Así es un día de trabajo en un yacimiento: “Los fósiles son nuestros documentos”
La excavación en Las Hoyas, en Cuenca, vuelve a la normalidad prepandémica para averiguar cómo era el ecosistema de este humedal hace 129 millones de años
En el yacimiento de Las Hoyas, a unos 20 kilómetros de Cuenca, se han mezclado estos días el sonido del golpe del martillo con el cincel y las expresiones de asombro cuando se encontraba un fósil. Los investigadores que allí trabajan no pudieron acudir en 2020 por la pandemia, en 2021 apenas lo hicieron unos pocos afortunados, pero ya en 2022, el equipo al completo de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), junto con otros investigadores nacionales e internacionales, los voluntarios y...
En el yacimiento de Las Hoyas, a unos 20 kilómetros de Cuenca, se han mezclado estos días el sonido del golpe del martillo con el cincel y las expresiones de asombro cuando se encontraba un fósil. Los investigadores que allí trabajan no pudieron acudir en 2020 por la pandemia, en 2021 apenas lo hicieron unos pocos afortunados, pero ya en 2022, el equipo al completo de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), junto con otros investigadores nacionales e internacionales, los voluntarios y los estudiantes, ha vuelto a este yacimiento durante 12 días para continuar estudiándolo. El principal objetivo, cuenta Ángela D. Buscalioni, paleontóloga experta en vertebrados y al frente del equipo de UAM, es reconstruir el ecosistema que había en este humedal, que pertenece al Cretácico inferior, concretamente al Barremiense, un periodo que corresponde a hace 125-129 millones de años.
Las jornadas de trabajo empiezan temprano: sobre las ocho y media de la mañana comienza el camino hacia el yacimiento. A pesar de estar a pocos kilómetros de la capital conquense, concretamente en el municipio de La Cierva, se tarda más de 40 minutos en llegar porque, llegados a un punto, se acaba el asfaltado y comienza el camino en el campo. Este yacimiento no es el típico en el que se encuentra arena y pinceles por todos lados: es de piedra caliza laminada. Esto determina la vestimenta de algunos de la decena de investigadores que trabajan aquí. A pesar del calor propio de julio en mitad del campo, algunos llevan pantalones de trabajo largos para evitar cortarse. Una vez están allí, se dividen entre las distintas catas, que suelen llevar nombres de colores, y la oficina, para comenzar el trabajo.
En cada lugar, el equipo lo forman jóvenes y veteranos, una combinación entre el entusiasmo de estudiantes de grado y máster, que llegan por primera vez a un yacimiento, y la experiencia de investigadores como Buscalioni, que llegó en los primeros años de investigación en los años ochenta, o el paleontólogo y profesor de la UAM Jesús Marugán, que lleva desde 1998 acudiendo a este yacimiento. Las investigaciones no cesan: “Queremos seguir encontrando cosas porque los fósiles son nuestros documentos. Pero este yacimiento, además, como tiene tanta información, hay que interpretarla. Ya hemos pasado del documento fósil a intentar comprender el ecosistema”, sostiene Buscalioni. Entre los descubrimientos más destacados se encuentra el fósil de un mamífero que vivió hace 125 millones años, al que llamaron Spinolestes xenarthrosus y que conservaba su melena y otros tejidos blandos; el Concavenator corcovatus, el ejemplar de dinosaurio más completo de España según Mercedes Llandres, paleontóloga del Museo Paleontológico de Castilla-La Mancha (MUPA), o rastros de dinosaurios, además de aves o invertebrados, entre otros.
Hay varios pasos entre que se encuentra un fósil hasta que se guarda: en función del objetivo, los investigadores pican capas de caliza, más o menos gruesas, donde encuentran los fósiles. Una vez los encuentran, o bien en las cuadrículas o bien en las escombreras donde desechan las láminas de las capas, se llevan a la oficina, que es “el punto neurálgico”, como lo llaman en la excavación. Allí se identifica, con el mayor nivel de detalle posible, se le asigna un número de colección que se pone en la piedra del fósil con tinta blanca especial, se les fotografía y se apunta la procedencia. Después se empaqueta en papel de periódico (las características de este papel permiten menos roce entre los fósiles), y se mete en cajas en función de su clasificación (restos vegetales, vertebrados, invertebrados, etc.) para luego llevarlos al MUPA, donde la colección procedente de este yacimiento asciende a más de 20.000 ejemplares. Es importante señalar que los fósiles que se guardan son una pequeña minoría. El resto, aunque también se registra en cada cuadrícula, se desecha. Esto les permite conocer el volumen de animales y plantas, pero no hay espacio para guardar todos. Los tamaños son muy variados: desde muy pequeños hasta enormes. Para los más pequeños cuentan con la ayuda de las lupas que suelen usar los joyeros.
