La solitaria vocación de Carlos Valdebenito, el único reparador y fabricante de órganos en Chile
El músico, de pasado seminarista, toca, restaura y construye los majestuosos instrumentos desde hace décadas con el objetivo de elevar su valor patrimonial
El chileno Carlos Valdebenito nació con un fino oído musical en una familia de agricultores. A los 12 años, caminaba por las calles de Valparaíso cuando escuchó un sonido que lo arrastró hasta la Iglesia de los Sagrados Corazones. Un hombre tocaba un órgano Cavaillé-Coll, de 1871, un instrumento que nunca antes había visto. Se quedó 40 minutos hipnotizado con la potencia y majestuosidad del sonido. Dice que fue algo similar a cuando te enamoras, a estar frente a un dragón que escupe fuego. Acudió a su profesor de música, quien tampoco conocía el instrumento, y juntos descubrieron sus cualidades en las enciclopedias. Pasaron cuatro años desde ese encuentro fortuito en la ciudad puerto hasta que se sentó a tocarlo. No lo ha dejado de hacer desde entonces, pero en el camino, su fascinación derivó en repararlos. Y en construirlos. Hoy, con 54 años, es el único organista chileno que los fabrica.
Al salir del colegio, Valdebenito ingresó al seminario para convertirse en sacerdote. Uno de sus profesores era el organista de los Sagrados Corazones y convencieron a los curas para que les permitieran ir a ensayar al templo. Se pasaban una tarde entera a la semana haciendo sonar el mismo instrumento que años atrás había cautivado al joven seminarista. No solo se trataba de tocarlo, también de entenderlo. De conocer los grandes y pesados tubos de madera y metal y el fuelle, los pulmones por donde circula el viento. Una que otra vez hizo algún mantenimiento. A los 22 años renunció a la vocación sacerdotal y se matriculó para estudiar Música en la Universidad Católica de Valparaíso. Lo hizo pensando que quería dedicar su vida a tocar y construir órganos. Su primer trabajo fue conducir colectivos, un medio de transporte más económico que los taxis. Y es que su objetivo no era fácil.
Valdebenito atiende la primera parte de esta entrevista dentro del órgano de la Iglesia San Ignacio de Loyola, en el centro de Santiago. La pieza tiene ocho metros de alto y tres de profundidad. Para acceder a su interior hay que subir por una estrecha y empinada escalera de madera ubicada en un costado. El organista, que es un hombre de gran altura y manos anchas, se mueve con destreza en el pequeño espacio. “Bienvenida a mi mundo”, dice entre escalonados tubos metálicos. Acaba de finalizar el proceso de mantención y afinación del instrumento para el concierto de la española Loreto Aramendi.
“Al principio me costó mucho, fue una jugada”, señala. “Si bien estos instrumentos son patrimoniales, son nuestra historia, la gente no lo entiende así. Los curas no lo entienden así. Dicen ‘un órgano significa gasto, hay que mantenerlo y quién lo va a tocar, si no hay organistas’. Yo les digo: ‘Todo lo contrario. Si hay órgano, habrá organista. Porque estando en el instrumento se genera el instrumentista”, añade. En Chile, las comunidades católicas cuentan con 240 órganos, el 90% de los que existen en el país sudamericano, explica el músico, pero solo el 15% están funcionando.
A pesar de las trabas, la buena llegada de Valdebenito con los sacerdotes por su pasado seminarista le abrió la puerta a los primeros templos. Un encuentro con el destacado organista y organero francés Jean-François Dupont le permitió dar el salto. En 2004 trabajó como su ayudante en la reparación del órgano de la Iglesia de los Sagrados Corazones de Valparaíso. Valdebenito le pidió que le pagara enseñándole lo que sabía en Francia. Comenzó barriendo y terminó aprendiendo de la armonización, la parte más fina del oficio, pasando por restauración, fabricación y construcción de madera y metal. En su despedida, Dupont le dijo que tenía que construir un órgano en Chile. Y así lo hizo. Ya van 18 y contando. El más económico, del tamaño de una cómoda, cuesta unos nueve millones de pesos (unos 9.000 dólares) y la cifra puede ascender hasta 60 millones o más (unos 60.000 dólares o más).
A su regreso de Francia también fundó la Organería Valdebenito, basado en su oriundo Olmué, una comuna de valles y esteros en la región de Valparaíso. Su empresa se dedica al rescate, conservación y restauración del patrimonio organístico chileno y entre sus trabajos más destacados se encuentran la restauración de los órganos de San Pedro de Atacama, de 1770 y el de San Santiago Apóstol de Belén, en Putre, de 1780. Dice que es el único que restaura estos instrumentos con formación de organero, que dura cinco años. “Hay otras personas que pueden reparar hoy un órgano y mañana te arreglan el calfón”, comenta entre risas.
Plantea que hoy está sembrando. Enseña a los que tienen interés, quienes son capaces de reparar temas puntuales, pero lamenta que suelen desistir porque es un oficio que requiere “demasiada pasión y paciencia”. Él, por ejemplo, trabaja entre 12 y 14 horas diarias y confiesa que es un trabajo “solitario”. “Esta vocación que escogí es más exigente que la sacerdotal. No lo digo como una carga, hago lo que me gusta, no quiero hacer otra cosa”, apunta el hombre que trabajara incluso en navidades y año nuevo.
Co-fundó la Asociación de Organistas Profesionales de Chile, dedicada a la difusión del instrumento a través de iniciativas como conciertos. Los 12 integrantes consiguieron que una organista española nos amadrine y puedan ofrecer a jóvenes estudiantes que se perfeccionen en el instrumento. Y es que el patrimonio que tiene Chile es “riquísimo, realmente riquísimo”. “En Europa tú vas a Francia y encuentras un órgano francés. Vas a Alemania y encuentras un órgano alemán. Pero en Chile tenemos órganos ingleses, italianos, franceses, alemán, de todas partes. Cada comunidad religiosa traía los suyos dependiendo de dónde había sido creada”, relata.
Por eso Valdebenito quiere sacar los órganos de las iglesias y entregarlos a la comunidad. Que no haya que pasar por casualidad por fuera de un templo para escuchar en vivo al dragón que escupe fuego.
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