¿Qué sabemos sobre el estallido social chileno?

El grupo protagónico de los primeros días del estallido fueron los ‘vecinos’, lo que sugiere un origen descentralizado del acontecimiento

Cientos de miles de chilenos protestan contra el Gobierno en Santiago, el 25 de octubre de 2019.Rodrigo Abd (AP)

Chile conmemora por estos días cinco años de ocurrido el estallido social, un evento de características volcánicas cuyo nombre proviene -con toda probabilidad- del movimiento mismo de la protesta: sin ir más lejos, el 25 de octubre de 2019 tuvo lugar la manifestación más grande de la historia de Chile, con 1,2 millones de personas marchando por las calles de Santiago. Convencionalmente, se ha establecido que el estallido social se inició el 18 de octubre de 2019, lo cual no es absolutamente correcto ya que existe evidencia cualitativa de movilizaciones más tempranas y embrionarias días antes (lo que explica el carácter ocioso de buscar una fecha originaria, pero también de término). Si bien ha habido intentos, desde el mundo de los intelectuales, de nombrar este acontecimiento de otra forma (“levantamiento”, “asonada”, “motín”, “rebelión” y un largo etcétera, todos ellos marcados por el sueño de la emancipación universal), el término “estallido” le viene como anillo al dedo a lo que es nombrado de esa forma. Este asunto de cómo nombrar un “acontecimiento” o “fenómeno” no es baladí, ya que buena parte de su entendimiento se ancla en la representación social que es vehiculada por el nombre.

Dicho lo anterior, es importante despejar dudas sobre varios aspectos de esta enorme protesta social. Gracias al observatorio de conflictos del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y a un libro de reciente publicación, poseemos evidencia robusta tanto de la actividad contenciosa en Chile entre 2008 y 2020 como del estallido mismo (el que es abordado en el capítulo 2). Para entender bien esta evidencia, es importante explicar brevemente la metodología que se utilizó en este estudio. El observatorio de conflictos de COES registra cotidianamente los eventos contenciosos que han tenido lugar en todo Chile: se entiende por evento contencioso toda acción reivindicativa o protestataria que tiene lugar en la esfera pública (o extra-doméstica, si se prefiere). Para ello, el observatorio ordena en una base de datos que contiene alrededor de 80 variables todos los eventos contenciosos que fueron registrados por 5 medios de prensa escrita nacional y 13 periódicos regionales, lo que hace de esta base de datos un instrumento poderoso y sobresaliente a escala internacional. Sabemos de los sesgos editoriales que podrían estar orientando el registro de tales o cuales eventos contenciosos, pero no existe otra forma disponible de registro sistemático: ni siquiera los registros administrativos (por ejemplo, policiales) son tan precisos, ya que no todo evento contencioso se traduce en la intervención de la policía. En lo que se refiere al estallido, sabemos que este no se inició- contrariando las apariencias- en las evasiones del metro. Estas evasiones existieron, evidentemente, y tuvieron como principal virtud visibilizar un profundo descontento de los estudiantes de colegios y liceos con el alza del precio del metro (y, tras él, con todo tipo de cosas relacionadas con el modelo de desarrollo chileno). El grupo protagónico de los primeros días del estallido fueron los “vecinos”, lo que sugiere un origen descentralizado del acontecimiento.

Este hallazgo es relevante ya que descarta la hipótesis conspiracionista de una acción colectiva que supuso algún tipo de diseño estratégico por enemigos poderosos: lo olvidamos, pero el propio expresidente Sebastián Piñera promovió esta extraña suposición, ya sea en su origen o en su temprana ejecución.

En cualquier caso, la magnitud de la protesta no guarda ninguna relación con lo que conocíamos en toda la historia de Chile. En el trabajo del observatorio se aprecia la brusca elevación de la frecuencia de los eventos contenciosos medidos quincenalmente: la multiplicación es espectacular y describe bien el carácter volcánico de lo que estaba sucediendo.

De modo más aproximativo, sabemos que el estallido social no siempre dio lugar a acciones colectivas con muchos participantes, lo que no impidió que sus distintos episodios tuvieran un gran eco en los medios masivos de comunicación.

Sería fácil continuar entregando datos sobre los tipos de repertorios de acción colectiva que fueron utilizados (pacíficos, disruptivos, violentos) y sobre los efectos en las personas (muertos y heridos): en ambos casos (especialmente el último), la evidencia es imperfecta y requiere ser complementada por datos hospitalarios y judiciales.

Este es el trasfondo contra el cual se han emitido todo tipo de juicios sobre el estallido social, generalmente ignorando los datos (en este caso sistemáticos) con el fin de instalar algún tipo de definición potencialmente dominante de lo que este acontecimiento quiso decir (desde un momento epifánico hasta la tesis de derechas del “estallido delincuencial”). El debate sobre lo que fue el estallido social está muy lejos de terminar: últimamente, la lucha por el sentido del estallido se ha trasladado a las batallas entre documentales, desde Oasis hasta Revolución rechazada, el fracaso del estallido de 2019.

Una historia distinta es lo que vino a continuación del estallido social: un doble proceso de cambio constitucional que terminó en el más rotundo de los fracasos.

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