La NASA detecta el “latido” de la ‘Voyager 2’ y confía en poder recuperar el contacto con la nave
Un error humano provocó el 21 de julio una ligera desorientación de la antena principal de la veterana sonda espacial, que se encuentra fuera del Sistema Solar y podría quedar incomunicada con la Tierra hasta el mes de octubre
La Voyager 2 no está perdida en el espacio interestelar, según anunció ayer la NASA. El Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL, por sus siglas en inglés) de la agencia espacial norteamericana confirmó en Twitter que ha detectado débiles señales de radio de la veterana sonda, “algo así como escuchar el latido de la nave”, y que esto confirma que la nave sigue en buen estado y emitiendo información desde fuera del Sistema Solar. Lo que sucede es que esta información ya no llega correctamente a la Tierr...
La Voyager 2 no está perdida en el espacio interestelar, según anunció ayer la NASA. El Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL, por sus siglas en inglés) de la agencia espacial norteamericana confirmó en Twitter que ha detectado débiles señales de radio de la veterana sonda, “algo así como escuchar el latido de la nave”, y que esto confirma que la nave sigue en buen estado y emitiendo información desde fuera del Sistema Solar. Lo que sucede es que esta información ya no llega correctamente a la Tierra, debido a un error humano que se produjo hace dos semanas.
El 21 de julio, una serie de órdenes rutinarias enviadas a la Voyager 2 provocaron por descuido un desvío de 2 grados en su antena principal. Al estar la sonda a casi 20.000 millones de kilómetros de la Tierra, un pequeño error basta para que la señal no llegue a la Tierra y se pierda en el vacío: por eso se ha interrumpido la comunicación entre la sonda y las antenas de la Red de Espacio Profundo, que reciben sus señales en varios puntos del planeta. “La Voyager 2 actualmente no es capaz de recibir instrucciones ni de transmitir información de vuelta a la Tierra”, según había explicado la NASA en un comunicado el pasado viernes.
Por fin, a última hora de este martes, la antena de Canberra (Australia) captó una débil señal de la baliza de la Voyager 2. Eso confirmaba que la desconexión no fue por avería y que los equipos de a bordo siguen transmitiendo. Aunque la situación no ha cambiado, pues las ondas detectadas son tan débiles que no permiten transmitir información, esta novedad abre la esperanza a recuperar el contacto en los próximos días.
La antena de Canberra ha continuado emitiendo órdenes en la dirección general de la Voyager 2 (lanzada en 1977, es la más veterana en activo). Al fin y al cabo, su ruta no se ha modificado: sigue alejándose a la impresionante velocidad de casi 1,5 millones de kilómetros por día (es una de las naves humanas más veloces jamás construidas). La idea es que si la nave oye alguna de esas señales, quizás podría recuperar la orientación. Pero todavía es pronto para saber si esa maniobra de emergencia funcionará. Aunque son secuencias de órdenes muy cortas, viajando a la velocidad de la luz tardan 18 horas en llegar hasta la Voyager 2; y en caso de que la reorientación funcione, habría que esperar otras 18 horas hasta que las señales de la sonda espacial viajaran de vuelta a la Tierra, de nuevo correctamente.
Si el contacto no se recupera así en los próximos días, habría que esperar hasta el 15 de octubre. Para esa fecha ya estaba programada una maniobra automática, que se realiza varias veces al año, para que la propia sonda restablezca de forma autónoma su posición de cara hacia el Sol. Y como a 20.000 millones de kilómetros de distancia, la Tierra se ve tan cerca del Sol, eso permitirá volver a adquirir el enlace (siempre que la Voyager 2 complete su autocorrección con éxito).
Hacia el vacío interestelar
A esa distancia tan lejana no hay mucho que ver. Solo oscuridad, apenas mitigada por el centelleo de millares de estrellas y la luminosidad difusa de la Vía Láctea que divide en dos mitades la bóveda celeste. El Sol es una estrella más, un poco más brillante. La Tierra, la Luna y los planetas interiores resultan difíciles de distinguir, ocultos en su resplandor. Lo único tangible son oleadas de plasma, partículas subatómicas; unas llegan desde el lejano Sol, guiadas por invisibles líneas de fuerza magnéticas; otras, desde el vacío interestelar.
Ese es el panorama en el que se mueve la sonda Voyager 2, un robot lanzado el 20 de agosto de 1977 con el objetivo de investigar Júpiter y Saturno, en una misión que debía durar unos 12 años. Ha cuadruplicado esa vida útil y sus descubrimientos incluyen no solo detalles de sus dos objetivos originales, sino también de los otros dos planetas gigantes (Urano y Neptuno) y de sus respectivas familias de satélites: es la única nave que los ha visitado. Curiosamente, la Voyager 2 se lanzó unas semanas antes que su gemela, que lleva el número 1. Se hizo así porque esta seguiría una trayectoria más rápida que le haría llegar antes a Júpiter. Saturno sería su siguiente escala, con especial interés por estudiar su satélite Titán, lo cual obligaba a adoptar un curso que hacía imposible alcanzar Urano. Su exploración y la de Neptuno quedarían reservadas a la Voyager 2.
Las tres antenas de la red de espacio profundo llevan siguiendo desde entonces el periplo de las dos sondas Voyager. Ya no lo hacen de forma continua, sino solo de cuando en cuando. A veces se le envían órdenes para ajustar su orientación, comprobar sus escasas reservas de hidracina para los motores de control de posición o probar técnicas que permitan reducir el consumo de electricidad.
El 5 de noviembre de 2018, después de 41 años de viaje, la Voyager 2 salió oficialmente del Sistema Solar. Ese día, cuando estaba a una distancia aproximada de 18.000 millones de kilómetros de la Tierra, sus sensores registraron una especie de salto. La sonda había pasado de encontrarse envuelta por el plasma más caliente y tenue, generado por el viento solar, a un plasma más frío y denso que baña el espacio interestelar que hay más allá de las fronteras de nuestro vecindario espacial.
Los técnicos del Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL) saben que a sus venerables Voyager les queda poca vida. En realidad, las siguen rastreando casi como un reto, para ver hasta cuándo ellos son capaces de transmitir y las antenas, de escucharles. Las dos sondas van alimentadas por dos pequeños reactores nucleares de plutonio. A esas distancias, los paneles solares hubiesen sido inútiles. Pero 46 años de operación han agotado casi todo el combustible nuclear. Por eso, terminada su misión, se desconectaron la mayor parte de los instrumentos de a bordo, como una medida para reducir el consumo y prolongar al máximo la vida útil de los generadores.
Las cámaras de televisión se desconectaron las primeras. Superado Neptuno ya no había nada que fotografiar. Luego fueron cayendo otros, llegando a apagar hasta los calefactores que los mantienen a temperatura controlada. Hoy solo media docena de equipos siguen enviando datos, todos referentes a la abundancia de plasma y rayos cósmicos en el medio interestelar.
Con estas medidas de ahorro, es posible que las dos sondas sigan activas hasta el 2030. Luego, los generadores isotópicos se irán enfriando y dejarán de producir suficiente energía para activar la radio. Las Voyager enmudecerán y continuarán su viaje hacia el infinito. Su destino a larguísimo plazo es orbitar la galaxia entre las demás estrellas. Cuando nuestro Sol se extinga, esos pedazos de metal podrían ser el único recuerdo de nuestra existencia.
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