflicto con Rusia

Un buque metanero descarga en la regasificadora de Bahía de Bizkaia, en una imagen de 2020.

Bajar la calefacción en los hogares en España resulta un acto de responsabilidad ciudadana con el clima o con la economía personal de cada uno, pero parece difícil que tenga una incidencia en el conflicto abierto con Rusia por la guerra en Ucrania. Este miércoles, Josep Borrell, alto representante de la UE para la Política Exterior, ha pedido en el Parlamento Europeo a la ciudadanía ...

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Bajar la calefacción en los hogares en España resulta un acto de responsabilidad ciudadana con el clima o con la economía personal de cada uno, pero parece difícil que tenga una incidencia en el conflicto abierto con Rusia por la guerra en Ucrania. Este miércoles, Josep Borrell, alto representante de la UE para la Política Exterior, ha pedido en el Parlamento Europeo a la ciudadanía que “corten el gas en sus casas” y “disminuyan la dependencia de quien ataca a Ucrania”, para reducir la enorme influencia de los hidrocarburos rusos en el conjunto de la UE. Este llamamiento tiene sentido desde una perspectiva europea (pues el 40% del gas que se consume en la Unión llega de los gaseoductos de Gazprom) y no tanto para los españoles. Sin embargo, aunque no sea por la guerra, sí hay otras razones de peso para reducir el consumo de gas o petróleo.

¿De dónde viene el gas natural que se consume en España?

Según datos de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores), en 2021 España importó 415.569 gigavatios hora (GWh) de gas natural, de los que vinieron de Rusia 37.027 GWh, solo un 8,9%. Aquí no hay una dependencia tan grande de los hidrocarburos de Rusia como ocurre en otros países europeos como Alemania. No obstante, los ciudadanos españoles pueden bajar la calefacción para reducir las importaciones mucho mayores de gas de Argelia, que el año pasado fueron de 177.990 GWh, un 42,8% del total.

Josep Borrell, en una sesión del Parlamento Europeo.Foto: AFP | Vídeo: AGENCIAS

También se puede argumentar que si la ciudadanía reduce su consumo de gas en España, esto podría liberar importaciones de otros lugares diferentes de Rusia para cubrir el que dejen de utilizar algunos países europeos que sí están mucho más conectados al grifo que controla Putin, el “cordón umbilical” que Borrell ha pedido cortar. Pero para que esto se cumpliese, tendría que conseguirse una reducción realmente significativa.

¿Hasta qué punto pueden los ciudadanos contribuir a reducir el consumo de gas?

“La demanda residencial supone el 10% del consumo de gas en España, si las casas reducen el uso un 10%, supondría una reducción final del 1%”, comenta Pedro Linares, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI y director del centro de estudios Economics for Energy, que asegura que resulta muy limitada la disminución global de uso del gas que se puede lograr con la reducción del consumo en los hogares. Según incide Linares, para que se notara realmente la bajada, habría que parar la industria, lo que parece poco razonable. En cualquier caso, aunque bajar la calefacción o reducir el consumo de electricidad (que sale en parte de centrales de ciclo combinado de gas) no sea tanto un arma frente a la guerra en Ucrania, siempre es bueno para contribuir a recortar las emisiones que causan el cambio climático y, ahora mismo, sale muy a cuenta para nuestra economía personal, dados los precios desorbitados de la energía.

¿Tiene sentido que los españoles hagan caso a Borrell si su influencia es limitada para reducir la dependencia energética con Rusia?

Los ciudadanos españoles tienen una influencia reducida para solucionar la alta dependencia europea del gas procedente de Rusia y la cuestión energética implica hoy grandes desafíos que corresponde solucionar a otros diferentes a los hogares. Sin embargo, a la ciudadanía no le falta tampoco argumentos para hacer caso a Borrell y bajar el termostato de la calefacción, o coger menos el coche. Los actuales precios estratosféricos del gas, la electricidad (por las centrales de gas) o la gasolina demuestran que depender de energías tan problemáticas como los combustibles fósiles —ya sea el gas ruso o cualquier hidrocarburo del lugar que venga— no solo es malo para el clima, sino también para la economía de los hogares o la propia estabilidad de los países. Como incide Carlos Bravo, portavoz de la organización Transport and Environment, la actual situación de los precios y la guerra dejan clara la urgencia de acelerar la transición energética hacia energías limpias y autóctonas, como el sol o el viento. “Es el momento de adoptar medidas radicalmente transformadoras, pero no solo por la guerra”, destaca.

¿Es posible acelerar a corto plazo la transición energética para responder a los precios estratosféricos del gas o el petróleo?

Parece poco realista pensar que se puede acelerar a muy corto plazo la construcción de energías renovables o la electrificación del transporte (ahora mismo penalizada por los altos precios de la electricidad). Sin embargo, según Bravo, esto no ocurre con las medidas de ahorro. “Las medidas de ahorro se pueden tomar de forma inmediata, a veces puede parecer que solo se consiguen reducciones muy pequeñas, pero muchas medidas todas juntas suponen un impacto importante”, afirma este experto en energía, que recuerda medidas drásticas ya aplicadas en España ante la subida del precio de los hidrocarburos como la reducción de los límites de velocidad en carreteras. “Hay que hacer un gran esfuerzo en ahorro, y no solo los consumidores”, señala.

En este punto, Pedro Linares se muestra más cauto y considera muy difícil cambiar las cosas a muy corto plazo. En lo que respecta al ahorro de energía, avisa de que los resultados no siempre son los esperados, como ocurre con el caso del teletrabajo. “No hay que confundir el efecto del teletrabajo y el del confinamiento”, señala el profesor, que asegura que hay estudios que muestran el que no haya que ir a la oficina, no significa que la gente se vaya a quedar sin moverse en casa.

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