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¿Sueñan los médicos con máquinas de escribir eléctricas?

El novelista A. J. Cronin nos presenta en ‘La ciudadela’ las andanzas de un médico enfrentado a la realidad de la medicina cuando esta deja de servir a la salud y se convierte en mera mercancía

Para las personas que nos gusta revolver en las librerías de viejo hay una serie de títulos que se repiten continuamente. Es más, pareciese que no hay manera de quitárselos de encima, como si nos persiguiesen en cada búsqueda. Uno de esos títulos se lo debemos al novelista escocés Archibald Joseph Cronin (1896-1981) y se trata de la novela titulada La ciudadela.

En ella se nos cuenta la peripecia de un joven médico desde su llegada a una comunidad minera de Gales; un escenario rural donde va a enfrentarse a las distintas enfermedades de sus habitantes. No vamos a revelar la trama, tan sólo decir que se trata de un folletín con ecos dickensianos y unos personajes muy bien dibujados, de esos que perduran en el imaginario.

En realidad, toda la novela es un catálogo de enfermedades y remedios, desde la pirexia, es decir, la fiebre, hasta las dudas que surgen cuando se trata de aplicar el medicamento. Ante la incertidumbre, el joven médico receta acido clorhídrico, ácido esencial a la hora de digerir proteínas, ya que, activa la enzima que descompone las proteínas en péptidos y que se conoce como pepsina. Ya puesto, el joven médico también resuelve problemas de gota con tratamientos centenarios como lo es el bulbo del cólquico, una planta que contiene un veneno con propiedades antimitóticas denominado colchicina. Aunque su uso no erradica la gota, atenúa los síntomas y previene los brotes de esta enfermedad, una forma de artritis que se debe a la acumulación de cristales de ácido úrico en las articulaciones, especialmente en el hallux, conocido popularmente como dedo gordo del pie.

Con todo, el joven médico se va a especializar en enfermedades pulmonares, atendiendo a la silicosis, un mal irreversible que sufren los mineros, y cuya raíz se encuentra en los depósitos de polvo de sílice que se originan en los pulmones. Al no existir tratamiento, la sílice inhalada durante largos periodos de tiempo permanece en el organismo, cumpliendo un papel significativo en el cáncer de pulmón. No sólo los mineros están expuestos a la sílice, su toxicidad también alcanza los pulmones de las personas que trabajan la piedra ornamental.

Según un informe reciente del Ministerio de Sanidad, la silicosis resurge en nuestro país con intensidad. Su aumento resulta preocupante, sobre todo después de que una ficción como La ciudadela penetre en nuestra conciencia.

Por seguir con la novela -y con su autor- hay que apuntar que Cronin ejerció como doctor rural en el área minera de Gales, investigando patrones de enfermedades pulmonares. Sin duda, la experiencia le sirvió para desarrollar su obra. Pero eso fue años después de emplearse como cirujano en la Royal Navy, tras el estallido de la Gran Guerra.

Entregado al humanismo, igual que el protagonista de la novela, las vivencias de Cronin se convierten en un mapa donde la brújula de la

literatura va a marcar el rumbo a seguir. No va a ser el único médico que se dedique a novelar su vida, pero eso no quita la agradable sorpresa de encontrarse ejemplares de una novela como La ciudadela inundando las librerías de viejo.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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