Ocho días poco importan

Adelantar la aprobación de la vacuna es propaganda. Suprimir la Navidad es ciencia

Multitud de personas pasean por el Portal del Ángel de Barcelona, el pasado día 8.Alejandro García (EFE)

Los Gobiernos europeos están sufriendo un ataque de angustia. Era previsible. En el momento en que el Reino Unido aprobó y empezó a inyectar la vacuna de Pfizer en una operación de patriotería oportunista digna de su primer ministro, los ansiosos poderes de la UE, encabezados por Alemania como de costumbre, se dieron cuenta de repente de que su agencia reguladora, la EMA, era más lenta que la de la pérfida Albión, y justo en el peor momento político, cuando planea sobre el hemisferio norte el dron fatal de un Brexit sin acuerdo. Que la agencia estadounidense (FDA) haya aprobado también la vacu...

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Los Gobiernos europeos están sufriendo un ataque de angustia. Era previsible. En el momento en que el Reino Unido aprobó y empezó a inyectar la vacuna de Pfizer en una operación de patriotería oportunista digna de su primer ministro, los ansiosos poderes de la UE, encabezados por Alemania como de costumbre, se dieron cuenta de repente de que su agencia reguladora, la EMA, era más lenta que la de la pérfida Albión, y justo en el peor momento político, cuando planea sobre el hemisferio norte el dron fatal de un Brexit sin acuerdo. Que la agencia estadounidense (FDA) haya aprobado también la vacuna ha sido el descabello. Nos guste o no, y a pesar de las nefastas intimidaciones de Donald Trump, la FDA sigue siendo la referencia internacional cada vez que se aprueba un nuevo fármaco. ¿A qué estaba esperando entonces la agencia europea? La presión de Alemania y otros países miembros ha doblegado a la EMA para acortar los plazos de aprobación del 29 al 21 de diciembre. Ocho días que poco importan excepto para el politiqueo.

Que la EMA adelante ocho días la aprobación es irrelevante. Si los Gobiernos quieren de verdad salvar vidas, hay otra cosa mucho más importante que pueden hacer ahora mismo: suprimir la Navidad

Padecemos una persistente confusión entre la fecha exacta en que llegarán las primeras vacunas a los centros de salud y el plazo difuso en que la población estará inmunizada. El propio ministro de Sanidad español, Salvador Illa, estima que el 70% de los españoles –la frontera de la inmunidad de rebaño que nos devolverá a la normalidad— estarán vacunados después del verano. Otras estimaciones lo retrasan a los últimos meses de 2021. Nuestro optimismo, por tanto, debe esperar entre nueve y doce meses para manifestarse. Que la EMA adelante ocho días la aprobación es irrelevante. Si los Gobiernos quieren de verdad salvar vidas, hay otra cosa mucho más importante que pueden hacer ahora mismo: suprimir la Navidad.

Cualquier cálculo garabateado en la servilleta de un bar –en caso de que la haya— mostrará que la muerte y penalidad evitada por adelantar ocho días la aprobación de la vacuna palidece en órdenes de magnitud en comparación con las que prevendría una regulación estricta de las Navidades, idealmente su supresión. Las pascuas son el paraíso de un virus pandémico, con padres y niños moviéndose a casa de los abuelos, cuñados y allegados apiñados para meter la cuchara en el centollo, estudiantes que vienen de Nueva York a comer el mismo pavo que ya ingirieron con superabundancia en Acción de Gracias, reuniéndose en un grupo de diez en Nochebuena y con otro distinto en Año Viejo, comprando ropas inútiles en tiendas abarrotadas de carne humana y miasmas. ¿Qué más puede desear un coronavirus?

Celebrar las Navidades es un error garrafal. Nos conducirá a todos a una tercera ola pandémica de enfermedad y muerte, a la saturación de los hospitales y al abandono de otras enfermedades más graves aún que la covid. La vacuna no cura, solo previene. La economía también seguirá sufriendo durante más tiempo del necesario. Los países de nuestro entorno, Alemania incluida, se están poniendo muy duros. Nosotros deberíamos hacer lo mismo, en vez de ganar ocho días inútiles de propaganda política.

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