La gran preservación de estos fósiles tiene un porqué. “La clave son los tapetes microbianos”, resume Buscalioni. Se trata de una especie de alfombras formadas por algas, bacterias y microorganismos que se extienden sobre una superficie o sobre el fondo de una zona encharcada. El equipo de la UAM ha sido el primero en estudiarlos. “Las experiencias que se han sacado son muy relevantes. Hemos visto ranas que han copiado la piel, insectos que han copiado los pelitos… se ven cosas alucinantes”, comenta.
No en todas las catas se encuentran la misma cantidad de fósiles. No se sabe tampoco qué les deparará cuando las abren. En una de ellas, llamada Botánicos, los fósiles se acumulan, especialmente los cangrejos. Tanto es así que algunos estudiantes proclaman que aquello “parece una paella”. En ella, Jesús Marugán está probando un nuevo proyecto que aúna lo antiguo con las últimas tecnologías: en esta cuadrícula, todos los fósiles que quedan en superficie se rodean con un círculo de un color, previamente apuntados en una libreta. Cada color corresponde a una clasificación: artrópodo, vertebrado, planta, coprolito (restos fecales fosilizados) o fósil especial. Una vez que está todo señalizado, le hacen una foto a través de un dron. “En la foto del dron podemos medir el tamaño de los fósiles, la distribución espacial, la orientación y la distribución. Es una información complementaria”, explica.
El punto de unión de varios sectores
El yacimiento es un punto de unión de distintos sectores, los cuales, a priori, puede parecer que no tienen demasiado en común. Investigadores del Instituto Geológico y Minero de España están intentando averiguar si encuentran registrados eventos de seísmos. Ya han encontrado varios y estarían interesados en averiguar cómo afectaron, si lo hicieron, esos terremotos al ecosistema.
Miguel Brun se dedica a la biología del desarrollo y las redes genéticas. Ahora, bajo el paraguas del objetivo de conocer el ecosistema de Las Hoyas, están intentando aplicar teoría de redes para entender cómo funciona el ecosistema en su conjunto. Se sabe que Las Hoyas es un humedal, pero no de qué tipo. “Hemos cogido bases de datos actuales de humedales Ramsar (una red de humedales distribuidos por todo el mundo), hemos recabado información, filtrando para ver cuáles de esas tenían los datos que nos interesaban y de cada uno de esos lo que vamos a hacer es sacar la red. Sacar el funcionamiento de la red y compararlo con el de Las Hoyas. Queremos entender en qué se parece y en qué se diferencia, no a nivel de especies concretas, sino en conjunto, en cuanto a niveles tróficos: quién se come a quién, cuántos niveles tróficos hay, porcentaje de depredadores, número de especialistas…” detalla.
En esta cata se encuentra una de las estudiantes que ha venido esta campaña. Izaskun Romero Colmenarejo recuerda que su pasión por los dinosaurios comenzó con tres años, gracias a un libro que le regaló su abuela. A los cuatro no se perdía ningún documental de La 2 sobre estos animales. Ahora, tiene 20 y acaba de terminar segundo de Biología en la UAM. Cuando le llegó la oportunidad de venir no se lo pensó: “No puedo dejarlo escapar”. Esta joven cree que poder acudir aporta a los estudiantes “mucha experiencia”. “La verdad es que me está gustando mucho porque en la cata en la que estoy están saliendo muchísimas cosas. Como ya tienes un cierto nivel de conocimiento, se reconocen, más o menos fácilmente, muchas cosas”, explica.
El excavar se podría decir que “engancha”. A José Luis Sañudo le ha pasado. Actualmente, es comercial, pero su gran pasión es la paleontología. Tanto es así que lleva viniendo como voluntario 33 años. Y viene todos los veranos durante las vacaciones. “Si a Sañudo le dejas una cama aquí, se quedaría todo el día”, comentan algunos miembros del equipo de trabajo, entre risas.
El yacimiento y los dinosaurios son una especie de emblema para Cuenca. Incluso en la estación de la ciudad, una estatua de un dinosaurio de colores recibe a los recién llegados. El MUPA, en colaboración con los investigadores de la UAM, organiza cada año dos días de jornadas abiertas para que el público que lo desee pueda acercarse al yacimiento y que los investigadores les expliquen fósiles y rastros de los antepasados. Las últimas plazas que han sacado este año se agotaron en apenas una hora. Lourdes Artiaga, una de las personas que ha acudido en esta última edición, defendía la utilidad y el interés de estas jornadas, incluso en el ámbito mundial, y opinaba que Las Hoyas “es un punto de referencia para la ciudad”.
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