Camino a casa

El efecto Asturias puede ser más racional contra el virus que la doctrina del Gobierno

Un agente de la policía local de Madrid informa a una pareja sobre las medidas contra el coronavirus.Víctor Sainz

Vamos todos camino a casa, o homeward bound en la nomenclatura de Simon y Garfunkel. Sé que resulta horrible solo pensarlo. Todos tenemos recuerdos desapacibles del confinamiento domiciliario de marzo, cuando los que pudimos nos quedamos en casa, a veces solos o mal acompañados, algunos teletrabajando y otros parados o en ERTE, todos bajando a la tienda a por víveres con la mala conciencia de quien e...

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Vamos todos camino a casa, o homeward bound en la nomenclatura de Simon y Garfunkel. Sé que resulta horrible solo pensarlo. Todos tenemos recuerdos desapacibles del confinamiento domiciliario de marzo, cuando los que pudimos nos quedamos en casa, a veces solos o mal acompañados, algunos teletrabajando y otros parados o en ERTE, todos bajando a la tienda a por víveres con la mala conciencia de quien está cometiendo un delito, desconfiando de los demás transeúntes y percibiendo nuestro propio cuerpo como poco más que un fermentador de partículas virales. Seguro que hemos aprendido mucho desde entonces, empezando por no esquilmar las existencias de papel higiénico, y ojalá hayamos sido lo bastante sensatos para gestionar mejor nuestras emociones en situación de aislamiento. Porque vamos todos de cabeza hacia un nuevo confinamiento domiciliario. Homeward bound otra vez, el eterno retorno.

Es bien curioso cómo los Gobiernos ven erosionada su soberanía por dos vías aparentemente antagónicas. Una les viene de arriba, de estructuras supranacionales como la Unión Europea o gigantes empresariales cuya facturación anual ensombrece el PIB de su país. Y la otra les viene de abajo, de sus territorios, de sus länder o de sus comunidades autónomas. Los dos efectos se pueden observar en España ahora mismo, durante la segunda ola pandémica que amenaza de nuevo con arrasarnos, saturar los hospitales y las unidades de cuidados intensivos y devolvernos a todos a una situación de emergencia, mortalidad y secuelas que profundizarán el socavón económico en el que ya estábamos hundidos hasta el cuello.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, utilizó el lunes un adverbio demasiado largo (“rotundamente”) para descartar la adopción de medidas de confinamiento domiciliario. Es difícil encontrar a un científico solvente que descarte eso –yo diría que la mayoría está a favor de que la gente se quede en casa— y exhibir tanta rotundidad son ganas de meter la pata cuando los dos vectores de presión sobre el Gobierno, el internacional y el local, conjuran para mandarnos a casa de nuevo. Los países de nuestro entorno están tomando medidas más drásticas que nosotros, algunas con cifras peores y otras con cifras mejores que España. Discutir sobre si los casos (por 100.000 habitantes acumulados en dos semanas) pueden subir de 500 o bajar de 300 es ridículo, puesto que ambos números son una burrada, y debemos aspirar a doblegarlos 10 o 20 veces.

Más interesante aún es el vector que presiona desde abajo. Asturias solicitó este lunes un confinamiento domiciliario de dos semanas. El Gobierno se lo negó, pero otras dos comunidades, Castilla y León y Andalucía, se mostraron receptivas a la iniciativa asturiana. El efecto dominó entre comunidades es bien conocido por los gestores de la salud pública. Hace 20 años condujo a vacunar a toda España contra la meningitis sin que hubiera razones sanitarias para ello. Esta vez, sin embargo, puede conducir a la adopción de un confinamiento domiciliario masivamente apoyado por los epidemiólogos. Vamos todos camino a casa.

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