La derecha chilena se extrema
No somos pocos los que, por primera vez desde el retorno de la democracia, miramos un proceso electoral con más inquietud que compromiso

El próximo 16 de noviembre hay elecciones en Chile, presidenciales y parlamentarias. Por la dispersión de votos, el presidente no será elegido ese día, sino en la segunda vuelta, un mes más tarde. Hay ocho candidatos, tres de derecha (Evelyn Matthei, José Antonio Kast, Johannes Kaiser), una de izquierda (Jeannette Jara), un revolucionario excéntrico (Eduardo Artes), un profesional de estas lides hoy sumido en la irrelevancia (Marco Enríquez-Ominami) y dos que quisieran ser llamados de centro, aunque uno de ellos (Franco Parisi) es simplemente un populista capaz de prometer lo que sea con tal de ganar votos. El otro es buena persona (Harold Mayne-Nicholls), pero cuesta entender por qué se metió en estas lides. Algunos bromean que lo convenció su mamá.
Los únicos con alguna posibilidad son Jeannette Jara, José Antonio Kast, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser. Jara ganó una primaria del oficialismo en que compitieron representantes de la ya muerta Concertación, del Frente Amplio (el partido de Boric) y del Partido Comunista, donde ella milita. No es fácil explicar cómo una militante comunista llegó a convertirse en la representante de la centroizquierda chilena, cuando consiguió sus mayores logros precisamente de espaldas a ese partido. Durante los gobiernos concertacionistas el PC fue una fuerza extraparlamentaria, recién en 2014 Michelle Bachelet lo incorporó a su gobierno como vagón de cola y si Gabriel Boric consiguió imponerse como candidato presidencial, fue porque muchos lo votaron en una primaria que ni siquiera consideraban propia para evitar que el comunista Daniel Jadue llegara a la papeleta.
Jeannette Jara no es lo mismo que Jadue. A estas alturas son prácticamente enemigos y uno de los efectos interesantes que podría tener esta elección en la izquierda, en el supuesto harto probable de que pierda la segunda vuelta, es generar un intenso debate, si no un quiebre, al interior del PC entre su ala ultra y ortodoxa, y aquella que puja por una renovación modernizante.
No somos pocos los que, por primera vez desde el retorno de la democracia, miramos un proceso electoral con más inquietud que compromiso. Una inquietud no demasiado urgente, aunque sepamos que encierra disyuntivas preocupantes. Una emoción que no dialoga bien con la razón: ¿la tranquilidad de lo inevitable? ¿La conciencia de que no se tiene una alternativa convincente? ¿La desidia del perplejo?
La votación del 16 de noviembre funcionará en los hechos como una primaria de la derecha. Jara tiene asegurado su paso al balotaje gracias a la creciente disgregación de votos en el mundo conservador, donde las dos opciones más extremas sumarían más del doble que la moderada. Según las últimas encuestas, Johannes Kaiser, el más radical de los tres, hoy supera a Evelyn Matthei. Si alguna posibilidad tiene esta última sería que, empatándose los ultraderechistas, ella consiguiera dar la sorpresa gracias a un crecimiento marginal. Pocos apuestan por ello.
