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Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Parasite’

En la visión de mundo de las derechas, en particular aquellas más adeptas a la ideología neoliberal, toda acción de asistencia o promoción social impulsada por el Estado sería fuente de ‘parasitismo’

una manifestación en Santiago de Chile
Miembros de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile protestan en Santiago, en abril de 2024.Esteban Felix (AP)

En el año 2019 se estrenó Parasite, película surcoreana dirigida por Bong Jhoon-ho que inmediatamente se convirtió en un fenómeno cinematográfico. El argumento es sencillo: en una Corea del Sur extremadamente desigual, los Kim, una familia pobre, va de a poco introduciéndose en la vida cosmopolita y lujosa de los Park, representantes de la elite triunfadora. La cinta abunda en metáforas espaciales (la vida en subterráneos insalubres versus la limpieza y elegancia de la superficie de los barrios ricos) y sensoriales (cómo olvidar el papel que el olor tiene en el film), que ponen cuerpo y afecto a las desigualdades de clase en una sociedad que, a nivel mundial, es vista como ejemplo de desarrollo y progreso.

El título de la película, no es casualidad, carga con un fuerte imaginario. La cuestión del ‘parasitismo’ es un tópico en la política y el pensamiento social y si bien una mirada ligera podría hacernos pensar que la familia Kim se dedicó a parasitar, aunque fuera trabajando, de la riqueza de los Park, seguramente el objetivo del director apuntaba en otro sentido. La sola revisión de diccionario ofrece pistas. Un parásito es definido como un organismo que depende de otro del que obtiene algún beneficio y al que causa algún daño daño. El significado de esta relación biológica es tan gráfico, que ha servido para que derechas e izquierdas lo utilicen para fijar imágenes aleccionadoras.

En la visión de mundo de las derechas, en particular aquellas más adeptas a la ideología neoliberal, toda acción de asistencia o promoción social impulsada por el Estado sería fuente de ‘parasitismo’ para aquellos grupos que podrían acostumbrarse a ‘vivir del Estado’, de los subsidios, de las ayudas, de los bonos. El Estado, sostienen estos críticos, incentivaría una cultura de la flojera, reñida con el progreso individual y social.

La izquierda, por su parte, y sobre todo en sociedades de origen colonial como las nuestras, ha elaborado una sostenida crítica al ‘carácter parasitario’, carente de iniciativa y de un verdadero espíritu capitalista e innovador, de las elites locales. “Oligarquía parasitaria”, “burguesía parasitaria”, eran términos frecuentemente invocados por intelectuales y militantes de la izquierda latinoamericana para señalar la relevancia de desplazar a esa clase dominante incapaz de encabezar el desarrollo social y de colocar, en su lugar, a gobiernos que representaran los intereses de progreso y superación del atraso de los sectores populares, principales interesados en vivir mejor y en disfrutar de la enorme riqueza de los países que habitaban como parias.

El escándalo producido por el sueldo de Marcela Cubillos en la Universidad San Sebastián es un ejemplo difícilmente superable de parasitismo estatal. Al mismo tiempo, es una oportunidad invaluable para que las izquierdas retomemos la crítica al carácter parasitario de la elite social y política que instaló y defiende a brazo partido el neoliberalismo y el Estado subsidiario en Chile. Porque el caso Cubillos es tan descarado que hace caer los velos de una ideología extremista de mercado que, lejos de querer ‘achicar el Estado’ como reza la máxima neoliberal, lo que hace es ponerlo al servicio de sus fines privados: la acumulación concentrada en determinados grupos empresariales gracias a subsidios estatales y fondos públicos.

La Universidad San Sebastián sería insostenible sin los recursos que recibe del Estado chileno. El sueldo de Marcela Cubillos, una de las principales figuras de la derecha neoliberal en nuestro país, esa derecha que se crispa ante todo lo que huela a ‘público’, pero que disfruta sin reclamos de los recursos que el mismo Estado les provee para su enriquecimiento personal. ¿Son anti-Estado y pro-mercado? Por cierto que no. Son pro Estado neoliberal, pro un tipo de Estado que les asegura ingentes recursos públicos para sus propios fines. Mientras promueven la hiperfocalización del gasto social -no vaya a ser que se cuele algún aprovechador y le llegue un bono que no le corresponde-, son ellos los que viven de recursos públicos, al punto de que si no los obtuvieran, proyectos como la Universidad San Sebastián, no podrían existir.

Parasitismo estatal de la oligarquía neoliberal chilena. ¿Qué progreso, qué desarrollo, va a ser capaz de producir esta elite apoltronada?

El mismo año que se estrenó Parasite, en nuestro país, que también era visto como un ejemplo de desarrollo y progreso, un oasis de paz’ según el presidente de la época, se produjo un estallido social de dimensiones no vistas en décadas, y que por su envergadura, masividad y persistencia, abrió posibilidades inéditas de participación política e representación de intereses populares. Y si la cinta de Jhoon-ho culmina de manera desoladora: el joven protagonista sin más alternativa que resolver imaginariamente su destino en la fantasía de una vida exitosa que sabemos que nunca podrá alcanzar, en Chile, en cambio, se produjo un momento, de esos que no abundan, de volcamiento hacia el espacio público, las calles y las plazas. Un momento en que las indignaciones, frustraciones, hastíos y malestares, usualmente sufridos de manera privada –por las jubilaciones de miseria, por los bajos salarios, por lo caro de los arriendos, por los abusos y los malos tratos cotidianos-, fueron expresados de forma espontánea y colectiva por una parte muy significativa de la sociedad.

Es cierto que cinco años después de este hito se impone la sensación de que nada ha cambiado para bien, pero a diferencia de lo que ocurre en las películas, la historia no se termina y, a pesar de los reveses que han sufrido las aspiraciones de cambio y de vivir mejor de la sociedad chilena, esos genuinos deseos no se han apagado. Siguen ahí.

El caso Cubillos, y el entramado que revela de manera tan diáfana, es una buena oportunidad para que las izquierdas retomemos nuestra crítica al neoliberalismo chileno y su incompatibilidad con un proyecto de desarrollo y progreso que pueda traducirse en un goce colectivo de la riqueza que producimos. El caso Cubillos muestra lo contrario: recursos públicos y de los estudiantes y sus familias van a abultar de manera indecorosa el bolsillo de una militante política que llama a su esquema de enriquecimiento “libertad de trabajo y de contratación”. Sin embargo, no basta con recuperar la crítica al parasitismo de la elite neoliberal. Construir un horizonte de desarrollo, bienestar, progreso y futuro, que haga sentido a las grandes mayorías del país, sigue siendo la gran tarea que una izquierda dispuesta a encabezar la salida de esta crisis, debe asumir.


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