José Antonio Kast, quien se avizora como el más posible ganador, en la elección pasada era una pesadilla que incluso a buena parte de la derecha le parecía, si no aterradora, desasosegante. Aunque él no ha cambiado en nada, la irrupción de Kaiser ayudó a darle una apariencia más centrista. La creciente demanda de orden y autoridad tiene a la ciudadanía ostensiblemente derechizada. Ahora todo en él es un ruido aceptable. Habla de Chile como si fuéramos un país en ruinas que requiere fundar su Estado de nuevo. Un Estado que, como el resto de sus amigos a nivel mundial, desprecia. Lo suyo son los eslóganes: Plan Fronterizo (“blindar nuestras fronteras”), No Más Contribuciones (“Tener casa propia no puede seguir siendo un castigo”), Sin Licencia para Estafar (“Más control, menos fraudes”), Plan Reinicia (“Vamos a limpiar la casa y cortar el despilfarro político”), Plan Implacable (“Delincuentes a la cárcel, sin excusas”), Plan Barrido Total (“¡Basta de Comercio ilegal!”), Plan Cancerbero (“recuperar el control del Estado en las cárceles”), y otros por el estilo. Frases sencillas, terminantes y sin mayor desarrollo que convierten cualquier matiz en insensibilidad, desconocimiento, privilegio o estupidez. Ellos son los únicos de verdad conectados con el sufrimiento de los ciudadanos. Comparten esa superioridad moral de la que se sentía poseedor el Frente Amplio antes de llegar al gobierno, aunque referida a asuntos de otro orden: lo que para el FA eran la desigualdad, el abuso de las elites y los poderosos, para los republicanos son la inseguridad, los migrantes y “los parásitos” del sector público.
En la elección pasada ganó Gabriel Boric en segunda vuelta con una mayoría imponente, porque el miedo a la ultraderecha era mucho más nítido que el temor a esa izquierda nueva que no fue tan nueva ni tan de izquierda. Hoy, en cambio, la desconfianza que genera una candidata comunista muy poco comunista parece harto más fuerte que el temor a un gobierno de extrema derecha que no sabemos cuán dispuesto esté para moderarse. Solo si llegara a ganar Kaiser -y nada debe descartarse en estos delirantes tiempos que corren y con voto obligatorio por primera vez- el monstruo de turno podría moverse hacia allá.
¿Hasta dónde llegaría Kast si consigue el gobierno? Bukele, que por estos lados es para muchos un héroe, acaba de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas e impuso normas de vestimenta y de corte de pelo para los liceanos. ¿Pretendería Kast tonteras semejantes, o tan solo imaginarlo son delirios de izquierdistas alharacos? ¿Lo llevaría su afán neoliberal a recortar beneficios sociales y sus convicciones conservadoras a restringir programas que promuevan los respetos a las minorías, los derechos de las mujeres y a objetar el camino planteado por la muy pluralista Comisión para la Paz y Entendimiento con el pueblo mapuche, al que sus partidarios se opusieron? ¿Ejercerá acciones autoritarias contra los migrantes para dar el gusto a las crecientes pasiones xenófobas? ¿Echará mano indiscriminadamente a los estados de excepción para satisfacer la demanda de orden? ¿Cómo se relacionaría con el así llamado “mundo de la cultura”? ¿Le parecerá importante apoyar las artes, la música, la literatura, o las considerará una pérdida de tiempo y un nido de izquierdistas indeseables?
Su campaña inventó un modo inteligente para no encarar la batalla cultural que implica su proyecto político. Estableció que el país se encuentra en una situación tan desastrosa que, aunque quisiera, no tendrá tiempo ni espacio para preocuparse de estos asuntos de fondo. Es cierto que enfrentamos una nueva violencia criminal y un estancamiento económico que requieren enfrentarse con energía y creatividad, pero no hay datos que avalen un clima catastrófico. Todos los candidatos coinciden en que son los dos principales temas a encarar y cualquier análisis serio concluye que para superarlos se requieren más acuerdos que descalificaciones. Se habla mucho de polarización, pero lo cierto es que existe un consenso inaudito en torno a la necesidad de apoyar las fuerzas de seguridad y promover el crecimiento. El asunto es quien transmite una mayor confianza en que puede lograrlo y Kast la busca echando mano a las pasiones odiosas.
Para los republicanos, la derecha tradicional es cobarde, porque en lugar de imponerse, transa. Es una crítica muy parecida a la que cierta izquierda le hizo al mundo concertacionista para imponérsele en las elecciones pasadas. Felizmente, al poco andar, Gabriel Boric cayó en la cuenta de que aunar voluntades era más productivo que marginar las críticas. La democracia no se lleva bien con las convicciones pétreas y arrogantes. Es algo que Chile aprendió a golpes y es de esperar que no vuelva atrás.
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